Eduardo García Maroto: Grandes olvidados del cine español
A pesar de la censura, Eduardo García Maroto consiguió dirigir buenas comedias como Los cuatro Robinsones y Mi fantástica esposa, junto a otras, que lograron un gran éxito.
Este año hace cinco décadas de la retirada del cine de Eduardo García Maroto, un profesional que dio sus primeros pasos en un laboratorio de cine, fue operador de cámara, ocasional actor y montador muy solicitado durante la II República; también comenzó a dirigir en los años 30 con gran éxito y tras una trayectoria no exenta de dificultades emprendió una nueva etapa como director de producción de algunas de las películas de Hollywood rodadas en España. Precisamente en estos días se puede ver en la Casa del cine de Almería una exposición producida por el Festival de Málaga que incluye más de 40 fotos de gran tamaño de algunas de las películas dirigidas por él y, especialmente, de su colaboración con la industria de Hollywood, junto a actores de la talla de Peter Lorre o directores como Stanley Kramer, Jean Negulesco y Robert Rossen.
Eduardo García Maroto nació en Jaén el 14 de diciembre de 1903. Aficionado al cine desde joven, entró en contacto con la profesión como ayudante de laboratorio de Madrid Film. Poco después comenzó a trabajar como ayudante de cámara en algunos largometrajes durante la etapa del cine mudo. Intervino en varias de estas películas con pequeños papeles como actor dada la insistencia de los directores y su afición a caracterizarse de los más variopintos personajes (vaquero, oficial del ejército, chófer, soldado árabe, etc.).
Al inicio de los años 30 trabajó como operador de diversos noticiarios y llegó a filmar la proclamación de la II República en Madrid y el entierro de Pablo Iglesias, entre otros destacados eventos. Poco después entró a formar parte del equipo fundador de la productora C.E.A., una de las más importantes de la época, como jefe de montaje. Allí fue montador de algunas de las películas más destacadas del momento, como Currito de la Cruz o Nobleza baturra; además, tuvo ocasión de trabajar con Luis Buñuel y Miguel Mihura. Logró tal gran prestigio como montador que fue designado para llevar a cabo esta labor en Raza, la gran película del nuevo régimen, con Franco de guionista. De nada sirvió que en ese momento estuviera rodando Oro vil y tuviera que simultanear ambos trabajos. Es más, cuando el director de Raza, José Antonio Saenz de Heredia, cayó enfermo, fue requerido para sustituirlo en el set de rodaje durante algunas jornadas.
Con Miguel Mihura escribió el guion de sus primeros cortos como director, Una de fieras, Una de miedo, Y ahora… ¡una de ladrones!. Muchos críticos de cine consideraron que inventó un género nuevo y que renovó por completo el cine español de esa década. Además de los innumerables elogios de la crítica por estos trabajos en los que parodiaba diversos géneros cinematográficos, como el cine de aventuras, el de terror y el policíaco, logró el respaldo del público. De hecho fue tan buena la acogida por parte de la crítica y el público que el más importante productor de la época, Vicente Casanova, le llamó para proponerle producir una película. Así surgió La hija del penal, con la que también logró un gran éxito comercial y de crítica, confirmando su valía y talento.
Se encontraba en el mejor momento de su carrera, pletórico por los elogios y preparando su siguiente largometraje, cuando estalló la Guerra Civil. Le sorprendió en Córdoba, como hombre de confianza de Cifesa durante el rodaje de El genio alegre, de su amigo Fernando Delgado. Debido a que en ese momento estaba en una zona controlada por los militares sublevados y a su vinculación laboral con Cifesa, se incorporó al equipo que participó en la producción de los documentales propagandísticos a favor de los sublevados.
Tras la Guerra Civil no pudo seguir haciendo las películas con las que triunfó durante la II República porque la censura rechazaba sus guiones. Ya nunca dispuso de la libertad creadora para afrontar sus siguientes trabajos y no le quedó otra que aceptar proyectos de encargo que poco le satisficieron artísticamente. Asimismo tuvo muchísimos problemas con Millán Astray, que quiso vetar su penúltimo largometraje, Truhanes de honor, por el retrato que hacía de los legionarios. Éste no aceptó que sus “caballeros legionarios” fueran denominados “truhanes de honor”, que en una secuencia se disfrazaran de mujer y que se incluyese un fusilamiento.
A pesar de la censura, consiguió dirigir buenas comedias como Los cuatro Robinsones y Mi fantástica esposa, junto a otras, que lograron un gran éxito, pero que pueden ser consideradas “alimenticias”, como Canelita en rama, protagonizada por Juanita Reina. También fue autor de dos largometrajes de gran éxito en Portugal, A mantilha de Beatriz y Nâo ha rapazes maus. En su última película, Tres eran tres, volvió a sus orígenes al parodiar de nuevo varios géneros cinematográficos, como el western, el terror y la “españolada”, pero se encontró de nuevo con la incomprensión más absoluta de los censores. Tampoco encontró muchos apoyos en su último empeño como director, la adaptación al cine para menores de Don Quijote en seis episodios de 30’, de modo que esta obra quedó inconclusa y supuso el final de su carrera como director.
Aunque García Maroto no llegó a trabajar en Estados Unidos, sí lo hizo al servicio de algunos de los más importantes estudios americanos (United Artists, Universal, Twenty Century Fox y Paramount). Por fortuna, cuando su carrera como director llegaba a su fin, emprendió una nueva como responsable de producción de las grandes producciones del cine norteamericano que comenzaron a rodarse en España a partir de la década de los años 50. En este sentido se puede afirmar que su papel fue decisivo en destacadas películas como Orgullo y pasión, Salomón y la reina de Saba y Patton, entre otras muchas. Trabajó a las órdenes de Stanley Kubrick, King Vidor, Stanley Kramer y Robert Rossen, entre otros. También hay que destacar que su labor fue muy importante para que los productores de Hollywood fueran confiando cada vez más en los profesionales de nuestro país, lo que desembocó en que a mediados de los años 70 es la primera vez que dos españoles, Gil Parrondo y Antonio Mateos, consiguen el Oscar, en este caso por su trabajo en Patton.
Una vez retirado del cine disfrutó de varios reconocimientos y premios, incluido del Festival internacional de cine de San Sebastián. Residió los últimos años de su vida en Marbella pero falleció en Madrid el 26 de noviembre de 1989.
Además de su debilidad por el humor y la comedia, Eduardo García Maroto tuvo una estrecha relación con la literatura, como se puede apreciar en su cercanía con algunos de los escritores de la denominada “Otra Generación del 27”, como Jardiel Poncela, Antonio de Lara, “Tono” o Miguel Mihura. Los dos últimos colaboraron con él en sus inicios (los cortos paródicos y su primer largometraje) en el caso de Miguel Mihura y en su despedida como director, en el caso de “Tono”. Además, adaptó a Pedro Muñoz Seca; Calderón de la Barca era uno de los personajes de A mantilha de Beatriz y su proyecto más ambicioso fue adaptar para los niños la obra magna de Miguel de Cervantes.
Asimismo, destacó por su carácter emprendedor (fue productor de varias de sus películas) y por buscar siempre fórmulas alternativas a la producción, como una cooperativa de cine, la primera en España, o una fundación para hacer cine infantil.
A mediados de la década pasada, Luis Mamerto López Tapia y Javier Caballero dirigieron un documental sobre Eduardo García Maroto, Memorias de un películero, en el que Luis García Berlanga reconocía la admiración que sentía por este director; las comedias de García Maroto ejercieron una gran influencia en un joven Berlanga, que solía verlas de adolescente a la vez que soñaba con poder dedicarse al cine para realizar películas igualmente divertidas.
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