La Princesa Mononoke, de Hayao Miyazaki: Belleza arrebatadora

· La Princesa Mononoke, de Hayao Miyazaki | Miyazaki (Tokyo, 1941) escribe un relato épico que bebe de la tradición histórica nipona con inusitada delicadeza, es decir, superando esa tendencia generalizada de Disney y Dreamworks a la simpleza bobalicona.

La Princesa Mononoke: Épica y lírica japonesas

Vaya por delante que acudí mal dispuesto a ver esta película. No me han gustado casi ninguna de las últimas películas de dibujos. Mientras los niños disfrutan (bendita infancia) yo me aburro mortalmente. Por otro lado, y por si les ayuda a contextualizar las opiniones que ahora les ofrezco, les confieso mi fascinación perenne ante algunos exponentes de ese arte llamado el comic: Hergé, Harold Foster, Giraud-Charlier, o si lo prefieren, Tintín, El Príncipe Valiente, El Teniente Blueberry, consiguen siempre mi entusiasmo. En lo literario, me tengo por un buen conocedor de la literatura de ficción, que aparentemente tiene más atractivos para ser llevada al cine de dibujos. La reciente épica sublime de Tolkien (1892-1973), o la fantasía deliciosa del Reino de Narnia, creado por C.S. Lewis (1898-1963), me son muy familiares. Mi entusiasmo me ha llevado a publicar varios estudios sobre el particular, rastreando el humus lingüístico -sagas nórdicas, leyendas celtas, literatura caballeresca, ciclo artúrico- donde germinan los días antiguos de la Tierra Media tolkieniana.

Pero vayamos a Mononoke. Primero al fondo, y después a la forma. Lo primero que despierta mi interés es que Miyazaki (Tokyo, 1941) ha escrito una historia épica que bebe de la tradición histórica nipona con inusitada delicadeza, es decir, superando esa tendencia generalizada de Disney y Dreamworks a la simpleza bobalicona. Ashitaka es un joven guerrero, el último del clan Emishi. Después de un encuentro con una bestia maléfica que amenazaba su poblado, Ashitaka recibe una herida que le obliga a viajar al encuentro de un antídoto. Su deambular le llevará muy lejos, al corazón de un bosque en pie de guerra. Los contendientes son una colonia minera que ha establecido una fundición de hierro y las fuerzas de la naturaleza, que se oponen a la destrucción del bosque. Miyazaki se declara un ferviente admirador de los western de Ford y Hawks. Es fácil establecer hermosos paralelismos con películas como Río Rojo (1948) o Centauros del desierto (The searchers, 1956).

La estética de La Princesa Mononoke tiene una belleza arrebatadora. El bosque, exuberante y delicado, parece pintado por un maestro de la escuela paisajista del medievo nipón. A pesar del esquematismo habitual del cine de animación a la hora de dar vida a los seres humanos, la película consigue zambullirnos en la iconografía de los señores de la guerra, de los hermosos atavíos, de las batallas, de la circunspección oriental en los diálogos. Llevar a la pantalla esta historia ambientada en el período Muromachi (siglos XIV-XV-XVI) ha supuesto una inversión de 3.500 millones de pesetas. Tres años de trabajo para generar 144.000 unidades dibujadas, a las que después se han aplicado las últimas técnicas informáticas que permiten tratar las imágenes para vigorizar su parecido con la realidad. Se nota en el look final de la película que Miyazaki ha sabido resistir a la tentación de usar indiscriminadamente el arma informática. Es está una diferencia de peso con las últimas producciones norteamericanas. Si hacen memoria, en películas como Tarzán, la tecnología informática es, por momentos, exasperante. El parangón de La princesa Mononoke no puede ser otro, hasta el momento, que El Señor de los Anillos (1978). La película del neoyorkino de origen ruso Ralph Bakshi no acabó de convencerme, porque creo que el underground Bakshi no tuvo la sabiduría que se precisa para destilar la densidad antropológica, moral y literaria de Tolkien. A la espera ilusionada estamos de la carísima versión en carne y hueso que ya ha rodado en Australia y lleva tiempo en fase de posproducción.

Personajes con entidad

En la creación de personajes, Miyazaki, logra un más que aceptable nivel de profundidad psicológica. No olvidemos que éste, y no otro, es el caballo de batalla del cine de dibujos. Mientras las cosas sigan como están, casi todo el cine de animación de gran presupuesto es tributario del público infantil, que las productoras se empeñan en infantilizar para regocijo de sus arcas. En USA, La Princesa Mononoke ha sido calificada con un PG 13, mientras que en España han bajado la edad a los 7 años. Una vez más los calificadores españoles meten la pata, porque he visto niños de 8 años desentenderse de la película y acusar el dramatismo trágico y la violencia de la historia.

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