· Incluso en los casos en los que las relaciones con Hollywood han sido tormentosas, los escritores han sabido sacarle partido literario.
Entre los relatos que recrean el universo cinematográfico los hay que mantienen con el cine una relación sencilla y generalmente temática. Una película del Quijote, relato de los hermanos Álvarez Quintero que narra las rocambolescas razones por las que se lleva a cabo el rodaje de una adaptación de El Quijote, sería un buen ejemplo.
En otros cuentos, sin embargo, la relación es más compleja. El escritor italiano Alberto Moravia reconoce como estímulo cultural de sus Cuentos Romanos, incluso como elemento constitutivo de su escritura, el neorrealismo cinematográfico, el de Rossellini, el de la «representación de una realidad menor con personajes que se mueven en una atmósfera de jerga». Los personajes de Cuentos Romanos asisten con frecuencia al cine, aunque para ello tengan que engañar a desconocidos o jugársela a los amigos (Echar a suertes). Algunos incluso trabajan en el cine, aunque no son estrellas sino, como en El doble, personajes que tras meses en paro consiguen contratos temporales, que les ofrecen la oportunidad de recuperar a su novia lanzándole el anzuelo del cine: «El cine es una fuerza más fuerte que cualquier fuerza. Si, es un suponer, un rey hubiera invitado a Ágata a presentarse en palacio, quizás ella se lo habría pensado; pero si el portero de la productora le decía que se pasara por los estudios, bastaba para que acudiera a cualquier hora». Otros trabajan de operador y fotógrafo (La prueba cinematográfica), suficiente para que algún amigo prometa a las chicas una oportunidad, que ellas persiguen y persiguen por más que se les explique que «la prueba es como una película en pequeño, no se improvisa. Hacen falta un director, un operador, un estudio…». Y los hay con suerte, porque han conseguido un papel debido a su cara de hampón (Cara de bellaco), mientras que otros (El desquite de Tarzán), para no morirse de hambre, tienen que recorrer Roma en bicicleta vestidos con un mono celeste haciendo publicidad de las películas de un cine nuevo: «cada bicicleta llevaba un cartelón coloreado con una sílaba de dos o tres letras, y los seis juntos desfilábamos lentamente por las calles de la ciudad, componiendo el título entero de la película. Hombres sándwich sobre ruedas, eso era lo que hacíamos».
La interacción literatura-cine puede además desarrollarse en distintos niveles. Es el caso de El fantasma del Cine Roxy, del escritor Juan Marsé (un escritista, siguiendo su propia invención, ya que ofició también de guionista). El relato no solo habla del cine y de los cines, de los guionistas y directores, de planos, secuencias, picados y contrapicados, sino que, fundiendo la escritura literaria con la cinematográfica, está estructurado secuencialmente (cuento-guión), cargado de citas y referencias cinematográficas, a la vez que narra una historia situada en la posguerra barcelonesa que mantiene constante el paralelismo con el largometraje Raíces profundas-Shane (George Stevens, 1952). En Marsé, el cine es parte esencial de su escritura. Posteriormente, de la colaboración Marsé–Joan Manuel Serrat saldría la letra de la canción Los fantasmas del Cine Roxy.
Hollywood visto por escritores
También hay cuentos, no podían faltar, que bucean en el pequeño gran mundo de Hollywood, del que muchos escritores han tenido experiencia directa. Una ciudad camaleón, según la describe Blasco Ibáñez en el relato El rey de las praderas: «En las calles, a la hora del «lunch», se encuentran odaliscas arrastrando sus velos, españolas con mantilla, o pieles rojas con penachos de plumas, según es el «film» que está en ejecución. Las figurantas van a sus casas a almorzar sin quitarse el traje, por no perder tiempo. Sobre las vallas de los estudios se elevan, una veces, la torre Eiffel, si la obra transcurre en París, y otras, el palacio de los Dogas venecianos o los agudos minaretes de una mezquita oriental. Cuando el fotógrafo termina de dar vueltas a la última película, los albañiles demuelen estas sólidas construcciones de cemento para levantar otras inmediatamente, cambiando el aspecto de la ciudad-camaleón».
Incluso en los casos en los que las relaciones con Hollywood han sido tormentosas, los escritores han sabido sacarle partido literario. Así lo hizo Scott Fitzgerald, en la medida en la que pudo y le dejaron, y a medida que necesitaba dinero, dada su desesperada situación. De esta forma nacieron las historias de Pat Hobby en Hollywood, diecisiete relatos publicados en la revista Esquire entre enero de 1940 y mayo de 1941, y más tarde recogidos en un solo volumen. Pat Hobby, escritor y guionista venido a menos, perro viejo en los estudios de Hollywood, aficionado a la bebida, gorrón y falto de ética profesional, anda siempre a la caza y captura de oportunidades. El resultado suele ser casi siempre desastroso. Pero Hobby tuvo su pasado luminoso y feliz, «tiempos -escribe el narrador- en que lo verdaderamente importante para un hombre no era, después de todo, lo que escribía o dejaba de escribir, sino las gentes que a uno le acompañaban en el aperitivo o en la cena. Esto -solía decir- no es un arte, sino una industria».
Referencias de lectores y espectadores
Pero hay otro Hollywood, y Fitzgerald supo también retratarlo (y retratarse), lo que le convirtió en un elemento bastante incómodo. En el cuento Domingo loco, las horas de plató, secuencias, esperas bajo la jirafa que pende del micrófono… quedan atrás. Es domingo en Hollywood y el protagonista, un joven guionista, ha sido invitado a una fiesta en la que se reunirán actores, actrices, guionistas, escritores, directores y gente de mucho dinero. Y entramos entonces en un mundo de movimientos calculados, envidias, ansias de admiración, adicciones, y en las complejas relaciones del matrimonio propietario de la mansión: el director Miles Calman y la actriz Stella Walker.
Por otro lado, el género del relato breve ha contribuido también a mantener los grandes mitos cinematográficos consagrados por la pantalla. Marlene Dietrich, Greta Garbo, Marilyn Monroe, Charlot, Harold Lloyd, Gary Cooper, Cary Grant o James Dean se incorporan como personajes al mundo ficcional de la literatura. Charlot se traslada al siglo XVII para verse envuelto en la trama del drama calderoniano en Charlot en Zalamea, relato del escritor Benjamín Jarnés. Greta Garbo visita en el hospital al cineasta Max Ophüls en Mi queridísima esfinge, cuento del escritor Manuel Puig. Y Cary Grant, en el relato de Gonzalo Suárez Un paciente impaciente, tras la proyección de la película Atrapa a un ladrón, necesita con urgencia un médico para descargar su ansiedad: ha besado a Grace Kelly, a su Alteza Serenísima la princesa de Mónaco. Las referencias de lectores y espectadores se funden en un tiempo en el que el cine se suma a la literatura como creador de grandes mitos. Aunque ambos, literatura y cine, pueden ejercer también un gran poder desmitificador.
Tras este breve recorrido por los cuentos de cine es evidente que el séptimo arte ha sido y es un poderoso estímulo creativo de la ficción literaria.
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