Wim Wenders: «cuando el niño era niño»
Cine y alrededores
«Wim Wenders habla de sus películas y dificultades como cineasta, y explica la problemática que supone tener que apoyarse de forma necesaria en una historia para contar ese otro algo, mucho más existencial».
Paris-Texas, la cinta con la que Wenders dio el salto al panorama internacional (ganadora de la Palma de Oro en Cannes, 1984), es una película que te estalla dentro, retardadamente, con la potencia de una bomba.Paris-Texas, la cinta con la que Wenders dio el salto al panorama internacional (ganadora de la Palma de Oro en Cannes, 1984), es una película que te estalla dentro, retardadamente, con la potencia de una bomba.
Del primer visionado, me quedó bastante tiempo el eco de esa detonación y, sin embargo, olvidé totalmente la historia que contaba. ¿Cómo es posible que una película te haya impactado hondamente y no ser capaz de poner en pie su argumento? La segunda vez, la historia de Travis dobló su fuerza.
Wenders y la problemática de la ficción
La respuesta a esa paradoja la proporciona el propio Wenders en la recopilación de entrevistas que, bajo el título “El acto de ver”, desvela las claves de su cine.
Wenders habla de sus películas y de sus dificultades como cineasta, y explica la problemática que supone para él tener que apoyarse necesariamente en una historia para contar ese otro algo, mucho más existencial, que es lo que en verdad quiere atrapar. Meter la vida en los muros de un relato la constriñe inevitablemente. En sus propias palabras:
“El cine necesita una historia y la narración en cierto modo dificulta la mirada, te pone obstáculos y genera un problema. Éste es el dilema de todas las historias para el cine, hasta qué punto te permiten tender la mirada a lo que existe ante ti. Te inventas algo, una historia en un lugar, en una ciudad, en un paisaje, y a veces ocurre que lo inventado hace completamente imposible la mirada sobre este paisaje”.
Una forma de cine diametralmente opuesta a la manera de rodar americana
Wenders rodó Paris-Texas inmediatamente después de El estado de las cosas, la cinta metacinematográfica que es una especie de ajuste de cuentas, un manifiesto para sacarse de encima los fantasmas de la torturante experiencia del rodaje de El hombre de Chinatown para Zoetrope, la productora de Coppola.
El estado de las cosas mostraba una forma de cine diametralmente opuesta a la manera de rodar americana, sin estructura de guión, sin apenas ficción, de manera bastante extrema.
Paris-Texas fue otra vuelta de tuerca en el desafío, precisamente porque es lo contrario, una historia bien delimitada con la que Wenders quiere decir: soy capaz de filmar como a mí me da la gana y también como decís que hay que filmar, sin dejar de ser yo mismo, haciéndolo mejor que cualquiera de vosotros.
“Después de El estado de las cosas pensé: ahora o nunca. O consigues refutar realmente esta tesis con lo que has aprendido en la película o no tendrás ningún futuro en el cine. Por ello intenté hacer Paris-Texas siguiendo radicalmente una historia”.
Efectivamente en Paris-Texas el relato está definido, incluso muy definido para ser una película del cineasta alemán, pero no oculta ese otro algo, más profundo y más cercano, donde el espectador hace la conexión que golpea. La historia puede olvidarse, lo que contiene, no. Todo un bingo de Wenders que consigue utilizar el relato superándolo.
El temor a taponar la visión con imágenes
El temor a taponar la visión con imágenes y su aversión al preciosismo esteticista definen su forma de filmar: “Mi profesión esconde el peligro de producir imágenes como finalidad en sí misma. Una imagen bella no representa ningún valor en sí, al contrario, una imagen bella puede destrozar el curso, la impresión, el funcionamiento del conjunto de la estructura dramática”.
Declaraciones sorprendentes en un profesional de las artes visuales -director de cine, pintor y fotógrafo-, que quizá se explican porque Wenders, antes que todo, fue estudiante de Filosofía y, como creador profundamente vinculado a las ideas, sabe que es casi un imposible traducir en imágenes la complejidad de una idea conceptual: la metafísica, aunque sea en versión light, necesita de la palabra.
Uno de los cineastas que más y mejor se relaciona con la palabra
Para sortear esa dificultad, Wenders ha batallado contra el mismo lenguaje cinematográfico apoyándose en el texto, y es uno de los cineastas que más y mejor se ha relacionado con la palabra. Su amistad y estrecha colaboración con el escritor Peter Handke lo atestigua. “Para narrar mis películas empleo todos los medios de expresión desde la imagen hasta la literatura”.
Probablemente, el ejemplo más acabado de esto sea El cielo sobre Berlín, escrita a partir de diez textos que Peter Handke elaboró con Wenders para el proyecto, textos aislados que contenían sencillamente ideas. El trabajo de guión consistió en proporcionar unidad fílmica a ese ejercicio filosófico-literario.
Las huellas del material inicial no se ocultan, por el contrario son visibles en todo el film, desde el poema de arranque “cuando el niño era niño” (todo un postulado) a la sucesión de existenciales discursos angélicos o en el devaneo interior de los humanos, absolutamente literario. Los textos de Peter eran las columnas que aguantaban la película, declara Wenders.
Volviendo a Paris-Texas, también allí encontramos un claro uso de la escritura como elemento visual. Las dos escenas basculantes de la película están hábilmente montadas sobre un artificio, la primera apoyada totalmente en la imagen, la segunda en la palabra: la película de súper 8 y el peep show.
Sin palabra ni diálogo, la secuencia del súper 8 funciona maravillosamente a modo de epílogo explicativo de toda la primera parte: la felicidad y la pérdida unidas en esas arquetípicas imágenes de personas que se mueven y hablan sin voz, que miran a cámara diciendo algo, con un niño que corretea, mientras se escucha el sonido de arrastre de la cinta al pasar por el proyector. Referencia universal, que conduce a lugares comunes a toda una generación de espectadores.
Y contrapuesta, la magistral escena del peep show: la desolación. Y aquí sí, el recurso literario en el larguísimo monólogo de catorce minutos donde la palabra, en la voz de Travis, perfectamente instalada en ese sórdido y teatral escenario, hace el trabajo final de horadarnos emocionalmente.
Incluso en El amigo americano, cine negro con toque de western, encontramos otro de esos trucos de escritura visual en la grabadora con la que Wenders desnudó brevemente el alma de Replay: “hoy es 6 de diciembre de 1976, no hay nada que temer más que al miedo, cada vez sé menos quién soy yo o quiénes son los demás”. El motor de esa historia son los temores, las cobardías, que todos conocemos y por si no quedara claro, Wenders hace que Replay lo grabe no una, sino dos veces.
La música, la letra de las canciones, es otra de las fórmulas narratológicas del cine de Wenders, las citas podrían ser decenas, valga como ejemplo el concierto de Chuck Berry en Alicia en las ciudades, interpretando Menphis, cuya letra viene a ser la sinopsis del filme, que a su vez se inspira en Carta breve para un largo adiós, otro texto de Peter Handke.
Como fotógrafo, faceta que ha desarrollado más en la última década, también busca Wenders vincularse al texto. Escrito en el oeste es el insólito título de uno de sus libros de fotografías, en el que pone la cámara en los textos que aparecen en el paisaje del oeste americano. Un cartel con dos palabras crea, mejor que cualquier otra cosa, la historia de una imagen. Así lo explica él: “En la foto que tenemos delante aparece un letrero con la inscripción Western World Development, a finales del siglo XIX esta región era el futuro de América, la tierra de los pioneros, ahora se ha convertido en un paraje en ruinas donde el sueño del oeste americano solo se expresa en unas cuantas palabras olvidadas”.
En la actualidad, Wenders parece estar lejos de las ideas y la palabra, es mejor en el documental, hablando sobre música, danza o fotografía, sus largos hace tiempo que han perdido la magia primera. Quizá su temor no era infundado y las imágenes han acabado por obturar su forma de ver, pensar e imaginar o, como dice uno de sus personajes en El curso del tiempo, los americanos han terminado colonizándole el subconsciente.
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