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Conchita Montenegro: Grandes olvidados del cine español

Fue la gran estrella del ci­ne español y ve­nía precedida por su fa­ma en Holly­wood y por las buenas crí­ticas a su tra­bajo además de una exu­berante belle­za

 Conchita Montenegro: Grandes olvidados del cine español

Conchita Montenegro | En aquellos momentos, Conchita Montenegro era la gran estrella del ci­ne español, ve­nía precedida por su fa­ma en Holly­wood y por las buenas crí­ticas a su tra­bajo además de una exu­berante belle­za.

Su verdadero nombre era Concepción Jacinta Andrés Picado, pero en­tró en la Historia del Cine, con mayúsculas, con el de Conchita Monte­ne­gro. Aunque algún reputado escritor e historiador de cine señaló que era sevillana, en realidad nació en San Sebastián el 11 de septiembre de 1911. Tras vivir en Francia, Estados Uni­dos y Sudamérica, murió en Madrid el 22 de abril de 2007, completamente ol­vidada y retirada del cine por voluntad propia. También fue una decisión per­sonal donar su cuerpo a la ciencia.

Lo más sorprendente de esta actriz, que conoció los sabores de la gloria en Ho­llywood y que se codeó con Buster Kea­ton, Charles Chaplin, Clark Ga­ble y Spencer Tracy, entre otros, fue su brusca retirada del cine cuando ape­nas era una joven treintañera, en 1943, hace justamente 75 años.


Era hija de Julián Andrés y Anunciación Picado, ambos cántabros pero asen­tados en San Sebastián, donde él era representante comercial. Motivos profesionales llevaron a la familia An­drés Picado a instalarse en Madrid, don­de Conchita y su hermana Juanita, con la que siempre se sintió muy uni­da, entraron en contacto con la in­terpretación y la danza, materias en las que obtuvieron excelentes notas. También sirvió de modelo a los más notables pintores españoles del mo­men­to. Sus padres decidieron apoyar estas inquietudes artísticas y las ma­tricularon en la Escuela de Danza del Tea­tro de la Ópera de París, siendo aún adolescentes. A su regreso a Espa­ña formaron pareja artística con el nom­bre de «Las Dresnas de Montenegro» (Dres­nas es el anagrama de su primer ape­llido) y debutaron en uno de los prin­cipales teatros madrileños. Después actuaron en París, Roma, Berlín y Londres, en el Winter Garden, donde Con­chita se consagró.

La danza le abrió las puertas del ci­ne y ambas debutaron con un pequeño pa­pel en Rosa de Madrid, de Eusebio Fer­nández Ardavín. Poco después, Agus­tín de Figueroa, perteneciente a una aristocrática familia, se fijó en ella y le ofreció su primer papel protagonista, en Sortilegio, que fue un notorio fracaso a diferencia de su siguiente película, La mujer y el pelele, también dirigida por un miembro de la alta sociedad, en este caso francesa. La presencia de Conchita Montenegro no pasó desapercibida en esta pe­lícula gracias a una secuencia en la que tenía que bailar completamente des­nuda en un tablao, cuya imagen se re­flejaba en una botella de Jerez. La pe­lícula escandalizó en la España de Pri­mo de Rivera pero captó la atención de los cazatalentos del cine norteamericano, ávidos por enriquecer la nómina de cineastas e intérpretes.

Con apenas 18 años desembarcó en un muelle de Nueva York y, tras una rápida visita a la ciudad, viajó en tren a la otra costa de Estados Unidos, don­de le esperaba un contrato con Metro-Goldwyn-Mayer; y cuando expiró és­te, firmó con otra de las major, la Fox. Sus primeros encuentros no pudieron ser mejores: Charles Chaplin le gastó una broma haciéndose pasar por un profesor particular de inglés; en una prueba rechazó besar a Clark Ga­ble y su primera película fue junto al genial Buster Keaton, De frente, marchen. En un primer momento so­lo intervino en las versiones en es­pa­ñol de algunas producciones de Hollywood, pero después, gracias a su fa­cilidad con los idiomas, lo hizo en francés e inglés. Uno de los títulos más des­tacados que rodó en español fue ¡Asegure a su mujer!, una ingeniosa y divertida his­toria adaptada por Jardiel Poncela, que tiene un peque­ño ca­meo en la película. Conchita Mon­tenegro aparece absolutamente ra­diante en esta sofisticada comedia en la que también participan los españo­les Antonio Moreno, un galán que triun­fó en Hollywood, y el cordobés Carlos Villarías, con­sagrado gracias a la versión española de Drácula, que rodó en paralelo a Bela Lugosi.

La comparaban con Greta Garbo, a quien consideraba encantadora, y se relacionó con lo más granado del Ho­llywood de la época, como Nor­ma Shea­rer, el marido de ésta, Ir­ving Thal­berg, Charles Boyer, Adol­phe Men­jou, Carole Lombard y Leslie Ho­ward, con quien vivió una apasio­na­da historia de amor a pesar de que el Ashley de Lo que el viento se llevó es­tuviera casado y fuera mayor que ella 18 años. Cuando concluyó el contrato con Fox, regresó a Europa, a los es­tudios de Paramount en París, donde tra­bajó a las órdenes de Robert Siod­mak, que acababa de abandonar su Ale­mania natal por el auge del nazismo. Fue precisamente en París donde se casaría con el brasileño Raoul Roulien, protagonista de la citada ¡Asegure a su mujer!. Tras la boda, le acompañó hasta su país para prota­go­nizar el que sería su debut como di­rector, pero poco después de esta ex­periencia decidió separarse y regresar de nuevo a Europa, aunque no a Es­paña, asolada entonces por la Guerra Civil. Rodó en Francia y en Italia, don­de se acercó al cine español a través de algunas copro­ducciones, hasta que finalmente se in­tegró en el cine na­cio­nal con pelícu­las que no pasaron desapercibidas co­mo Rojo y negro, di­ri­gida por Carlos Ve­lo, íntimo amigo de José Antonio Pri­mo de Rivera, pero pro­hibida por el régimen franquista, o Boda en el infierno, de Antonio Román, que sí tuvo todas las bendiciones oficiales dado que éste ha­bía adaptado en Raza una historia escrita por Franco.

En aquellos momentos, Conchita era la gran estrella del ci­ne español, ve­nía precedida por su fa­ma en Holly­wood y por las buenas crí­ticas a su tra­bajo además de una exu­berante belle­za. No obstante, decidió poner punto fi­nal a su carrera con Lola Montes, gran superproducción en la que encarnaba a la famosa bai­larina y amante de Luis I de Baviera. Su despedida del ci­ne vino a coinci­dir con la muer­te de Les­lie Ho­ward en un extra­ño accidente de avia­ción. Se ha especulado sobre la co­laboración de éste con el servicio se­creto británico y con la implicación de la aviación alemana en el incidente. En la interesantísima no­vela que la pe­rio­dista Carmen Ro ha escrito sobre Con­chita Montenegro, Mientras tú no es­tabas, se relacionan ambos hechos: la trágica muerte del actor británico con la decisión de aban­donar el cine de ésta. Con motivo de esta publicación, la prensa se ha ocu­pado de nuevo de ella y en algún me­dio incluso se ha señalado que se veía con preocupación en la Alemania na­zi la influencia de Leslie Howard so­bre Mon­tenegro por la estrecha relación de ésta con di­rigen­tes de la Dictadura y la admiración que sen­tía Franco por ella. Según es­ta información, ese fue el motivo de que se decidiera acabar co­mo fuera con la vi­da del británico, lo que la su­mió en una profunda depresión. Sin em­bargo, al­gunos historia­dores sostienen que el avión fue derribado porque los nazis pen­saban que en él viajaba Wins­ton Churchill.

Sea como fuere, el adiós al cine de Con­chita Montenegro no solo coincidió en el tiempo con esta trágica pér­dida sino también con su boda con Ri­cardo Giménez Arnau, Embajador de España ante la Santa Sede. Desde entonces no volvió a conceder ninguna en­trevista, consideraba que su paso por el cine había sido un «pecado de ju­ventud» y rechazó un homenaje del Fes­tival Internacional de Cine de San Se­bastián en 1981 y la Medalla de Oro que la Academia del Cine Español concedió en 1996, con motivo del centenario del cine, a las figuras más destacadas de nuestra cinematografía.

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