Agnès Varda, fotógrafa, cineasta, artista

Agnès Varda, fotógrafa, cineasta, artista. La Academia de Cine Europeo le acaba de conceder el premio a toda su carrera. Rescatamos la entrevista que le hicimos en Sevilla

Siete vidas tiene el gato y Agnès Varda -fotógra­fa, cineasta y artista- dice de sí misma que tiene tres. No sabemos cuántas más le quedan porque la pre­cursora de la Nouvelle Vague, esposa de Jacques De­my, a sus casi ochenta y cinco años, tiene creatividad y energía para rato.

En estos días ha venido a Sevilla para presentar Las dos orillas de Agnès Varda, una exposición de ins­talaciones, fotografías y películas que puede visi­tar­se en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo hasta marzo de 2013, y para recibir el Giraldillo de Ho­nor a la trayectoria en el Festival de Cine Europeo ce­lebrado en noviembre en esta ciudad, donde se le ha dedicado una sección especial con obras como Clèo de 5 a 7 (1962), Sin techo ni ley (1985) o Los es­pigadores y la espigadora (2000).

FilaSiete ha tenido la oportunidad de hablar con ella y preguntarle por el cine, por el cine hecho por mu­jeres, y por su cine, desde esa atalaya privilegiada que dan más de cincuenta y cinco años dedicados al sép­timo arte y una óptica íntima, rompedora y social que ha dejado honda huella. En el rato que compartimos, varias personas se fotografían junto a ella y un grupo de franceses le regala una tarta con la que po­sa, divertida, colocándosela sobre la cabeza a mo­do de sombrero.

Agnès, ¿de dónde procede esa mirada única pa­ra acercarse a los objetos y a las personas que podemos ver ya en La Pointe-Courte, su opera prima en 1955? ¿Cómo hace para que la gente se le confíe de la manera en que lo hace?

Agnès Varda/ Tengo ojos para ver y orejas para es­cuchar. Soy un poco traviesa y me divierte ver co­sas que la gente no percibe. Pienso que cada persona es interesante, incluso las personas que no me gustan a primera vista. Como decía Andy Warhol, «todo el mundo tiene derecho a cinco minutos de celebridad». Uno se aproxima a la gente, la escucha y apren­de mucho. Además, yo no suelo hacer preguntas a banqueros, jefes de empresas, etc. Elijo personas a las que normalmente no dan la palabra: «oku­pas», espigadores, viudas.

Las viudas de Noirmoutier, por ejemplo. Son viudas que viven en una isla y que están doblemente so­las. El espectador puede escuchar la historia de cada una de ellas en la instalación e imaginar -sobre todo los hombres- la vida interior de la propia madre en ese estado.

En sus obras se introduce con frecuencia lo bio­gráfico. ¿Qué lugar ocupan usted y las cosas que ama -el mar, los gatos- en su propia obra?

A. V./ Cuando yo era joven escribía los comentarios y buscaba personas para decirlos, después empe­cé a narrar esos comentarios con mi propia voz. Más tar­de, ya vieja, he decidido aparecer de manera natural, pero tampoco muy a menudo, reflejando el pa­so del tiempo. En cuanto a mis amores, todo está en mis películas. Incluso en la tumba de mi gato tengo una instalación. ¿Has visto Las playas de Agnès? Ahí es­tá mi familia, todo.

El mar me apasiona. He vivido junto a él muchos años. La instalación Orilla del mar (2009) permite vi­vir dentro de tres sistemas: una fotografía sobre la que se proyecta una ola filmada y, después, arena real. Es una reflexión sobre mis tres oficios.

Agnès Varda, fotógrafa, cineasta, artista
Agnès Varda recibe de manos del alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, el Giraldillo de Honor a la trayectoria en el Festival de Cine Europeo celebrado en noviembre en la capital hispalense

Agnès Varda huye de las etiquetas como los ga­tos del agua hirviendo. Se la considera inspirado­ra de la Nouvelle Vague, icono del feminismo. ¿Qué tiene que decir a esto?

A. V./ Ser feminista es una actitud. Yo soy feminista y cineasta. Pero no me interesa hacer un cine mi­litante feminista. Las cuestiones feministas me pa­recen necesarias, pero fuera del cine. Si milito pa­ra algo es para un cine inteligente contemporáneo.

Agnès Varda recibe de manos del Alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, el Giraldillo de Honor a la trayectoria en el Festival de Cine Europeo celebrado en noviembre en la capital hispalense.

Usted cuestiona el cine como medio. ¿Es el arte un medio o un fin en sí mismo? ¿Cuánto hay de so­cial en su arte?

A. V./ Éste es un oficio de artesanos. Los cineastas no somos fabricantes de diversión, aunque eso no sig­nifica que tengamos que aburrir a la gente, pero mi objetivo no es hacer espectáculo o ganar dinero. An­te todo, soy una ciudadana.

Hasta hace no mucho tiempo pocas mujeres figuraban en los créditos como directoras o guionistas. Mucho le deben Bier, Sophia Coppola, Bo­llain, Bigelow, Scherfig y tantas otras. ¿Cómo ve a la vuelta de los años ese cine hecho por mujeres y la natural aceptación de las mujeres haciendo cine?

A. V./ Yo no soy la primera. Ha habido mujeres en el cine antes que yo, pero mi aportación fue hacer un cine contemporáneo. La Nouvelle Vague, la nueva ola, cambia la manera de hacer cine. En la actualidad, hay una cantidad enorme de directoras, directo­ras de fotografía, etc., sobre todo en Francia. Pero las toman en serio, las aceptan como profesionales, si las películas tienen beneficios, si son comerciales.

Discontinuidad, contradicción, diversidad. Hábleme de las dos orillas de Agnès Varda que dan tí­tulo a su exposición. Ficción-realidad, objetividad-subjetividad, Cinéma Verité y Nouvelle Vague.

A. V./ Estoy muy contenta con la exposición en el Mo­nasterio de la Cartuja. Se da una fusión entre el es­pacio y lo que pasa dentro de él. En mis obras trabajo la realidad, intento conocerla mejor pero en oca­siones lo real me inspira trabajos de ficción, como ocu­rre en La terraza de Le Corbusier. Esa fotografía me hace preguntarme qué podía haber ocurrido an­tes y después. La realidad nos acompaña y nos afecta y el arte nos ayuda a vivir. En mi obra no existe frontera entre documental y ficción, trabajo siempre en­tre ambas.

¿Qué lugar ocupa el espectador para usted y en qué se basa el diálogo que entabla con él?

A. V./ Existe ese diálogo. Tengo pruebas cada día de ello. Personas que me paran en la calle. Gente que me dice: «después de ver tal película tengo la impre­sión de haber encontrado una amiga». Y yo digo: «¡pero yo no os conozco tan bien!». El cine es un diálogo universal. Se establecen relaciones especiales.

Inclasificable, intrépida, se lanzó al cine sin sa­ber. ¿Cómo hace para mantener esa curiosidad, ese fino humor y ese inconformismo a la vuelta de los años?

A. V./ Olvidando que me duele la rodilla, olvidan­do que me duele la espalda, que ya no veo muy bien… Y, aprovechándome de los homenajes que me ha­cen, de la posibilidad de exponer en este maravilloso monasterio con un ambiente de paz que prepa­ra a la gente para ver mi trabajo. Intento apro­vecharme lo más posible de todo lo que me proponen. Ése es mi secreto.

A propósito y por último: ¿Qué significa un pre­mio a la trayectoria como el que le entregan en el Festival de Cine Europeo de Sevilla?

A. V./ Pues que es algo que sólo se da a los viejos. Soy vieja y lo tengo asumido. Y estoy impresionada por­que, cuanto más vieja soy, más acompañada estoy por gente joven que conecta con mi cine. Tengo la im­presión de que el gusto del público es inverso a mi edad.

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