Amparo Muñoz: Grandes olvidados del cine español
Tras su paréntesis como Miss Universo, su primera película fue la anodina Sensualidad, en la que compartía cartel con Fernando Fernán Gómez, uno de sus actores favoritos.
Hace diez años, el 27 de febrero de 2011, falleció Amparo Muñoz. Tenía entonces 56 años y dejaba atrás una filmografía al alcance de muy pocos, con su nombre asociado al de algunos de los mejores directores de la época: Carlos Saura, Vicente Aranda, Antonio Giménez-Rico, Jaime Chávarri y Fernando León de Aranoa.
En noviembre de 2005, pocos años antes de su fallecimiento por enfermedad, el periodista y escritor granadino Miguel Fernández firmó junto a la propia Amparo Muñoz el libro La vida es el precio. En la actualidad, se encuentra ultimando La vida rota. La biografía definitiva de Amparo Muñoz para Roca Editorial, que será publicada en junio y que arrojará más luz sobre la vida de esta mujer que conoció la gloria pero que también vivió muy de cerca el infierno de las drogas. Precisamente, tras la lectura de estas memorias, se puede deducir que tuvo muy mala suerte en la vida y que fue tratada frecuentemente como un objeto por su belleza; de hecho, el principal afán de directores y productores era mostrarla desnuda ante la cámara, por muy gratuito que pudiera resultar, como se puede apreciar en algunas películas.
Amparo Muñoz Quesada nació en Vélez-Málaga el 21 de junio de 1954 y su principal sueño era ser actriz. No pretendía encaminar sus pasos hacia esos concursos de belleza que tanto se popularizaron en los años 70, pero el director del periódico Sur la animó a presentarse al de Miss Costa del Sol. Ese premio supuso abandonar su Málaga querida en 1973 para no regresar hasta tres décadas después, “enferma y desorientada”, y con la amenaza de un grave tumor cerebral, como plasmaba en sus memorias.


Tras ganar el título de Miss España, donde conoció a Chicho Ibáñez Serrador, miembro del jurado, recibió la primera oferta para trabajar en el cine de manos del productor José Luis Dibildos. Éste escribió junto a José Luis Garci, entonces todavía guionista, Vida conyugal sana, con Ana Belén y José Sacristán al frente del reparto. El papel de Amparo Muñoz era bastante testimonial pero suficiente para esa primera toma de contacto con alguien que ansiaba dedicarse al cine. Como recuerda Máximo Valverde, por entonces un destacado galán del cine español, él contribuyó a que Vicente Aranda le ofreciera, tras un par de pruebas, su primer papel importante en la citada Clara es el precio, que protagonizaba junto a Juan Luis Galiardo. En sus memorias, Amparo Muñoz alude a los buenos recuerdos de aquel rodaje, especialmente gracias a Aranda, que “no hacía más que repetir que la cámara se había enamorado de mí. Vicente sabe crear un clima muy agradable entre sus actores, me hizo fácil la tarea. Con él descubrí otra forma de amar el cine. Salvo con Fernando León de Aranoa, no he estado tan cómoda con ningún director”.
Aún no habían pasado seis meses cuando llegó una nueva propuesta, Tocata y fuga de Lolita, también producida por Dibildos pero con Antonio Drove de director y Arturo Fernández de compañero de reparto. Las tres se rodaron antes de la decisiva cita en Manila, donde se dirimiría en julio de 1974 la ganadora de Miss Universo; conscientes de la publicidad que implicaba, los productores tenían puestas sus esperanzas en este premio para un mejor lanzamiento de los títulos.
Lo que debía ser un sueño acabó convirtiéndose en una pesadilla que la condujo a renunciar al trono, la primera Miss en hacerlo, apenas seis meses después de coronarse. Jornadas extenuantes, viajes, desmayos, control absoluto e, incluso, planes para secuestrarla, cuenta, se fueron acumulando hasta desembocar en su drástica decisión, que suscitó amenazas y represalias entre otras consecuencias negativas, como no cobrar ni un solo céntimo del premio. Como recuerda en sus memorias, en cuanto pasó la tormenta firmó un contrato en exclusiva con una productora con la que no llegó a rodar, “nunca encontraban la película apropiada”; ella lo relacionaba de algún modo con la advertencia que le hicieron de no volver a trabajar si renunciaba a su título. O, por decirlo de un modo más gráfico y en sus propias palabras: “medí las fuerzas con un gigante. Y yo no era David“.
Tras este paréntesis, su primera película fue la anodina Sensualidad, en la que compartía cartel con Fernando Fernán Gómez, uno de sus actores favoritos. Eloy de la Iglesia le ofreció protagonizar La otra alcoba, junto a quien acabaría casándose después de tres meses de noviazgo, Patxi Andión. Otro cineasta con cierto renombre, Javier Aguirre, los reunió de nuevo en una película menor, la anteriormente citada Acto de posesión, basada en el relato Dos madres, de Miguel de Unamuno, y probablemente la menos afortunada de sus adaptaciones. Cada vez eran más lejanos los ecos del hito alcanzado en Manila, pero le seguían llegando las ofertas como protagonista, como en Del amor y de la muerte, del recientemente fallecido Antonio Giménez Rico, quien más de 40 años después seguía teniendo palabras de elogio para ella: “su oficio no era el de actriz, pero tenía talento; con un poco de preparación y más rodajes habría sido una actriz cojonuda. Tenía un talento natural en bruto y era maravilloso trabajar con ella; destacaba por su fotogenia y encanto personal, ponías la cámara delante de ella y te quedabas con la boca abierta”.


Fue también a finales de los 70 cuando conoció al productor Elías Querejeta, una persona decisiva tanto en su vida como en su carrera. Comenzó entonces la mejor etapa de su vida, como ella misma recordaba en sus memorias: intervino en dos de sus siguientes producciones, Mamá cumple 100 años, de Carlos Saura, con el que no congenió mucho, y Dedicatoria, de Jaime Chávarri. Por medio, rodó en México la coproducción El tahúr, que iba a ser la primera de cuatro previstas, pero su paso por el país azteca fue el principio de una larga etapa de declive profesional y personal, del que le costaría salir, con trabajos menores salvo contados casos en los que fue dirigida por Pilar Miró, Fernando Méndez Leite, Jaime Camino y Emilio Martínez-Lázaro.
En su última etapa como actriz pudo alternar producciones de relevantes directores como Imanol Uribe y Jaime Chávarri con otros trabajos más insustanciales. Con todo, de este período sobresalen dos prometedores debuts, la arriesgada Fotos, de Elio Quiroga, que solo tiene palabras de elogio y agradecimiento hacia ella, y, especialmente, Familia, dirigida por Fernando León de Aranoa. Éste la sigue recordando con gran cariño: “Hizo un papel maravilloso. Disfrutaba el trabajo con una ilusión enorme, venía a rodar cada día como si fuera su primera película; a mí me encantaba, era como una niña y me gustaba muchísimo su ilusión”. Para muchos se trata de uno de sus mejores trabajos y donde alcanzaba como actriz una madurez digna de elogio. Lamentablemente, no recibió más ofertas de esta índole y su estrella cinematográfica fue apagándose con papeles menores hasta enfermar y fallecer.
Alguien que trabajó con ella en varias ocasiones, el actor Mario Pardo, ha sabido condensar en muy pocas palabras el que quizás sea un acertado retrato de Amparo Muñoz: “Aparte de su inmenso atractivo, recuerdo su pasión y su ingenuidad. Había una ansiedad latente en sus actos y en su mirada, como si buscara algo que no encontraba nunca. Por su forma de ser, apasionada, se entregó a lo que el mundo ofrecía y el mundo, debido a su ingenuidad y belleza, la devoró”.
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