Alberto Closas: Grandes olvidados del cine español
Tras Muerte de un ciclista, Alberto Closas participó en 1962 en otro gran éxito por el que aún es hoy recordado, La gran familia; cobró 600.000 pesetas, una fortuna para la época.
La editorial Cátedra publicó recientemente, dentro de la colección «Signo e Imagen», una muy trabajada y documentada biografía sobre Alberto Closas, prologada por el prestigioso escritor Eduardo Mendoza. Sus autores son Francis Closas y Silvia Farriol, quienes han sumado el conocimiento cercano por su vínculo familiar con la dedicación de varios años de investigación para sacar a la luz la figura de este actor, imprescindible en el cine español y que permanecía en el olvido desde su muerte, hace más de 25 años. Dado que el 3 de octubre de 2021 será el centenario de su nacimiento en Barcelona, la publicación de este libro no ha coincidido con esta efemérides por apenas un año. Alberto Closas Lluró presumía de catalán, y de hecho la fotografía que ilustra la portada de la biografía está tomada en un recital de poesía catalana que tuvo lugar en Buenos Aires a principios de los años 50; era su lengua materna y la que se hablaba en casa. Como recuerda en el libro Juan Mariné, una institución del cine español, Closas siempre saludaba al llegar al rodaje con la expresión «som collonuts!» («¡somos cojonudos!»). Su padre, el prestigioso jurista Rafael Closas, era un destacado masón que ocupó altos cargos en la Generalitat de Cataluña durante los mandatos de Macià y Companys, mientras que su madre, Teresa Lluró, estuvo muy implicada en la reivindicación del papel de la mujer en la sociedad. En enero de 1939, pocos días antes de la entrada del ejército de Franco en Barcelona, la familia emprendió el duro camino del exilio rumbo a Francia, donde los hijos mayores del matrimonio habían estado estudiando varios meses.
Como reconocía el propio Alberto Closas en unas declaraciones a la revista Semana a finales de los años 80, «estaba programado para abogado, político o diplomático. No, desde luego, para actor. Si no se me hubiera cruzado la Guerra Civil y sus consecuencias, seguro que no lo habría sido». Tras una deslumbrante estancia en París, donde se despierta su espíritu de «bon vivant», Closas y su hermano mayor no tienen más remedio que abandonar el país tras el inicio de la II Guerra Mundial y encontrarse los dos en edad de ser llamados a filas; el destino sería Buenos Aires, donde vivía uno de sus tíos, pero en esta ciudad no llegaron a estar ni un año porque las perspectivas laborales no eran de su agrado (su tío trabajaba en la construcción), de modo que emprendieron un nuevo viaje rumbo a Santiago de Chile donde estaban exiliados unos amigos de su hermano mayor vinculados con el negocio de las salas de cine en Barcelona. Entre todos abrieron una agencia de publicidad que dio muy buenos resultados por sus ideas innovadoras, especialmente en la radio. Los hermanos Closas mantenían un estrecho contacto con los círculos artísticos de los exiliados españoles; uno de ellos era Santiago Ontañón, escenógrafo, director y actor vinculado con la Generación del 27, que había trabajado con Lorca y Alberti. Fue Ontañón el primero en apreciar la capacidad interpretativa de Alberto Closas y quien le animó a que probara suerte como actor. Así, gracias a su insistencia, acudió a una entrevista en la Academia de Arte Dramático donde le esperaba su fundadora, Margarita Xirgú; este encuentro le cambió la vida por completo, tanto que durante su larga trayectoria profesional siempre colocaba una foto de ella en cada camerino. Los cuatro años que estuvo trabajando con su preceptora fueron decisivos para su formación como actor y para cincelar un nombre de prestigio. Tuvo la fortuna, además, de llamar la atención de un primer representante en su debut sobre las tablas, que le consiguió, al cabo de pocos días, su primer papel en el cine.
Margarita Xirgú con el teatro y ese primer papel en una película, Nada más que amor, abrieron en 1943 las puertas de Buenos Aires a un joven Alberto Closas. En esta ciudad volvió a ser tentado, en este caso por un cazatalentos, que le hizo una singular oferta para convertirle, mediante una campaña de prensa e imagen, en un actor muy popular y deseado. En su segunda película argentina, La pródiga, coincidió con una desconocida Eva Duarte, que acabaría convirtiéndose en un icono nacional, Evita. Closas fue testigo privilegiado del ascenso al poder de Perón y de cuanto sucedió.
Su regreso a España tuvo lugar una década después, en 1954, y por la puerta grande, como protagonista de Muerte de un ciclista, de Juan Antonio Bardem; éste había visto algunas de la treintena de películas rodadas en América del Sur y había aceptado la propuesta de sus productores Benito Perojo y Cesáreo González. Dada la fama del actor, las autoridades franquistas tampoco pusieron impedimento a su retorno aunque sí a la película, a la que consideraron «gravemente peligrosa» y a la que impusieron un final que resultara ejemplar. Fue estrenada en el Festival de cine de Cannes, donde logró el Premio de la Crítica Internacional. Closas no olvidó el teatro, su gran pasión, y en abril de 1955 estrenó su primera obra en Madrid, comenzando una larga carrera sobre las tablas prolongada hasta poco antes de morir. Durante 15 años no se conformó solo con representar papeles sino que también dirigió ocho obras con desigual fortuna. Gracias al teatro no perdió el vínculo con Argentina, donde estrenó una docena de de ellas. Asimismo, actuó en París, gracias a su perfecto dominio del francés.
Tras Muerte de un ciclista, intervino en producciones de menor relevancia, incluso de destacados cineastas como Nieves Conde, Neville, Vajda y Forqué, hasta que participó en 1962 en otro gran éxito por el que aún es hoy recordado, La gran familia; cobró 600.000 pesetas, una fortuna para la época, pero amortizada gracias a las 47 semanas que estuvo en cartel y a las ventas que se hicieron por todo el mundo, incluida la Unión Soviética. Tres años después se rodó la secuela y ya en plena democracia, en 1979, la que cerraría esta trilogía. Por películas como ésta, que sintonizaba muy bien con la filosofía imperante en la España de los años 60 y por su amistad con personas muy cercanas al poder, Alberto Closas, pese a su condición de exiliado, llegó a ser considerado durante una época como el actor del régimen, calificativo que nunca desmintió. Tampoco encontró incompatible considerarse republicano con su actitud de servicio al «juancarlismo»; eso sí, se consideraba de «derechas de toda la vida» y admiraba la política de Jordi Pujol en los años 90 de catalanismo compatible con el apego español. Quizás estas contradicciones le convertían en un personaje aún más especial, capaz de mostrar su cercanía con Neruda, León Felipe, Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti, a la vez que mantener un buena relación con el almirante Carrero Blanco. Como es definido en el libro, Alberto Closas siempre fue un «homme à femmes», un donjuán, algo que corroboran sus seis matrimonios y algunas relaciones duraderas pero, por encima de todo, un apasionado del teatro y tal vez el mejor discípulo de Margarita Xirgú.
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