Bassani y De Sica en el jardín de los Finzi-Contini
Hay textos que forzosamente están destinados a convertirse en clásicos y El jardín de los Finzi-Contini, de Giorgio Bassani (1962), publicado definitivamente por su autor junto a parte de su obra en La novela de Ferrara, libro III (y traducido por Juan Antonio Méndez para la edición de Acantilado de 2017), es con seguridad uno de ellos. Lo es por derecho propio, por su escritura rica sin ampulosidad, sus amplias descripciones, sus diálogos de una naturalidad apabullante, sus preguntas retóricas que implican al lector y son de una gran modernidad. Lo es ante todo porque el suyo es un tema eterno: el amor, en este caso el amor frustrado entre dos adolescentes (Micòl y Giorgio), cuyas vidas se bifurcan pronto. Lo es porque, como diría Octavio Paz respecto de la poesía de su generación, su tema es el hombre en la historia. Y la historia, es decir tiempo y lugar de la novela, no es otro que la Italia de Mussolini en las décadas de 1930/40 invadida por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Además, los protagonistas son judíos. El drama está servido.
Pero no lo está porque el terror cercene la historia amorosa. Esta se abre y cierra en sí misma, entre los dos jóvenes. Solo en prólogo y epílogo se alude al final de la familia Finzi-Contini en un campo de concentración; noticia que llega al narrador protagonista años después. La magistral película de Vittorio de Sica (1970) recoge en las últimas secuencias su detención y provisional encierro en una escuela, dejando a la imaginación del espectador las atrocidades futuras.
Si la historia parece real (es ficción aunque existió una familia Magrini, de judíos ferrareses, y el enclave es la Ferrara de la infancia y juventud del autor, Giorgio Bassani), es la memoria la gran protagonista del texto. Otro de los motivos para convertirse en clásico. Una y otra vez el narrador vuelve al presente y adelanta mediante prolepsis el futuro de unos judíos destinados a ser engullidos por los hornos crematorios. El lector se halla ante una novela autobiográfica, un flashback, cuyo prólogo y epílogo enmarcan las cuatro partes en que se desarrolla la historia de amor (más centrada en el comienzo) en la turbulenta historia italiana de los treinta que aflora en la segunda: leyes raciales, desembarco aliado en Sicilia (1943) y detención de Mussolini… Las redadas de judíos del 43 y, por fin, la rendición del ejército alemán en Italia el 5 de mayo del 45. Algo que Pasolini llevó magistralmente a la pantalla en Saló (1975). El ambiente posterior está muy bien reflejado en la inolvidable Roma, città aperta (1945), de Rossellini.
¿Quién es Bassani?


Novela en parte autobiográfica, el narrador se oculta tras Giorgio, el protagonista. Pero ¿quién es Bassani? Ferrara es su tierra, aunque naciera en Bolonia en 1916; allí vivió entre 1930/40. Judío en la Italia fascista, fue detenido en el 43 y acabó estableciéndose en Roma, si bien descansa en el cementerio de Ferrara, esa Ferrara provinciana de su obra. Intelectual, poeta y novelista, crítico literario y guionista cinematográfico, vicepresidente de la RAI (1948-1961) y responsable de la editorial Feltrinelli, impulsó entre otras la edición de Il Gattopardo (1958), de G.T. Di Lampedusa, historia de una noble familia siciliana, tal vez cumbre del decadentismo. Ambos describen con nostalgia un mundo desaparecido. Porque la memoria sostiene el final de las grandes familias aristocráticas del XIX, en este caso los Finzi-Contini, cuya prehistoria se nos narra en el capítulo primero. Una familia “rara”, “judíos no asimilados” que se caracterizan por “su soberbia hereditaria, su absurdo aislamiento, su antisemitismo subterráneo y persistente, propio de aristócratas”, frente a la obsesión de los judíos italianos por “pertenecer”. Y al final “ubi sunt”, ¿dónde fueron enterrados? ¿Qué fue de una etapa exquisita? El viejo tópico medieval de Jorge Manrique y otros reaparece con melancolía.
Bassani y el cine
Si Antonioni le ayudó a instalarse en el mundo del cine, Pasolini colaboró en la revista Botteghe Oscure que Bassani dirigía. Tres de sus obras fueron llevadas al cine: La lunga notte del 43 (Vancini, 1960), Gli occiali d’oro (Montaldo, 1987) y ésta cumple los 50. De Sica llevó al cine, con guion de Vittorio Bonicelli y Ugo Pino (Bassani colaboró al comienzo, pero se retiró sintiéndose traicionado como declaró en Il giardino tradito, 1984). Todo un reto porque la riqueza lingüística, las palabras y giros en dialecto que caracterizan a los personajes (el profesor Ermanno, Dª Olga y sus parientes Herrera, de Venecia; el padre del protagonista que juega un papel paulatinamente central aconsejando al hijo)… son difíciles de traspasar. No así las calles de Ferrara a través de los paseos en bicicleta que permiten reconocer los enclaves. Y las morosas descripciones del jardín ficticio, rodado en el jardín botánico y el parque de Villa Ada romanos. Un jardín edénico, el paraíso de la niñez, al que el narrador en la novela retorna una y otra vez.
La película tiene su belleza plástica a la que contribuye la música de Manuel de Sica y la belleza de Dominique Sanda (Micòl), un auténtico bombón de 22 años, rubia y de ojos verdes, culta, inteligente, y con un halo de misterio que remite a la donna angelica de Dante y Petrarca. Helmut Berger personifica a su hermano Alberto, joven delicado y enfermizo. Y en el polo opuesto su amigo Malnate (Fabio Testi), comunista y moderno, alternativa del futuro. El filme convierte en realidad visual lo que en la novela no fueron sino dolorosas sospechas del protagonista: será amante de Micòl. Una Micòl que rechazó a Giorgio por ser como un hermano, demasiado igual a ella: ambos miran al pasado y se alimentan de él.


Evidentemente, algunos personajes se desdibujan, por ejemplo el profesor Ermanno… También se pierden algunos valores centrales de la novela: el conflicto entre judaísmo e italianidad, en el sentido de que los judíos se han asimilado y se sienten parte de la nación. Un asunto muy interesante, que también se plantea en el mundo alemán: En un lugar de África (2001), de Caroline Link.
Aún así, no cabe duda de que estamos ante un cine de calidad, con una excepcional ambientación: los blancos que en las primeras secuencias exhibe el grupo de jóvenes vía la magna domus para jugar al tenis, la cuidadosa ambientación… y tantas otras cosas hacen de la película, restaurada hace unos años, una auténtica delicia.
Rocío Arana, María Caballero
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