Abajo el telón: Los agitados años 30

Abajo el telón | Después de dos horas largas viendo esta notable película del director, actor y marido de Susan Sarandon, Tim Robbins (California 1958) uno intuye algunas cosas. La primera es que si la cinta ha tardado más de un año en saltar el charco, no hay más que pensar en el gran esfuerzo que habrá supuesto el doblaje (multitud de actores, innumerables canciones con más que apreciable carga argumental). Por otro lado, si para un norteamericano no muy versado en la historia del espectáculo de su país en los años 30, la película es dificil de entender; para el público extranjero, la visión omnicomprensiva de la cinta se presenta como un añadido moderno a los siete trabajos de Hércules.

La cosa va de teatro, del ambiente que rodea el accidentado montaje de un musical (Cradle will rock) en el depresivo y rooseveltiano año de 1936. Un autor no sindicado, Marc Blilzstein, colabora con Orson Welles y John Houseman, que se encargan de la dirección escénica y de la producción. Es el pretexto anecdótico, que permite a Robbins poner en marcha la turmomix y deja caer dentro a Nelson Rockefeller y William Randolph Hearts; al muralista mejicano Diego Rivera y a Frida Kahlo; a una sofisticada embajadora de Mussolini (deliciosa Susan Sarandon en la V.O) que vende cuadros de Leonardo Da Vinci y a la directora del Teatro Federal, Hallie Flanagan (poderosa Cherry Jones) que acude a un Comité del Congreso que anticipa la caza de brujas maccarthysta. Ya se ve que el tema, el galimatías político e ideológico, es complejo

El montaje gamberro y caleidoscópico sirve como vehículo a la farsa panfletaria de Robbins, un visceral libelo revisionista sobre una época, un país y una industria -la del espectáculo-. Para el ajuste de cuentas, Robbins se rodea de un extensísimo y soberbio plantel de actores que ponen todo su talento -que es mucho- al servicio de una sátira despiadada de extraordinaria factura visual y musical. Ruben Blades, Joan Cusack, Bill Murray y Barbara Sukowa son otros de los esforzados histriones de este disparate, que tiene varios momentos de una genialidad poco común. Y es que hay secuencias de un virtuosismo arrebatador: los avatares del mural de Rivera en el Rockeller Centre, la cena en el Club 21 de un Welles anegado en alcohol, la venta de un Da Vinci a un industrial yanky que suministra materias primas a la Italia fascista, la comparecencia ante el Comité del Congreso de la directora del Teatro Federal, y en fin, el desenlace con la representación surrealista del musical.

Si van a ver la película -vayan-, multipliquen por veinte la confusión que he pretendido describirles y no olviden que Robbins se quedó sentado junto a su esposa, cuando Elia Kazan subía a recoger el Oscar honorífico que le entrego la Academia por manos de Scorsese.

Ficha Técnica

  • Fotografía: Jean Yver Escoffier
  • Música: David Robbins
  • Montaje: Geraldine Peroni
  • País: EE.UU.
  • Año: 1999
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