Inicio Artículos A fondo Adelardo Fernández Arias

Adelardo Fernández Arias

Su vida fue tan novelesca que pasó sus últimos años dando con­ferencias en teatros y centros cultu­ra­les en los que relataba sus viajes y aven­turas por medio mundo

Adelardo Fernández Arias (a la derecha) atendiendo una visita en su despacho

Adelardo Fernández Arias: Grandes olvidados del cine español

A pesar del éxito que obtuvo con Asesinato y entierro de Don José Canalejas, Adelardo Fernández Arias retomaría su relación con el cine casi diez años después, pero en Italia.

Resulta difícil definir a este hombre na­cido en Úbeda (Jaén) el 6 de noviembre de 1880, dedicado al periodismo (co­mo editor, director y corresponsal), la política, la diplomacia (fue cónsul en Ma­nila, Shanghai, Ciudad del Cabo y Mé­xico DF), la literatura (novelas, tea­tro y zarzuelas) y el cine, tanto en su fa­ceta de director, productor y guionista como en la de actor; es decir, todo un ejemplo de versatilidad aunque en otras facetas, como se verá, no resulte es­pecialmente ejemplar.

Tras una breve etapa como diplomático y periodista, viajó a México, donde se incorporó a la compañía teatral del di­rector y actor español Juan Ba­laguer. Descubrió su afición a la interpretación pero cuando regresó a ca­sa su familia se opuso a que continua­ra con su carrera como actor, por lo que de­cidió dedicarse a la abogacía y al mis­mo tiempo a la escritura y al periodismo, en el que pronto conseguiría una cier­ta celebridad. En El Heraldo de Ma­drid empezó a escribir con el seudóni­mo de «El Duende de la Colegiata», que tan célebre le hizo y que tantos pro­blemas y quebraderos de cabeza le oca­sionó, entre otros un gran número de duelos a sable, de los que salió victorioso, como él mismo se jactaba en al­guna entrevista. Tal co­mo señaló en su momento el diario ABC, tuvo una vi­da «animada por ruidosos incidentes, es­cándalos, puñetazos, de­safíos… Hu­bo una semana en que Adelardo Fer­nández Arias se batió tres veces». Su espíritu aventurero le llevó incluso a sumarse a una conjura monárquica en Por­tugal en 1912. Ese mismo año, el 12 de noviembre, había sido asesina­do en ple­na Puerta del Sol el Presidente del Go­bier­no, José Canalejas. El magnicidio, a ma­nos de un anarquista, sobrecogió a la so­ciedad española y fue el germen de una película de gran notoriedad.

El reportero gráfico Enrique Blanco ro­dó la capilla ardiente con la presencia de importantes dirigentes políticos, el ca­dáver del asesino, así como las honras fú­nebres. Pero este conjunto de imáge­nes que hoy en día tienen un valor in­du­dable por su carácter testimonial, se enriquecieron notablemente con la apor­tación de Fernández Arias, que lo­gró convencer a Blanco para recrear el asesinato. Rodaron en el mismo escenario del crimen con un actor especializa­do en caracterizaciones, Ra­fael Arcos, que encarnó al Primer Ministro, y un completo desconocido en la piel del anarquista, José Isbert, años des­pués uno de los intérpretes más populares del cine español, gracias a su pa­pel de alcalde en Bienvenido Mr. Marshall.

Asesinato y entierro de Don José Canalejas se estrenó en un contexto de mu­cha preocupación porque, apenas dos semanas antes, una falsa alarma du­rante una proyección en Bilbao había pro­vocado el pánico entre los espectadores; murieron 44 niños y 2 adultos, aplas­tados por la multitud en su intento de abandonar precipitadamente el re­cinto. La película, de corta duración y dis­ponible en Youtube, se estrenó justo un mes después del magnicidio, el 12 de diciembre de 1912, y tuvo un gran éxi­to en toda España porque el público sa­lía completamente conmocionado al creer estar asistiendo a la proyección del auténtico magnicidio, recreado con in­teligencia en un único plano de 30 se­gundos. Fuera de España también logró una notable difusión; solo en Inglaterra circularon más de 70 copias.

A pesar del éxito de la película, fue el único título que realizaron al alimón En­rique Blanco y Adelardo Fernández Arias, que retomaría su relación con el cine casi diez años después, pero en Italia. Instalado en Turín, su capital ci­nematográfica, emprendió una notable trayectoria en este país. Uno de los ar­gumentos empleados para justificar su estancia en Italia es que en España ha­bía tenido problemas con la justicia a raíz de Asesinato y entierro de Don Jo­sé Canalejas; esa excusa fortalecía su vin­culación con el cine y le daba cierto aire de malditismo, siempre tan bien con­siderado en ámbitos artísticos.

En Turín sus primeros pasos fueron co­mo actor y resultó muy bien recibido por la prensa especializada: «estimado ac­tor, que tanto ama nuestro Arte como pa­ra dejar la honorífica y remunerada pro­fesión de jurista para entregarse por com­pleto a la interpretación cinematográfica». Entre sus primeras películas se en­cuentran Chi l’ha ucciso, Il miste­ro de­gli spettri y Jack Forbes contro Robi­net, protagonizadas por él y en las que en­carnaba a un detective. Uno de sus tí­tulos más populares fue El yate misterioso, precisamente de los pocos que se con­servan de su fecunda etapa italiana. Tras estas primeras películas, Fernández Arias comenzó a ser tenido en cuen­ta no solo como actor sino también co­mo autor de los guiones dada su capacidad para escribir novelas y dramas (te­nía entonces diecisiete producciones tea­trales en su haber). Asimismo, tras una mala experiencia, decidió producir por su cuenta.

Para su primera compa­ñía eligió una pa­labra en castellano, «Victoria Film», con­tó con la partici­pa­ción de sus hijas An­gela y Zelia Arias, la presentó en so­ciedad y publicó anuncios a doble pá­gina en destacadas revistas de cine de la época. Sin embargo, al ca­bo del po­co tiempo tuvo que cerrar la compañía; recibió una oferta para ha­cer cine en Barcelona, pero prefirió se­guir en Ita­lia. Tras participar en producciones aje­nas, fundó otra empresa con nombre español, «Julia Film», en ho­nor a la ac­triz de teatro Giulia Cos­ta, su gran fi­chaje, y se trasladó a Mi­lán. Al poco de estar en esta ciudad se ins­taló en Sui­za por motivos familiares. Allí pensaba seguir dedicándose al cine pe­ro no como actor, guionista, productor o di­rector como hasta ahora, sino como ex­hibidor; había ideado un ambicioso plan para abrir 14 salas en 14 ciudades, pe­ro al cabo del poco tiempo regresó a Tu­rín, donde tuvo un estudio de cine, y si­guió dirigiendo esta vez con el sello de «Titán Film».

Para nombrar la última compañía con la que estuvo en activo recurrió a su apellido materno, «Arias Films»; en­tre sus últimas producciones se en­cuentra Il delitto della piccina, otra de sus películas más significativas y que, afortunadamente, se conserva en una cinemateca europea. También fue muy destacada L’enigma della Casa Bian­ca, que se pudo ver en España, Fran­cia, Bélgica e Inglaterra, un amplio nú­mero de países de Iberoamérica, así co­mo Canadá, China, Egipto y Turquía.

Tal vez desilusionado con el cine, Adelardo Fernández Arias decidió poner fin a es­ta larga etapa y emprendió una nueva lejos de Europa, en Argentina. En 1924 embarcó rumbo a Buenos Aires don­de retomó su labor como periodista; incluso fue corresponsal del diario Crí­tica en Berlín, donde asistió a los pro­legómenos del nazismo (de hecho, es­cribió poco después: «Hitler, el salvador de Alemania», título que no presagia­ba gran­des dotes de clarividencia), y testi­go, como enviado especial, de la lucha por la independencia en India, con Gan­dhi como uno de sus más significativos líderes.

Tras su etapa argentina, Adelardo Fernández Arias regresó a España, donde vivió los con­vulsos años 30: la caída de la monarquía, la proclamación de la II Re­pública y la Guerra Civil. En esa década tam­bién llegó a ser corresponsal en Es­tados Unidos del diario ABC, a es­ta etapa pertenece su encuentro con el Presidente Hoover y la cobertura del se­cuestro del hijo del aviador Charles Lind­berg, notablemente publicitado.

Tras su regreso a España, en 1933 re­cuperó la publicación El Duende, con la que se había hecho muy popular dos dé­cadas antes. Su relanzamiento se anticipó en unos meses a la presentación de la Falange Española, pero en ella se hacía apología no solo del fascismo («¿cuán­do podría darse en España el es­pec­táculo de las formaciones que hemos visto en la parada de Nürnberg?») si­no también de un feroz antisemitismo («¿quién sabe… si es cierto que los ju­díos alemanes que huyen de Hitler vie­nen a España para absorber nuestro di­nero?», «¿Qué hay peor que un judío? Dos» «¿Quieres demostrar que tienes talento? ¡Sácale dinero a un judío!» «Antes que dejarte explotar por un judío, suicí­date»), más propio de la Alemania na­zi que de un país donde, como conse­cuen­cia de la expulsión por orden de los Reyes Católicos, no había.

Dados estos antecedentes, la revista fue prohibida en más de una ocasión y él, detenido en la cárcel Modelo de Barcelona. Como la sublevación del 18 de ju­lio le sorprendió en Madrid, no debió ex­trañarle que fuera conducido a una che­ka, de donde salió casi milagrosamente. Unos años antes en Viena había ayu­dado a un español en una situación bas­tante precaria y este mismo hombre era el que estaba al cargo de su vigilan­cia, así que, sin pensárselo mucho, le di­jo que huyera rápidamente. Pudo refugiarse en la embajada de Argentina y des­de allí unirse a los sublevados pa­ra vol­ver a editar El Duende, cargada de so­flamas («La mujer que incita a un hom­bre joven para que no vaya al fren­te es una traidora», «La Patria necesita: tu trabajo, dáselo; tu dinero: dónaselo; tu vida: entrégasela») y libelos contra lí­deres republicanos. Sus vivencias en la capital asediada durante la Guerra Ci­vil quedaron condensadas en el libro Ma­drid bajo el terror.

Su vida fue tan novelesca que hasta po­co antes de morir, en noviembre de 1951 en Barcelona, Adelardo Fernández Arias pasó sus últimos años dando con­ferencias en teatros y centros cultu­ra­les en los que relataba sus viajes y aven­turas por medio mundo.

Suscríbete a la revista FilaSiete

Salir de la versión móvil