Antonio Gamero: Grandes olvidados del cine español

Antonio Gamero se matriculó en la Escuela Oficial de Cinematogra­fía, en la especialidad de Dirección, pe­ro le detuvieron cuando anhelaba rodar su primera película.

A finales del pasado mes de julio de 2020 fue el décimo aniversario de la muer­te de uno de los actores más en­trañables y queridos del cine español, Antonio Gamero. Nació en Ma­drid en 1934 y, como él mismo re­cordaba, su infancia tuvo mucho de Me­morias de un niño de derechas, de Paco Umbral: su padre llegó a os­tentar el cargo de subsecretario ge­neral de Telefónica, pero la relación entre ambos no fue muy idílica y, de hecho, llegó a definirlo en una in­teresante entrevista, publicada en El País, como “muy fascista, muy autoritario”. Tal vez por rebeldía acabó identificándose con unas ideas políticas completamente contrarias; contribuyó a ello su encuentro con el padre, militar durante la II República, de un amigo. Como re­cordaba en la citada entrevista, era un hombre muy inteligente, que leía y le gustaba el cine, al igual que él. No obstante, de su padre heredó el gus­to por la música dada su meloma­nía y la frecuente asistencia a con­ciertos. Muchos años después, su vasta cultura musical fue tenida en cuenta por Basilio Martín Patino, que le ofreció hacerse cargo de seleccionar los temas usados en su ex­celente documental Queridísimos ver­dugos.

Estudió en un colegio de los Maristas, en Chamberí, donde vivió una de las muchas anécdotas que abun­daban en su vida (decía su gran amigo, el cineasta José Luis Gar­cía Sánchez, que el anecdotario de Gamero daba para un libro): la ex­pulsión del confesionario cuando el cura supo por él que era ateo.

Pese a estar interesado en el ci­ne, estudió Derecho forzado por la fa­milia, pero acabó abandonando la carrera cuando estaba en tercer cur­so. Por entonces, un amigo de sus padres le consiguió trabajo en un banco, del que le echaron porque por entonces ya empezaba a dar muestras de ser una persona muy reivindicativa. Poco después le “enchufaron”, tal como contaba él, en Telefónica. Allí coincidió con la actriz Margarita Lozano y el director Roberto Bodegas. Es en esa épo­ca cuan­do empezó a hacer teatro: Panorama desde el puente, de Ar­thur Mi­ller, y Las sillas, de Ionesco, en­tre otras. También fue en Teléfo­ni­ca donde cobró un gran impulso su compromiso político: gracias a un amigo del trabajo in­gresó en una célula del Partido Co­munista de Es­paña en 1957; su alias era “Alejandro” y su función, la de repartir propaganda y captar más militan­tes, especialmente en el mun­do del teatro y el cine. Con el tiem­po li­de­ró, junto a José María Gon­zález Sinde, una de las principa­les células del PCE en Madrid, la denominada “Gru­po Mixto”, como recordaba Al­fredo Landa en sus memorias. Por en­tonces, Gamero y González Sin­de se dedicaban al negocio de la venta de discos, coyuntura que apro­vecharon para ampliar la red de contactos. Gran parte de los recuer­dos de esta actividad clandestina que­daron plasmados en “¡Viva la cla­se media!”, de la que el propio Gon­zález Sinde y José Luis Garci fue­ron sus productores y guionistas; el primero se ocupó, además, de di­rigirla mientras que Garci formó par­te del reparto junto a Emilio Gutiérrez Caba y María Casanova.

Antonio Gamero
Antonio Gamero

Dejó Telefónica para matricularse en la Escuela Oficial de Cinematogra­fía, en la especialidad de Dirección, pe­ro le detuvieron cuando anhelaba rodar su primera película. En los ca­labozos de la temida Dirección Ge­neral de Seguridad, en la Puerta del Sol, le dieron tal paliza que le rom­pieron los tímpanos y tuvo que lle­var audífono el resto de su vida. En el juicio posterior fue condenado a ocho años de cárcel por propaganda ilegal y asociación ilícita, pero finalmente solo estuvo dos, gracias a sendos indultos, uno de ellos con mo­tivo de los “25 años de paz”.

Al salir de la cárcel no pudo reto­mar sus estudios en la Escuela Ofi­cial de Cinematografía y le prohibie­ron de­dicarse a lo que realmente que­ría, di­rigir, y tan solo consiguió rea­lizar un cortometraje documental, Crady. Me­diada la treintena se plan­teaba bus­car empleo lejos del ci­ne cuando sus numerosos amigos di­rectores em­pezaron a ofrecerle pa­peles para que pudiera sobrevivir; así que, de al­gún modo, este ex­celente actor de re­parto inició su trayectoria frente a la cámara casi por azar. Como recordaba, con ironía y cariño, José Luis Gar­cía Sánchez en un artículo de Ro­sana Torres publicado en El País con motivo de su fallecimiento, “le dimos todos los amigos trabajo, en­tre otras cosas porque estábamos enormemente agradecidos por no ha­bernos delatado”. El primero de to­dos, en Del amor y otras soledades, de Basilio Martín Patino, fue po­sible gracias a su amigo y camara­da José María González Sinde, que avi­só a Gamero en cuanto recuperó la libertad para que se incorporase al rodaje, aunque fuera de meritorio, co­mo recordaba García Sánchez.

Entre sus primeros trabajos como ac­tor figuran las series Plinio, de An­tonio Giménez Rico, y la muy po­pular Crónicas de un pueblo, con un papel episódico. Durante el roda­je de la primera, García Sánchez y él aprovecharon para rodar en To­me­lloso durante un domingo el cor­to­metraje Loco por Machín que, en opi­nión de este cineasta, sería el tra­bajo que Gamero consideraría más personal. Asimismo fue segundo ayu­dante de dirección en Fortuna­ta y Jacinta, de Angelino Fons, y lle­gó a escribir guiones para Televisión Es­pañola bajo el seudónimo de Pilar Gar­cía, nombre de una amiga suya, fa­langista “de izquierdas”.

Antonio Gamero se consideraba un privilegiado; aunque había tenido pocos personajes de protagonista, era casi un obligado actor de reparto (se­gún la popular base de datos cinematográfica IMDB su filmografía co­mo actor está formada por 181 tí­tu­los). Por eso, tal como recordaba en la citada entrevista en El País, “nun­ca he tenido miedo a que no so­nara el teléfono y, aunque no me he hecho millonario (…), he vivido con decencia y acomodo”.

Trabajó a las órdenes de Luis Gar­cía Berlanga, José Luis Borau, Ma­nuel Gutiérrez Aragón, José Luis Garci, Eloy de la Iglesia, José Ma­ría Forqué, Manolo Summers y José Luis Cuerda, entre otros muchos, pero tuvo un fuerte vínculo con José Luis García Sánchez, que le dirigió en numerosas ocasiones, una de ellas la que acabó siendo su úl­tima película, Don Mendo Rock ¿La venganza?.

Antonio Gamero
Antonio Gamero

Entre sus composiciones más me­mo­rables y populares figura obvia­men­te el personaje creado por El­vira Lin­do, el abuelo Nicolás, cóm­plice y con­fidente de Manolito Ga­fotas, tanto en la versión cinema­to­gráfica de Mi­guel Albadalejo co­mo en la serie de televisión. Anto­nio Cuadri, director de algunos de los episodios, le recuerda como “se­rio, riguroso, bo­nachón hasta de­cir basta, inteligen­te y culto pero a la vez socarrón y con un sentido del humor que apli­ca­ba al trabajo de la comedia y también después del ‘cor­ten’. Cuando nos sobraba tiempo, nos divertíamos ha­ciendo tomas falsas donde parodia­ba y realizaba un ma­gistral ejercicio (a veces delirante y surrealista) que ha­cía partirse de ri­sa al equipo”.

En cuanto a las miles de secuencias que rodó, tal vez una de las más di­vertidas pertenece a La vaqui­lla, de Luis García Berlanga, y la comparte con Alfredo Landa: el frustrado canje de soldados en plena trin­chera de la Guerra Civil.

Actor indispensable del cine es­pa­ñol, Antonio Gamero llenaba siem­pre la pantalla por muy fugaz que fuera su presencia o por muy es­casas que fueran sus líneas de diá­logo, pero tenía ese extraño don que muy pocos privilegiados poseen.

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