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Los cómicos del cine mudo

Esos artistas cómicos del cine mudo reviven en cierta forma cada vez que se proyectan sus películas

Los cómicos del cine mudo: este muerto está muy vivo

Ahora que no nos oye nadie, déjenme que les haga una confesión, algo que quizás no guste a los más entusiastas amantes del cine, y es que cuando veo una antigua película muda siento cierta opresión en el pecho y un poso de desazón, pues no puedo dejar de pensar que estoy ante una galería de difuntos. Todos los que están en ese momento en pantalla han pasado a mejor vida. Todos sus anhelos y sus sueños, todo aquello por lo que lucharon y vivieron hoy en día no es más que humo. Así acaban las vanidades humanas, que alguien dijo que mueren veinticuatro horas después de que lo haga uno mismo.

Y ahora que les he alegrado el día, como diría Callahan, déjenme añadir que todos esos artistas cómicos del cine mudo reviven en cierta forma cada vez que se proyectan sus películas, resucitan cada vez que alguien se planta de madrugada ante el televisor y ríe de sus caídas, o se asombra de sus peligrosos gags al borde del precipicio o de sus locas persecuciones. Y al ver esas viejas cintas siento que Charles Chaplin (1889-1977) sigue vivo mientras aprieta tuercas en Tiempos modernos (1936), o se come las suelas de sus botas en La quimera del oro (1925). Y entonces es cuando siento un deseo irrefrenable de llamarle por teléfono a sus estudios en la esquina de Sunset Boulevard con La Brea para felicitarle por su último éxito; y para decirle que siento mucho, casi tanto como él, que tuviera que dejar de hacer cine mudo, y que El cantor de jazz (1927) debería haber tardado unos cuantos años más en rodarse hasta que él se hubiera cansado de hacer películas de Charlot.

Y también llamaría a Buster, quizás al viejo Buster Keaton (1895-1966) que jugaba a las cartas en El crepúsculo de los dioses (1950) junto con otra gloria del mudo como fue la reina Kelly, Gloria Swanson, y con William Holden; pero sobre todo intentaría hablar con el Buster silencioso que corría delante de cientos de novias en Las siete ocasiones (1925), y con el que viajaba melancólico en la proa de aquella vieja locomotora llamada La General.


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