Cine y alrededores
El cine de Terrence Malick: La Biblia de Malick
El cine de Terrence Malick |De Terrence Malick, ganador de la Palma de Oro 2011 por El árbol de la vida, se puede esperar todo menos explicaciones.
La cláusula que incorpora a sus contratos excluyéndole de cualquier acción de marketing no ofrece duda de sus intenciones a este respecto. Ese mutismo y la esencial diferencia de su cine pueden ser la causa de que el análisis crítico, aún rindiéndose ante la grandeza del creador, no acabe de atinar con las claves.
Y es que resulta difícil entender de qué nos está hablando el cineasta si se parte de parámetros tan alejados a la interpretación del mundo de Malick como el panteísmo o el movimiento New Age, citados con frecuencia como filosofías base de sus películas, eso es lo que se llama oír campanas y no saber dónde.
Para empezar, y aunque no sea vinculante, hay que echar un vistazo a los orígenes de Malick, norteamericano por los cuatro costados pero hijo de libanés e irlandesa, que en términos de nacionalidad religiosa significa católico. Si miramos desde esa perspectiva, multitud de claves inconexas se ordenan admirablemente y la grandiosidad visual y narrativa adquiere significado pleno.
Las películas de Malick están muy conectadas entre sí, mantienen una unidad que desarrolla en progresión explicativa su pensamiento. A Malick le interesa el bien y su ausencia, el mal, y hace medirse a los personajes con la debilidad desde una perspectiva trascendente que no oculta.
Todos sus relatos tienen reminiscencias bíblicas en la temática pero también en el modo narrativo, en el esquematismo pedagógico con el que desarrolla el drama y, por supuesto, en las referencias de las que riega cada película.
El Kit de Malas tierras es James Dean en Al este del edén, la novela de Steinbeck netamente bíblica; Días del cielo es la reescritura invertida de la historia de David, el rey dotado, el agradable a Dios que, sin embargo, fue débil (por si cupiera duda llama a la protagonista Abby como Abigail, la tercera esposa de David).
La naturaleza, tan turbadoramente presente, no funciona como sustituta de la divinidad en ese pretendido panteísmo que se le achaca, sino como el lugar donado, regalado. El cineasta filma sin cesar paraísos y su pérdida. Filma el edén, un edén-bosque en Malas tierras, edén-granja en Días del cielo, isla y selva en La delgada línea roja y El nuevo mundo, o árbol de jardín familiar en El árbol de la vida.
Edén que es siempre americano (en 2007, Días del cielo fue considerada “cultural, histórica y estéticamente significativa” e incluida en el United States National Film Registry) como americanas son las influencias culturales de Malick: la literatura de Steinbeck, Faulkner o Salinger, la pintura de Hopper, la fotografía de Lewis Hine.
En El árbol de la vida, su penúltimo trabajo, todo lo que estaba incoado en la filmografía precedente adquiere el desarrollo definitivo. Conforme avanza el metraje, se va teniendo la impresión de que esta vez no son sólo referencias lo que encontramos, sino que tenemos delante una adaptación casi completa de la Biblia, en la que el enigmático Malick enseña las últimas cartas de la baraja.
La película arranca definiendo intenciones con un versículo de Job a modo de introito: “¿Dónde estabas tú cuando fundaba los pilares de la tierra? ¿Cuando todas las estrellas del alba brillaban al unísono, y se regocijaban todos los hijos de Dios?” (Job 38, 4-7).
Si la Biblia habla de un pueblo, del hombre y de su relación a veces tormentosa con el Creador, la película de Malick habla de una familia y de Jack O’Brien (inciales de Job) y de su atormentada existencia sin Dios. En el comienzo se le ve, interpretado por Sean Penn, perdido en la cumbre de su éxito. Malick nos lleva directamente al Eclesiástico: “Vanidad de vanidades todo es vanidad” (Ec 1, 1-29).
Luego, sin miedo y sin titubeos, aborda el gran tema: el dolor, la pérdida del hermano y la injusticia de un Dios que “envía moscas a las heridas que Él mismo debería cuidar”. Ahí están ya los libros de Job e Isaías. La historia de Job, el justo castigado, es un relato que actúa como “punto de giro” en la didáctica del Viejo Testamento. Hasta ese momento, en los escritos bíblicos, el justo era recompensado y el malvado castigado, pero en Job se avanza hacia la comprensión del dolor injusto.
A continuación, se adentra en ese Génesis visual tan desconcertante para muchos, que tiene una duración proporcional a su importancia: enmarcar a Jack O’Brien y a todo hombre en su origen. El Génesis es uno de los cinco libros del Pentateuco o Toráh, columna vertebral del Antiguo Testamento, por eso Malick no se ha impacientado al contarlo.
Después, con una inteligencia y un sentido de sí mismo como hombre que pone los pelos de punta, nos induce magistralmente a un viaje a esos recuerdos atávicos, primitivos, de la infancia, que no habíamos vuelto a revivir, se nos obliga a reconocernos gateando, desobedeciendo, traspasando las fronteras del bien, haciendo daño a quien amamos, iniciándonos en lo prohibido, de forma que ya no es la historia de Jack O’Brien, es la de cada uno de nosotros la que se cuenta, y ése es probablemente el As de la baraja.
Además, está la madre y en ella los libros de Esther, Ruth y Judith, las heroínas bíblicas, las mujeres que han caminado seguras en el sendero de la gracia, de la fidelidad. La madre es, para Jack O’Brien y para Malick, la vía a través de la que llega Dios y la puerta para recuperarlo. En la Sra. O’Brien está también el Cantar de los Cantares, en esa forma lírica, amorosa, que ella recrea constantemente, y el libro de la Sabiduría: “el Señor, se deja hallar de los que no le tientan, se manifiesta a los que no desconfian de él” (Sab1, 1-2) “porque es fuerte el amor como la muerte” (Cant 8, 6-8).
La cinta está plagada de imágenes simbólicas que aparecen de forma recurrente en los Salmos y en todo el conjunto veterotestamentario: la llama, la cascada, las puertas.
Y, por supuesto, está el Apocalipsis lleno de imágenes extrañas, oníricas, difíciles de entender y tremendamente plásticas. La alegoría final tiene una clara raíz apocalíptica.
¿Y el Nuevo Testamento? En su artículo El árbol de la vida (Von Trier versus Malick), Jorge Latorre apunta una idea muy sugerente acerca de esa ausencia: “Se echa de menos en la película El árbol de la vida una referencia al árbol de la Cruz, que es, según la teología cristiana, el nuevo árbol de la Vida (…); esta elipsis se resuelve musicalmente pues la banda sonora está compuesta, sobre todo, de temas de la liturgia cristiana”. Efectivamente ahí están el impresionante Agnus Dei, de Berlioz, o la Lacrimosa, de Preisner.
Afortunadamente, no hace falta ser un gran conocedor de la Escritura para entender lo que la Biblia cuenta, ni para entender la película de Malick, la fuerza que contiene arrolla por sí misma, pero bucear en sus posibles claves interpretativas hace disfrutar mucho más de la experiencia.
Imagino a Malick como uno de esos profetas de presencia imponente y pocas palabras que pastorearon a Israel, y hasta su físico me avala esa fabulación novelera. A la vista del resultado se puede pensar que también él ha contado, como los profetas, con ayuda divina.
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