70 Festival Cannes. Día 4. Los desnudos y los muertos

Se trata de la pervivencia de las salas. Empieza a cundir el desánimo. El último bastión del negocio del cine no es otro que las salas

70 Festival Cannes
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70 Festival Cannes. Día 4. Los desnudos y los muertos

70 Festival Cannes | El primer sábado del Certamen es el día de mayor afluencia al Palacio de Festivales. Cannes es el paraíso de los vendedores. Los agentes de ventas afilan sus catálogos y se disponen a realizar ingresos rápidos con películas clásicas –paquetes-, otras recién estrenadas y finalmente las joyas de la corona: las películas que todavía no existen.

Estas últimas son aquellas que se conocen como preventas. A veces ni siquiera hay un guión, los magos de la venta internacional consiguen elevar el valor de la puja. Se produce la subasta y tras ella se prevende el derecho del comprador a exhibir la película en un territorio.

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Normalmente ni siquiera hay guión, el arma clásica de los vendedores es el póster. Hay verdaderos clásicos del género como el actor Nicolas Cage cuyo rostro orla el slate de una decena de productoras. El sobrino de Coppola otrora ganador de un oscar no protagoniza seis películas al año. Su media es de tres. Pero su rostro vende y por eso los productores de todo el mundo pagan al actor en horas bajas para que apoye su estrategia y lo incluyen en el póster.

El septuagésimo Festival de Cannes está siendo una edición metafísica. Se plantea la propia supervivencia del modelo. Cuando hubo crisis previas propiciadas por el advenimiento de la televisión o el video doméstico, el cine siempre las superó desde dentro. El truco consistía en repartir más el pastel. La tarta no era más grande, era la misma. Pero se cortaban más porciones.

Sin embargo, en la actualidad, el debate llega a la raíz del hecho cinematográfico. Se trata de la pervivencia de las salas. Empieza a cundir el desánimo. El último bastión del negocio del cine no es otro que las salas. Pero su existencia se pone en duda. Los exhibidores cada vez lo tienen más difícil para cerrar sus ejercicios. Por eso, tal vez se imponga Netflix en algunos territorios. En otros, la batalla será cruenta, habrá bajas. La gran pregunta sería, por tanto, ¿los dos modelos pueden convivir? Parece que sí.

El experimento es sencillo. Y en un Festival bastante fácil de aplicar. ¿Cuántas de las películas más artísticas de la Sección Oficial ganarían enteros si se distribuyeran exclusivamente en formato VOD tras su estreno en festivales?

A Ciambra de Jonas Carpignano, sin duda, sería una de ellas. Cuando se habla de neorrealismo, Italia es el país que define el movimiento cuya fecha de caducidad marca Umberto D (1952). Pero los ecos del neorrealismo nunca se han apagado. Bien lo saben los programadores de festivales de todo el mundo. El cine de temática social suele acudir a estructuras ya conocidas, el neorrealismo es la más corriente. La propuesta de Carpignano se diría heredera del cine austero de Rossellini. El director afina su cortometraje del mismo nombre del año 2014, y entrega el protagonismo de la cinta a una familia gitana en su totalidad. Las relaciones de consanguinidad y las obligaciones familiares son la motivación del protagonista.

El experimento tiene un balance positivo. Se nota el concurso de Martin Scorsese asesorando en la confección del guión y del montaje. A Ciambra es una película poco complaciente pero que mantiene el interés en el difícil equilibrio entre trama y denuncia. Formalmente, sin embargo, la cinta no desarrolla nuevos conceptos y se contenta con seguir modelos de montaje y puesta en escena ya transitados. Pero es la viveza del protagonista y de todos los que le acompañan en cometidos secundarios la que hace de A Ciambra un trayecto muy recomendable.

Similares premisas formales sigue la producción que centró la mañana del Festival, 120 battements par minute, austero recordatorio del francés Robin Campillo a sus amigos muertos en la lucha de la comunidad homosexual contra el ostracismo al cual se sometía a las víctimas de la primera oleada del SIDA.

La evolución en el conocimiento de la epidemia hace que hoy se vean los hechos como remotos. Se trata de una película necesaria y al mismo tiempo limitada. Formalmente también es neorrealista, quizás de una manera perdidamente ficticia. Sin quererlo pone al día el debate sobre la vigencia de la ficción basada en hechos reales. Al menos queda como un ajuste cuentas con la hipocresía y la doble moral de la sociedad francesa.

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