Milagro en Milán

Milagro en Milán: Una fábula humanísima

La Pal­ma de Oro en Cannes en 1951 premió como se me­recía a Milagro en Milán, una fábula humanísima llena de momen­tos inolvidables.

Totó es un muchacho huérfano que vive en un mí­se­ro barrio de chabolas a las afueras de Milán. To­do cam­bia cuando en el poblado se descubre pe­tróleo.

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Una de las obras maestras del realizador y actor na­politano Vittorio de Sica (Ladrón de bicicle­tas, Umberto D), buena muestra del extraordina­rio nivel al­canzado por varios cineastas italianos después de la Segunda Guerra Mundial. La Pal­ma de Oro en Cannes en 1951 premió como se me­recía esta fábula humanísima, llena de momen­tos inolvidables. El guion de Cesare Za­va­tti­ni (1902-1989), que se encar­ga de adaptar al ci­ne un cuento escrito por él mis­mo, encuentra un equi­librio que puede parecer fá­cil pero que es com­plejísimo, casi milagroso, valga la apelación al título de la película. El que sabe de guión queda fascinado por la escritura de Zava­tti­ni (un crea­dor que pasa del blanco al negro con una faci­lidad asombrosa).

La fotografía virtuosista de Aldo Graziati (La te­rra trema, Otelo, Stazione Termini, Senso) atrapa el rea­lismo teñido de ensoñación en secuencias sencilla­mente inolvidables como la salida del sol sobre el po­blado chabolista, el entierro de la ma­dre del prota­gonista con un coche de caballos que recorre las ca­lles de una ciudad devastada e in­hóspita, el vuelo de Totó y sus compañeros sobre el Duomo y, en fin, ese hallazgo del bebé entre los repollos, una de las secuencias más hermo­sas de la historia del cine.

El malogrado actor Fran­cesco Golisano (fallecido con 28 años en un acci­dente de coche) compone de una manera subli­me al inolvidable Totó. De Sica (1901-1974) es uno de esos directores que hace las co­sas más difí­ciles con una sencillez encomiable, sin ras­tro de én­fasis.