Paterson, de Jim Jarmusch: ciudad, poema, personaje, película

· Paterson, de Jim Jarmusch: Decir que Paterson, la película, es una adaptación del poema Paterson de William Carlos Williams sería reduccionista.

Entre los años 1946 y 1958, William Carlos Williams, médico ginecólogo de día y poeta modernista e imagista de noche, parió Paterson, un extenso e insólito poema en cinco tomos en el que late el corazón de América.

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Setenta años después, Carlos William Carlos -como bromea el personaje de Laura invirtiendo el palíndromo-, o lo que es lo mismo, Jim Jarmusch, ese cineasta fetiche, minimalista e independiente cuyo cabello blanqueó a los quince años, le ha regalado su lúcida mirada en una película que también se llama Paterson. En ambos, el protagonista es Paterson, un hombre sencillo que ama a su mujer y transmuta la ciudad de Paterson (New Jersey) con su mirada poética.

«No recuerdo cuándo comencé a pensar en escribir un largo poema sobre el parecido que guarda la mente del hombre moderno con la ciudad. La ciudad que quería como mi objeto tenía que ser una que conociera hasta en sus más íntimos detalles. (…) De forma deliberada, elegí Paterson», escribió el escritor en la introducción al primer volumen de su obra.

¿Qué pensaría hoy el padre de ese poema creciente que surge de las cataratas Passaic, las remonta, se despeña con ellas y resurge en un intento de comprender al hombre, a la ciudad, a la patria; esas cataratas que permitieron el abastecimiento de energía a los empresarios británicos de mediados del siglo XVIII? Quizá, que la mente del hombre contemporáneo exigía esta aproximación fílmica. Que en la película pervive y aletea el propósito de su obra más total.

Decir que Paterson, la película, es una adaptación del poema Paterson de William Carlos Williams sería reduccionista. Porque su originalidad estriba en ser un auténtico poema audiovisual. Jarmusch adapta la estructura narrativa y roba «esas pequeñas cosas de América» del poeta pero no su forma visual:

¿Qué pensaría hoy el padre de ese poema creciente que surge de las cataratas Passaic, las remonta, se despeña con ellas y resurge en un intento de comprender al hombre, a la ciudad, a la patria; esas cataratas que permitieron el abastecimiento de energía a los empresarios británicos de mediados del siglo XVIII?

«Nada es original. Roba de cualquier lado que resuene con inspiración o que impulse tu imaginación -tienta el cineasta en su quinta regla de oro para hacer cine-. Devora películas viejas, películas nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones aleatorias, arquitectura, puentes, señales de tránsito, árboles, nubes, masas de agua, luces y sombras. Selecciona solo cosas para robar que hablen directamente a tu alma. Si haces esto, tu trabajo (y robo) será auténtico. La autenticidad es incalculable; la originalidad es inexistente. Y no te molestes en ocultar tu robo, celébralo si tienes ganas. En cualquier caso, siempre recuerda lo que dijo Jean-Luc Godard: ‘No es de donde sacas las cosas, es en donde las pones'».

¿No es éste precisamente el alimento de William Carlos Williams y de su personaje Paterson? Es razonable que Jarmusch se haya fijado en el poeta. Ambos nacieron en el Este de los Estados Unidos. Williams en Rutherford (New Jersey) y como médico trabajó en la vecina Paterson; el director de cine en Cuyahoga Falls, Akron (Ohio). El recuerdo de ríos precipitándose en cascada estaría presente en su imaginario. Los dos son hijos de padres inmigrantes europeos. Sus madres los introdujeron en el mundo de la cultura. La madre de Williams, portorriqueña de ascendencia francesa, era aficionada a la pintura. La de Jarmusch, de sangre alemana y checa, crítica de cine y teatro, le inoculó la literatura y con retardo el amor al séptimo arte. Ambos viajaron por Europa y regresaron a América donde intentaron crear una patria para el espíritu.

Hay datos que dan fe de esta afinidad. El director estudió literatura inglesa y americana con profesores vanguardistas. Su cine evita las estructuras narrativas tradicionales y se interesa más por el desarrollo de la atmósfera y los personajes que por el progreso de la trama. Pero son sus propias palabras las que lo condenan: «Prefiero hacer una película acerca de un tipo paseando a su perro que una acerca del emperador de China». Un perro, que en el filme es un bulldog inglés propiedad de Laura, su novia (interpretada por la actriz iraní Golshifteh Farahani), y que se llama Marvin, en clara alusión a The sons of Lee Marvin, la sociedad semisecreta de artistas que se parecen al actor, del que Jarmusch es fundador.

Paterson
Adam Driver y Golshifteh Farahani en Paterson (2016)

Siguiendo con la cita de Godard, el cineasta ha puesto en muy buen lugar las cosas robadas al poeta. El pillaje nos permite aproximarnos a William Carlos Williams, un poeta poco conocido en España. Quizá la película haya servido de acicate para que la editorial Lumen decidiera publicar este año su poesía reunida.

Paterson, de Jim Jarmusch: siete partes

Pisando sobre las huellas de Williams, Jarmusch se sirve de una técnica muy trabajada para simplificar su película. El poeta tomó como referencia la disección del día a día en el Ulises, de James Joyce, y la unió a la idealización de la realidad norteamericana de Walt Whitman, a la hora de dividir su obra en cinco cantos, que remontan y siguen el curso de las cataratas Pa­ssaic. Estudió el habla de la calle y empleó la técnica del collage, mezclando sus versos con dictámenes, citas e informes. Desechó la métrica y se dejó llevar por el verso libre, marcando el ritmo con la respiración y la entonación del habla y apoyándose en ese pie variable que representa casi pictóricamente los anhelos del poeta.

El cineasta estructura su película en siete partes que transitan el curso de una semana. Al modo del verso (que en latín significa ‘lo que vuelve’), cada «estrofa» comienza de la misma manera, con el plano cenital de Paterson y Laura en el momento del despertar. «Mentes como camas siempre tendidas», dice el poeta. Sin embargo, cada día las posturas son distintas y también varían levemente las manecillas del reloj.

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Paterson, de Jim Jarmusch: ciudad, poema, personaje, película. Driver es un conductor de autobús en Paterson (2016)

El ritmo interno del poema fílmico viene marcado por la cadencia de la rutina -los lamentos del supervisor, la conversación de los pasajeros del autobús, el almuerzo en la tartera, siempre iguales y siempre distintos- y algún acontecimiento destacable que Paterson comparte con su mujer al llegar a casa: el encuentro con la niña poeta que admira a Emily Dickinson (madre literaria de Williams), el incidente en el bar con el enamorado despechado…

El cineasta estructura su película en siete partes que transitan el curso de una semana. Al modo del verso (que en latín significa ‘lo que vuelve’), cada «estrofa» comienza de la misma manera, con el plano cenital de Paterson y Laura en el momento del despertar

Jarmusch adapta con gran acierto el pie variable del poeta a la rutina de un conductor de autobús, interpretado irónicamente por el actor Adam Driver. En alguna ocasión, el director ha dicho a la prensa: «Estoy realmente obsesionado con los fractales, variantes y la repetición de patrones, desde la música de Bach o los impresos de Andy Warhol. Adoro las variaciones, es una buena forma de estructurar».

La mayoría de los días, los versos del poeta-conductor -escritos por el poeta contemporáneo Ron Padgett– surgen de sus vivencias a bordo del autobús mientras en la pantalla, escritas a mano, vemos aparecer las palabras tal y como él las piensa y escribe en su cuaderno secreto, apuntaladas por la música. «El Sr./ Paterson se ha ido/ a descansar y escribir. En el camión uno ve/ sus pensamientos sentados y de pie. Sus/ pensamientos bajan y se derraman”, escribe Williams. Paterson articula el proceso de creación artística a partir de lo cotidiano, hasta que llega un día, el viernes, en que es la propia escritura, poco antes de arrancar el autobús, la que hace brotar la poesía y la música, como magma de un volcán.

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Los versos del poeta se transmutan en imágenes. «Paterson descansa en el valle bajo las cataratas Passaic»

«¡Dilo! No hay ideas sino en las cosas». Jarmusch pone el verso del poeta en boca del cantante Method Man, que interpreta un rapero que, con nocturnidad, busca inspiración en el ritmo regular y previsible de las máquinas de la lavandería, y que Paterson descubre mientras pasea a Marvin. Tiene, además, su expresión gráfica en la tendencia artística de Laura, su amor -en alusión quizá a la afición pictórica de la madre de Williams– por decorar la casa con dibujos en blanco y negro, muy al estilo Proyecto Idis de Duchamp, una de las influencias del poeta, junto con Brueghel y Matisse.

«No tienes que saber nada acerca de William Carlos Williams para ver la película -dice el realizador en una entrevista-. Si lo conoces, entonces quizá la película tenga un poco más de riqueza para ti. E incluso alguien que nunca ha oído hablar de William Carlos Williams ve la película y va a investigar sobre él, lo que significaría que hicimos algo bueno. Pero la intención no es didáctica».

El legado de Williams es la inspiración latente y aludida de las imágenes de esta obra hermosísima de Jarmusch. El poema Paterson ocupa un lugar en la estantería de Paterson, personaje del filme, en sus manos cuando le recita a Laura, en versión inglesa y japonesa, en su día a día.

Los versos del poeta se transmutan en imágenes. «Paterson descansa en el valle bajo las cataratas Passaic», el mismo donde el Paterson de Jarmusch reposa y escribe, y donde tiene lugar la entrega de un nuevo cuaderno secreto del que brotará de nuevo la inspiración tras la «tragedia». Las cerillas antiguas le dan su luz con la leyenda «Ohio blue tip matches», lugar que vio nacer al director pero muy al estilo de la época en que Williams escribió Paterson. Las referencias a músicos de la ciudad de Paterson de los 50 en el bar donde Paterson arriba en sus obligados paseos nocturnos al odioso Marvin. «Comenzar por los detalles/hacerlos generales».

Jarmusch debe mucho a Williams, pero lo que hace en esta película es más que adaptar su obra. En la epidermis, la película Paterson es el cuaderno secreto de un trabajador como tantos en América

Pero en Paterson película Williams se mezcla con los tesoros y anhelos más íntimos de Jarmusch, y da lugar a algo distinto: su amor de toda la vida -la realizadora independiente Sara Driver, ¿casualidades?-. («Un hombre como una ciudad y una mujer como una flor/ -enamorados»); su deseo de tener hijos, traspasado aquí a Laura que fantasea con gemelos, y que Paterson empieza a ver por todas partes -alusión de nuevo a la repetición en Williams-.

«Pero, ¿cómo encontrarás belleza si está encerrada en la mente, pasada toda protesta?», encabeza Williams el prefacio de Paterson. Y es lo que Laura trata de decirle cuando le insiste en que publique su obra para que todos la conozcan. En la promesa de Paterson a su musa de trabajar en esa publicación el sábado –macguffin que atraviesa toda la película-, se apoya la tensión dramática del filme. «Paterson ha envejecido/el perro de sus pensamientos se ha encogido/ hasta no ser más que «una carta apasionada» para una mujer”.

Jarmusch debe mucho a Williams, pero lo que hace en esta película es más que adaptar su obra. En la epidermis, la película Paterson es el cuaderno secreto de un trabajador como tantos en América. En la capa literaria, la adaptación de los versos de Padgett y la captación del alma del poema de William Carlos Williams. En su lectura cinematográfica, el paso de la poesía de lo cotidiano al lenguaje del cine.

«Rigor en la belleza, esa es la búsqueda». Jarmusch busca, indaga. A la cuarta dimensión del tiempo -como recita la voz en off en Paterson– añade la quinta de la repetición que por medio del pensamiento artístico y del amor permiten huir de la rutina. Nadie había hecho esto así en el cine. Todo es igual y nada es lo mismo.

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