Enrique Llovet: Grandes olvidados del cine español
Enrique Llovet participó en algunas de las mayores superproducciones que se rodaron en España (Rey de reyes, La caída del Imperio Romano y El Cid, entre otras).
Está pasando sin pena ni gloria el centenario del nacimiento del polifacético Enrique Llovet, un hombre imprescindible en la Historia del cine español por su decisivo papel junto a Samuel Bronston.
Premio Nacional de Literatura, Enrique Llovet nació en Málaga el 15 de agosto de 1917 y murió en Madrid el 5 del mismo mes de 2010. Desde muy joven se caracterizó por su carácter inquieto: estudió Derecho, Filosofía y Letras, Ciencias Políticas y Económicas en Madrid, en la Sorbona de París y en el Trinity College de Dublín. Diplomático y periodista, Llovet destacó como guionista, trabajando al lado de Samuel Bronston, Benito Perojo y Cesáreo González. Participó en más de 30 películas, a la vez que desarrolló una importante carrera como autor teatral y adaptador de obras clásicas. También estuvo relacionado con la zarzuela, la radio y la televisión, así como la crítica de teatro, que llevó a cabo en el diario ABC. Desde esta tribuna mantuvo una intensa disputa dialéctica con el periodista Emilio Romero, director de otro periódico de renombre, Pueblo.
En Televisión Española Enrique Llovet fue adaptador, asesor de programas dramáticos y guionista de las series Las Sonatas, de Valle Inclán, y Las pícaras. Asimismo, dirigió en 1982 el popular programa 300 millones, que se emitía también en varias cadenas de Iberoamérica.
Sus inicios en el cine fueron fruto del azar. Acababa de publicar el artículo Los héroes de Baler sobre los últimos de Filipinas cuando, al día siguiente, en una tertulia en la que coincidía con escritores y cineastas como Miguel Mihura o José López Rubio, uno de éstos le dijo que ese artículo era excelente para convertirlo en el guion de una película que él mismo, Antonio Román, dirigiría. También fue el autor de la famosa habanera Yo te diré, que suena en Los últimos de Filipinas, y con la que obtuvo una gran repercusión y muy buenos ingresos como autor de la misma.
Llovet participó en algunas de las mayores superproducciones que se rodaron en España (Rey de reyes, La caída del Imperio Romano y El Cid, entre otras). Además llegó a entablar amistad con algunos de sus directores como Anthony Mann o Nicholas Ray, así como sus protagonistas, en especial Charlton Heston, de quien admiraba la profesionalidad, disciplina y rigor con el que se preparaba los personajes.
A propósito de El Cid, surgió una leve polémica en España sobre su fidelidad histórica al personaje, pero Enrique Llovet fue tajante, le dijo a Arias Salgado, por entonces ministro, que hacían películas, no historia, del mismo modo que Shakespeare tampoco hizo historia al escribir Otelo o Macbeth. Dotado de un gran ingenio no solo para escribir sino también para salir al paso de situaciones difíciles, solía recurrir a su acento andaluz, que exageraba en estas ocasiones. Así, en 1970, durante su paso por México, tuvo un pequeño incidente con el Secretario (equivalente al Ministro) de Cultura cuando pronunció Oaxaca con «x», en lugar de con «j». Éste le recriminó que lo hubiera hecho así y Llovet le respondió: «disculpe, Excelencia, si se me enfada, pediré un taji y me iré a ver al Presidente Nijon».
Sus últimos guiones cinematográficos fueron Divinas palabras, de José Luis García Sánchez, y ¿Lo sabe el ministro?, de José María Forn. Llevaba 20 años apartado del cine porque no le ofrecían contratos. Según contaba, pensaban que no podía escribir guiones de películas que costaran menos de 10 millones de dólares. De vez en cuando aparecía alguien que le decía: «esto, pero como con Bronston«. En estos casos, él se limitaba a decir que no era posible, porque ni esa persona era Bronston, ni tenía su financiación, ni iba a rodar en inglés, ni tenía sus actores.
A lo largo de las casi cinco décadas de estrecha vinculación con el cine, Enrique Llovet jamás se sintió tentado a dirigir y es que en este sentido lo tuvo muy claro; nunca se lo planteó porque no estaba dispuesto a soportar lo que, según él, aguanta un director.
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