Un dios salvaje: los actores terminan de escribir los personajes

Como toda función, Un dios salvaje está hecha para ser interpretada, y los matices tiene que ponerlos el actor, que termina de escribir el personaje.

Entre otras glorias de escritores aterroriza­dos por la invasión del cine en sus textos, merece la pena la cita de Arthur Mi­ller que recoge José María Aresté en su li­bro Es­critores de cine: “La misma idea de que otra persona me revisase una obra pa­ra publi­carla, de que me cambiara una sola palabra, era suficiente para ponerme la car­ne de ga­llina, y, vamos, someter páginas propias a un productor que se converti­ría en amo y se­ñor de lo que uno escribía, era carecer de prin­cipios”. Claro que es­to debió decirlo el dra­maturgo antes de rendirse de forma definitiva a las seduccio­nes de Hollywood, inclui­da “la tentación rubia”.

Yasmina Reza no se ha visto sometida a esa traumática experiencia por Roman Po­lanski. La adaptación cinematográfica de su obra Le dieu du carnage es “a la letra”. El guión, que firman a dúo director y escritora, sólo va­ría respecto al libreto en algunas referencias a favor del público americano, para hacér­selo más comprensible a los yankies en su analfabetismo europeo. Por cierto que, en esa traducción re­ferencial, perdemos pro­tagonismo patrio: la insistente suegra de Jodie Foster es, en el texto de Reza,  una paisana de Cuenca, que quiere ser ente­rrada a orillas del Júcar.

La adaptación integral de una obra puede hacerse cuando, como es el caso de Un dios salvaje, el código cultural de los espec­ta­dores coincide con el de los personajes de la historia que se cuenta. Si ese código no es coincidente, no cabe la absoluta fidelidad. Imaginemos que el texto no lo adapta Polanski, sino su biznieto, en el año 2100. Polanski junior se verá forzosamente obliga­do a explicar a sus espectadores todo lo que no ha tenido necesidad de explicarnos el tatarabuelo. ¿Quién sabe qué pensarán del maltrato a los animales los ciudadanos de 2100?

Yasmina Reza, autora de Un dios salvaje
Yasmina Reza, autora de Un dios salvaje

En cualquier caso, allá se las componga el biznieto; el Polanski coetáneo se ha en­con­trado con un texto tan de su gusto que op­ta por respetarlo, evitando frenar el ritmo de los diálogos con una adaptación más per­sonal. Como un perfecto caballero, que ni pretende ni necesita brillar, desaparece de­jando protagonismo a Madame Reza, quien, por otra parte, hace ya años que desprende luz propia.

Yasmina Reza es una escritora inteligente que logró éxito internacional con Arte que, después, ha demostrado que domina el ar­gumento teatral, construyendo intrigas dia­lécticas sobre sutiles experiencias humanas, de ésas que uno sólo sabe reconocer co­mo propias, cuando se las cuentan así de bien. Y lo hace además reivindicando la frivo­lidad, dice ella (en fin, hay que entender lo que quiere decir Reza con frivolidad), con esa forma de tratar la anécdo­ta dramáti­ca sin seriedad, sin te­sis apabullantes y abu­rridas, con las que con tanta frecuencia nos castigan los autores teatrales. En las obras de Yasmina Reza te ríes, co­mo te ríes en la película de Polanski y, ade­más, piensas.

Todo esto lo aprecia el director polaco, que comprende perfectamente las leyes de la escena, porque su relación con ese mundo no se limita a las adaptaciones que ha rea­lizado, sino que también sabe lo que es di­rigir e interpretar teatro, e incluso ópera. Es decir, ha hecho todo lo que se puede hacer sobre las tablas.

Por eso, junto con la fiel adaptación del tex­to, Polanski emplea su segunda baza y  es­coge cuatro caballos ganadores para asegurarse la victoria: Jodie Foster, John C. Rei­lly, Kate Winslet y Christoph Waltz. Y los po­ne a correr dentro de una habitación, entre cua­tro paredes, sacándolos, co­mo mucho, al des­cansillo del ascensor, en unas salidas más teatrales que fílmicas. Co­mo toda función, Un dios salvaje está he­cha para ser de­clamada, interpretada, y los matices nece­sariamente tiene que poner­los el actor, que termina de escribir el per­sonaje, de poner­lo en pie. Es entonces cuan­do el texto cre­ce, vuela y se despliega.

Polanski y su cuarteto consiguen magní­ficamente reescribir a Reza, sin alterarla ni un ápice.

Julia Valle

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