Lo que el viento se llevó (1939), de Victor Fleming (parte 3): Búsqueda de actores

Escarlata estaba tan introducida en los hogares americanos que la selección de una estrella conocida podría quitarle frescura al personaje.

En julio de 1936, tras un año de intensas y agotadoras producciones, David O. Selznick se toma un mes de vacaciones en Hawai y lee por fin Lo que el viento se llevó. Entonces comprende que tiene por delante el mayor proyecto de su vida. Y empieza a trabajar la historia. Uno de los primeros problemas que debe afrontar es la popularidad de la novela. Porque el anuncio de la película desata en todo el país elucubraciones acerca de quién debe interpretar a los protagonistas. Las opiniones, quinielas y disputas sobre qué actriz debe ser Escarlata y qué galán debe interpretar a Rhett Butler no hacen más que acrecentar las dudas de David. Unos apuestan por la Hepburn, otros creen que la ideal es Paulette Goddard -compañera sentimental de Chaplin-, y los menos confían en una Joan Crawford que, de obtener el papel, deberá disimular con el maquillaje al menos diez años de edad.

Pero a Selznick no le convence ninguna actriz. Escar­la­ta está tan introducida en los hogares de Estados Uni­dos que la selección de una estrella conocida podría qui­tar frescura al personaje de la heroína. Además, seleccionar a una conocida supone el rechazo de quienes no la adoran. Finalmente, David decide organizar un concurso nacional en busca de Escarlata O’Hara. La propuesta es acogida con entusiasmo por el público femenino, y es­to convierte la preparación de Lo que el viento se llevó en la comidilla de todo Estados Uni­dos. Pero esta afanosa búsqueda de la actriz protagonista persigue también otro objetivo que Selznick ha pre­visto cuidadosamente, y que está relacionado con el galán del filme.

¿Quién puede ser Rhett Butler?

En la encuesta realizada ese mismo verano, el gran público se manifestó unánime a la pregunta de quién debía ser el protagonista. Todos coincidieron en el mismo nombre: Clark Gable. Para toda América, únicamente él podía ser Rhett. Pero el actor estaba bajo contrato con la Metro, y si Selznick lo quería debía negociar con el mismísimo león de los estudios, Louis B. Mayer, quien estaba dispuesto a cederle a Gable a cambio de que David volviera a trabajar para él, haciendo la película con la MGM. Selznick se negó: mucho le había costado su independencia como productor y no estaba dispuesto a venderla ahora, en el mejor momento. Tras esa negativa Mayer suavizó su postura: le dejaría a la estrella y pondría la mitad de los 2’5 millones de dólares en que se presupuestaba la producción a cambio de los derechos de distribución en todo el mundo y el 50% de los beneficios netos durante los primeros siete años. A Selznick no le desagradaba esta segunda opción, pero había un grave impedimento: un contrato firmado por él con la United Artists le obligaba a distribuir con esta compañía todas las películas que hiciera hasta 1939, lo que suponía paralizar la producción dos años si quería conseguir a Clark Gable.

Todavía estaba sumido en la duda cuando la Warner Bros entró en el juego: le cedía a Errol Flynn, Olivia de Havi­lland y Bette Davis en el papel de Escarlata a cambio del 25% de los beneficios. Pero Selz­nick tenía muy claro que ninguna estrella de Holly­wood -y menos la Davis– sería la protagonista de su película, y rechazó de plano la oferta.

Decidido a buscar otros actores que pudieran encarnar a Rhett, David se fijó en Gary Cooper, entonces ba­jo contrato del más famoso productor independiente de Hollywood: Samuel Goldwyn. Inexplicablemente, és­te acabó por negarse a cualquier tipo de cesión de su es­trella.

Después de este largo viaje a ninguna parte, Selznick volvió de nuevo al principio y reanudó las negociaciones con la Metro. Finalmente no tuvo más remedio que acep­­tar las condiciones para tener a Clark Gable. Al fin y al cabo, era a él a quien había escogido el público. Pe­ro si no podía empezar la producción hasta dentro de dos años para que la Metro pudiera distribuirla, ¿cómo mantener viva la atención de la gente?, ¿cómo lograr que Lo que el viento se llevó siguiera creando expectación hasta el día de su estreno? Selznick encontró la solución en un gran concurso. Y así empezó la gigantesca búsqueda de Escarlata. En los meses siguientes, varias caravanas cruzan Norteamérica de punta a punta para realizar pruebas a todas las mujeres que lo deseen. Al final, más de 1.400 habrán sido Escarlata por un día, y lo contarán mil y una veces a sus hijos y a sus nietos.

Lo que el viento se llevó (1939), de Victor Fleming (parte 1)

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