El Edén de Fernando Trueba
Cine y alrededores | El Edén de Fernando Trueba: «La experiencia estética es diversa del deseo, es más propensa a la serenidad por la distancia de contemplación ante el objeto artístico»
«Hay dos pruebas de la existencia de Dios. La primera de ellas, y la más importante, es el cuerpo de la mujer». De esta guisa, Trueba nos introduce en El artista y la modelo, su personal homenaje a la creación artística y a la belleza.
La referencia a la divinidad es pertinente, pues si nos remontamos al bíblico Cantar de los cantares, y seguimos nuestro viaje por el mundo del arte, religioso o no, desde la Antigüedad hasta nuestros días, ese festival de la belleza como esplendor de la forma y armonía del cuerpo humano, y en último término como reflejo del creador, no dejan de ser un argumento omnipresente.
Incluso un artista provocador y agnóstico como Óscar Tusquets, tiene la osadía de aventurar que resulta casi imposible entender la historia del arte, con todo su bagaje de refinamiento y filigrana estética, sin tener la impresión de que los autores de dichas obras trabajan para el Creador; por eso titula uno de sus ensayos: Dios lo ve. De los múltiples ejemplos que refiere en su libro me quedo con dos: los detalles perfeccionistas de algunas obras arquitectónicas situados en lugares recónditos, que casi nadie podrá divisar, y la elegancia al representar el cuerpo femenino en la Venus del espejo de Velázquez.
Algo de esto hay en El artista y la modelo. La decisión de Fernando Trueba de rodar su película en blanco y negro me parece acertadísima (y trae a la memoria la mirada del ángel a la trapecista en Cielo sobre Berlín), pues permite exponer lo esencial del cuerpo humano, sin distraerse con elementos accesorios que tienden a presentarlo como un simple objeto de deseo, un producto comercial, o como declaró el propio Trueba, caer en la vulgaridad o el esteticismo.
Una apuesta muy necesaria que permitiría recuperar el valor personal y simbólico del cuerpo. Es cierto que en gran parte de la cultura occidental, debido al abuso de la técnica y el mercantilismo, nos hemos vuelto insensibles para descifrar otros valores y otras dimensiones que no sean las empíricas. Por todo ello, en nuestro imaginario colectivo la figura humana está desprovista, en ocasiones, de su peculiar grandeza: es el desnudo de la pura corporeidad, el cuerpo como algo meramente funcional, al que fácilmente la mirada humana puede despojar de nobleza y dignidad.
La magia de la experiencia estética, del encuentro con la belleza terrenal, recuerda el filósofo alemán Pieper, constituye un formidable antídoto contra este virus de la tosquedad, pues nos conduce a una especie de locura divina, a un éxtasis que nos llena de nostalgia por la verdadera belleza. Así, Marc, el escultor protagonista de El artista y la modelo, recupera las ganas de trabajar cuando su mujer le presenta a Mercé, una joven exiliada española que posará como modelo para el viejo escultor. Recupera las ganas de vivir al entrar en un mundo extraordinario que logra sacarle de la rutina y despegarle de lo cotidiano, hasta el punto de que Marc no parece prestar atención al entorno bélico que le rodea.
Otra batalla será la que le corresponda librar al escultor: un combate sin tregua, una lucha hecha a base de inspiración y transpiración, y que hace justicia a la sentencia de Platón: “Lo bello es difícil”. De este modo lo confiesan algunos artistas: “Tengo una pequeña sensación, mas no consigo expresarme (…)”.
El tiempo y la reflexión, por lo demás, van modificando paulatinamente nuestra visión hasta que, por último, llegamos a comprender.” (Paul Cezanne). “Todo es gestar y luego parir. Dejar cumplirse toda impresión y todo germen de un sentir totalmente en sí, en lo oscuro, en lo indecible, en lo inconsciente, en lo inaccesible al propio entendimiento, y aguardar con honda humildad y paciencia la hora del descenso de una nueva claridad: solamente esto se llama vivir como artista”. (R.M. Rilke). Laborioso como pretender atrapar la luz, pero cuando se consigue, cuando se vislumbra la figura ideal de algo, se nos manifiesta su verdadera esencia, su plenitud de sentido. En un bello plano de la película, Marc observa el cuerpo de Mercé bañado en luz y obtiene la inspiración que llevaba tiempo buscando.
Una innegable atmósfera de elegancia envuelve esta cinta minoritaria de Trueba. Pero también conviene señalar, como recuerda Román Gubern, que el desnudo artístico puede resultar “seductor para quien lo contempla, lo que implica que no puede ser eróticamente neutro”. Y la película de Trueba lo apunta en una escena, dando a entender que el artista no puede mantenerse siempre imperturbable ante el cuerpo de la modelo. Resultaría comprensible cierta incomodidad como espectadores de la película, que lleve a apartar la mirada de la pantalla. No por mojigatería, sino por amor, como Orfeo con Eurídice, por veneración al misterio humano reflejado en el cuerpo. Una actitud que también han hecho suya algunos cineastas. De hecho, François Truffaut, al que no se le puede tachar de puritano pero sí de persona sensible, según cuentan sus biógrafos, apartaba la vista de la pantalla ante escenas eróticas de alguna de sus películas. El mismo Trueba hace decir a uno de sus personajes: “Solo pueden ver a una mujer desnuda -responde la esposa del escultor a su criada, escandalizada de que la chica pose- los médicos y los artistas: los médicos para curar y los artistas para reflejar la belleza del cuerpo humano”.
Y es que la experiencia estética es diversa del deseo, pues es más propensa a la serenidad, debido a la distancia de contemplación que se mantiene ante el objeto artístico (obra o modelo natural).
Ante lo bello, el deseo descansa no en la posesión o dominio del objeto, sino en su contemplación, por eso apuntaba André Bazin, hablando del erotismo en el cine, que “si queremos permanecer en el nivel del arte, debemos mantenernos en lo imaginario. Debo poder considerar lo que pasa sobre la pantalla como un simple relato, una evocación que no llega jamás al plano de la realidad, o en caso contrario me hago el cómplice diferido de un acto, o al menos de una emoción, cuya realización exige la intimidad”.
También descubrimos en El artista y la modelo una referencia a uno de esos relatos que, junto con muchas otras narraciones históricas y literarias, son como la semilla inmortal de la que se alimenta la gran pantalla: Adán y Eva en el jardín del Edén. Da la impresión, por tanto, de que el guión escrito por Trueba y Jean-Claude Carrière quisiera ir más allá del discurso habitual sobre estos temas de la belleza, la mujer y la religión. Sin embargo, lo cierto es que Trueba no ha recorrido esa vía hasta el final, más bien se ha quedado a mitad de camino.
El director de El artista y la modelo ha hecho referencias al panteísmo de Renoir como punto de referencia de su película, una filosofía que confunde al Creador con su creación, lo que en el fondo conduce al naturalismo.
De hecho Marc Cros, el escultor protagonista, pretende crear una imagen de mujer que fuera “como una roca. Como una planta surgida de la tierra, como un árbol. Como el mar. Una emanación directa de la naturaleza”, pero no un ser espiritual o personal.
Obviamente, ni Trueba ni Marc Cros son Dios, a lo más son una especie de demiurgos, unos artesanos trágicos, y así lo indica el desenlace de la película. Una resolución contradictoria, por cierto, con la experiencia de plenitud que supone la creación artística, y que el guión del filme no anticipa en ningún momento. Parafraseando la metáfora de otro director, Terrence Malick, en El árbol de la vida, se podría señalar que Trueba, después de vislumbrar el camino de lo divino, se ha detenido ante su umbral y sólo ha recorrido la vía de la naturaleza, y por eso “encuentra razones para ser infeliz cuando todo el mundo que la rodea resplandece, y el Amor sonríe a través de todas las cosas”.
Juan José Muñoz
Filósofo. Escritor. Profesor universitario de Antropología y Cine