La Bella y la Bestia (1991), de Gary Trousdale, Kirk Wise (parte 2): El precioso antecedente de Cocteau

· La Bella y la Bestia 1991 | Con todo, la principal aportación de Cocteau a la historia es el personaje de Avenant, interpretado por Jean Marias, quien ac­túa también como la Bestia y el Príncipe.

El mito de la bella y la bestia ha sido llevado al cine muchas veces. Solo en la época muda se realizaron seis versiones de esta historia, aunque todas ellas sean absolutamente desconocidas y la mayoría con una duración inferior a los trein­ta minutos.

Realmente, versiones fílmicas del cuento clásico que hayan pa­sado a la historia solo hay una: La Belle et la Bête (1946), de Jean Cocteau. Esta película -simbólica, lírica, deliciosamente sugerente- ha quedado para siempre como ejemplo paradigmático de lo que debe ser una adaptación cinematográfica: porque Coc­teau, siendo absolutamente fiel a la trama y al espíritu de la fábula, aporta un punto de vista muy personal y la convierte en una perfecta obra de autor.

Ya en el prólogo, nos invita a retornar al mundo inocente de nues­tra infancia para poder paladear su historia:

«Los niños tienen una fe absoluta en lo que les contamos. Creen que arrancar una rosa puede traer la desgracia a una familia; que las manos de una bestia humana empiezan a echar humo cuando mata; y que esa misma bestia se siente en cambio avergonzada por la presencia de una muchacha en su casa. Ellos­ se cre­en miles de cosas que nosotros consideramos ingenuas. Yo os pido a vosotros un poco de esa misma inocencia. Y, para que pue­da funcionar la magia de este cuento, dejadme empezar con esas tres palabras que son el ‘Ábrete, Sésamo’ de nuestra infancia: Érase una vez…».

Hay una doble intención en ese canto a la inocencia. Por una parte, el deseo de recapturar el misterio, cruel y maravilloso a un tiempo, de la imaginación infantil. Por otra, la nostalgia de un mun­do ingenuo, perdido definitivamente tras los horrores de la Gue­rra Mundial. La Francia ocupada por Hitler es la bella muchacha encerrada en el castillo; la bestia que le acosa es Alema­nia; y la rosa, la juventud sacrificada en flor. En ambas lecturas, la infantil y la bélica, el filme funciona como un gigantesco símbolo del amor y la belleza, de la amistad entre dos seres opuestos, de la redención del uno por la generosidad del otro. Y eso es algo que un niño entiende mejor que un adulto.

Adaptación de la historia

Para contar esta historia, Cocteau necesitó adaptar la trama en al­gunos puntos. Reunió en uno los tres hijos del mercader -de es­casa importancia en la fábula de Beaumont– y asignó a éste la cau­sa de la ruina familiar: en vez de la especulación paterna es aho­ra la dilapidación del hijo y su afición al juego lo que acarrea esa triste situación. También las hijas cambian en el filme: en vez de casarse rápidamente, permanecen solteras como pago a su va­nidad. Otros detalles de la trama se adecuan a una concepción más realista o más asequible para la filmación: la tormenta de nie­ve se convierte en fuerte vendaval; desaparecen el hada buena y los sueños de Bella; y la transformación final del castillo se cam­bia por una mística elevación de Bella y el Príncipe hacia unos cielos que simbolizan la eternidad de su amor y su definitiva redención de lo mundano.

Con todo, la principal aportación de Cocteau a la historia es el personaje de Avenant, interpretado por Jean Marias, quien ac­túa también como la Bestia y el Príncipe. Avenant, que en fran­cés significa atractivo, es un hermoso joven, amigo de la familia, que está enamorado de Bella. A sus continuas propuestas de matrimonio ella responde siempre con evasivas, pues su padre y su familia la necesitan en casa. Al final, la apariencia afable de Avenant desaparece y deja al descubierto su alma egoísta; por el contrario, la muchacha descubre el alma noble y generosa de Bestia bajo su fea apariencia.

La introducción de este personaje refuerza el contenido de la fábula y cierra la historia con un desenlace más sugerente: al tiempo que Avenant fallece, víctima de su codicia, la Bestia renace por el amor de Bella; y mientras aquel pierde su hermosura, este la recupera tras años de negro hechizo. Esa transformación de ambos (de Avenant en bestia, y de Bestia en atractivo), con intercambio de máscaras e identidades, se presta a un hábil juego de conceptos opuestos (fealdad-hermosura, realidad-apariencia) que condensa la síntesis temática del relato: la verdadera belleza e identidad de una persona está en su interior, en su alma.

Realizada en duras condiciones, por la penuria de la Guerra Mun­dial, la película fue producto de la enorme fe que Cocteau puso en ella. Enfermaron, uno tras otro, los actores principales; y Cocteau, que también enfermó pero que nunca guardó cama, tu­vo que alterar casi a diario el inicial calendario de rodaje para evitar su cancelación definitiva.

Después de esta hubo otra versión moderna de Beauty and the Beast, dirigida en 1987 por Eugene Marner e interpretada por Re­­becca DeMornay y John Savage. Pero esa cinta, producida en Esta­dos Unidos por Menahem Golan, no fue ni un pálido reflejo de la de Cocteau. Y los críticos franceses, que acudieron en masa a su estreno en el Festival de Cannes, se apresuraron a cer­tificarlo en sus reseñas.

Desde 1946, el mito de La Bella y la Bestia buscaba anhelante una nueva actualización para la pantalla. De ahí que la versión pro­ducida por los Estudios Disney se esperara con tanta expectación. Era un desafío que ni el propio Walt Disney había logrado realizar.

La Bella y la Bestia (1991), de Gary Trousdale, Kirk Wise (parte 1)

La Bella y la Bestia (1991), de Gary Trousdale, Kirk Wise (parte 3)

La Bella y la Bestia (1991), de Gary Trousdale, Kirk Wise (parte 4)

La Bella y la Bestia (1991), de Gary Trousdale, Kirk Wise (parte 5)

 

Suscríbete a la revista FilaSiete