Rosita Díaz Gimeno: Grandes olvidados del cine español
Tras la experiencia con la Paramount, otro estudio de Hollywood reclamó a Rosita Díaz Gimeno, 20th. Century Fox, para ofrecerle un contrato por dos películas en español que se rodarían en California.
Este año hace 90 del debut en el cine de la actriz Rosita Díaz Gimeno, una de las más importantes del cine español durante la II República y que se salvó de morir fusilada en plena Guerra Civil. Nacida en Madrid el 13 de septiembre de 1911 (aunque algunas fuentes indican que en realidad nació en 1908), falleció el 23 de agosto de 1986 en Nueva York, donde residía con su marido, Juan Negrín, hijo de quien fuera Presidente del Gobierno en las postrimerías de la II República.
En 1982, el guionista, productor y director de cine José María González Sinde se entrevistó con ella y le dedicó un interesantísimo reportaje en El País Semanal, publicado a principios de noviembre del mismo año, en el que repasaba los principales hitos de su intensa vida.
En plena adolescencia, con apenas 12 años, ingresó en el Real Conservatorio de Arte Dramático, logrando el Premio Fin de Carrera tras realizar tres cursos en un solo año. Gracias a sus méritos académicos pudo empezar como meritoria en la compañía de Martínez Sierra y Catalina Bárcena, destacadísimos nombres de la escena española. Seis meses después fue contratada como primera dama y así estuvo durante una temporada hasta que dejó la compañía cuando ésta se fue de gira a Centroamérica.

Carlos San Martín, designado por Paramount como cazatalentos de intérpretes que pudieran rodar las versiones en español de esta compañía en los estudios Joinville, cercanos a París, supo apreciar la fotogenia de Rosita Díaz Gimeno y sus posibilidades en el cine. San Martín, que frecuentaba teatros y cabarets, descubrió a la actriz en una comedia y ni siquiera esperó a que concluyera la función; al final del primer acto entregó una nota con un mensaje y al final del segundo se vio con ella en su camerino. Pocos días después, Díaz Gimeno viajaba en un vagón de primera clase rumbo a París. Dado que le ofrecieron personajes secundarios, la experiencia no resultó muy satisfactoria y decidió regresar a España, donde trabajó a las órdenes de Benito Perojo en Susana tiene un secreto y Se ha juzgado un preso, así como con Florián Rey en Sierra de Ronda.
Tras la frustrada experiencia con la Paramount en París, otro estudio de Hollywood la reclamó, 20th. Century Fox, para ofrecerle un contrato por dos películas en español que se rodarían en California. Ella propuso una lista de seis obras, de las que eligieron Angelina o el amor de un brigadier, de Jardiel Poncela, asimismo contratado para escribir el guion, y la comedia de Eduardo Marquina Rosa de Francia, en cuya adaptación intervino el granadino José López Rubio, otro de los grandes nombres del cine español en Hollywood. Éste, el propio Jardiel Poncela, el actor Julio Peña y el latin lover Juan Torena, cuyo verdadero apellido, Garchitorena, quedó acortado porque los norteamericanos eran incapaces de pronunciarlo correctamente, se convirtieron en sus mejores amigos, para quienes ella era simplemente «la peque». Cuando quiso abandonar Hollywood, el productor le ofreció un contrato por el sueldo que ella quisiera, pero no lo aceptó porque deseaba regresar a España para reencontrarse con su familia, ignorando por completo que ese viaje de vuelta pudo costarle la vida y que años más tarde se establecería definitivamente en EE.UU.
Llegó a España a principios de 1936 para promocionar Angelina o el amor de un brigadier y fue entonces cuando los hermanos Casanova, dueños de la principal productora española, Cifesa, le ofrecieron un tentador contrato por tres películas con un porcentaje de los ingresos además de la potestad para dar el visto bueno a guiones, repartos y directores; lógicamente, aceptó.
La primera película era una adaptación de la obra de los hermanos Álvarez Quintero, El genio alegre, y la siguiente también se basaba en un texto literario, en este caso de Juan Valera, Pepita Jiménez, cuyos derechos había conseguido la propia Rosita Díaz Gimeno de la hija del autor, que solo aceptaba su traslación a imágenes si la protagonista era encarnada por esta actriz. La primera sería dirigida por Fernando Delgado, cineasta ya veterano con varios títulos en su filmografía, «un caballero» y «camisa vieja» de la Falange, tal y como recordaba la actriz en el citado reportaje. Una vez que el rodaje de las secuencias de interior tuvo lugar en los estudios de Ciudad Lineal, en Madrid, el equipo se desplazó a Córdoba, donde se filmarían los exteriores; apenas faltaban unas horas para que se iniciase el alzamiento militar con el que comenzó la Guerra Civil, que les sorprendería a todos en la ciudad andaluza, bajo control de los militares sublevados.

Como cuenta en sus memorias el cineasta Eduardo García Maroto, recién contratado por Cifesa y presente en este rodaje como persona de confianza de la familia Casanova, en el equipo de El genio alegre había personas de todas las ideologías: anarquistas, falangistas, republicanos, socialistas y comunistas, pero de todos ellos la más relevante era Rosita Díaz Gimeno, no solo por su extraordinaria popularidad sino por ser la nuera de Juan Negrín. Fue detenida y encerrada durante tres días en el Alcázar; desde su encierro podía ver los fusilamientos en el patio del histórico palacio, en el que soportó unas condiciones de reclusión ciertamente estrictas porque no pudo comer ni beber durante día y medio tal como recordaba 45 años después. Por fortuna, la trasladaron de nuevo al hotel donde se alojaba el equipo; allí estuvo sometida a vigilancia permanente y fue testigo de una terrible epidemia de tifus, que causó la muerte de tres personas, entre ellas una joven, su doble en la película. Poco después la condujeron a Sevilla y la alojaron en un primer momento en el Hotel Alfonso XIII, adonde solían acudir falangistas para registrarla y humillarla por cualquier motivo. Una noche se la llevó un grupo más exaltado y la subieron a una camioneta para fusilarla. Por fortuna apareció un oficial y la hizo bajar. Diez meses más tarde fue trasladada de nuevo, esta vez a Salamanca, donde consiguió un salvoconducto con el que logró salir de España a través de Irún; al otro lado le esperaba un representante de Columbia con dinero en mano como anticipo por la producción de La vida bohemia. En cuanto a El genio alegre, tras finalizar la guerra se rodó con otra actriz lo que quedó pendiente y algunas secuencias para sustituir a Rosita Díaz Gimeno, que fue «borrada» de la película.
Como rememoraba en el citado reportaje, el veto en España era un importante hándicap para su carrera porque los productores norteamericanos eran conscientes que, si la contrataban, tendrían que renunciar a estrenarla en España. Por fortuna, pudo hacer cine en México, como la anhelada adaptación de Pepita Giménez, dirigida por el mítico Emilio «Indio» Fernández y por la que fue nominada como mejor actriz en los premios Ariel, equivalentes a los Oscar y los Goya. Comenzó a alternar cine y teatro, especialmente en este país, donde obtuvo un gran reconocimiento por parte del gobierno, comprometido con el exilio español. Finalmente se instaló en Nueva York, ciudad en la que su marido ejerció, con bastante prestigio, la medicina.

En la metrópolis siguió haciendo televisión y teatro, tanto en inglés como en español, hasta pocos años antes de fallecer. Simultaneó la interpretación con el continuo aprendizaje (desde gemología y mineralogía hasta estudios de psicología) y llegó a ser consejera del departamento de lenguas romances de la prestigiosa Universidad de Princeton. Como recordaba a principios de los años 80, por entonces ya había vivido más años de su vida en Estados Unidos que en España, pero aquel seguía siendo su segundo país. Regresó varias veces, especialmente a Madrid, donde se sentía «emocionalmente envuelta». Tal vez su viaje más especial tuvo lugar en 1980, pero no en reconocimiento a su labor en el cine, sino para que su marido fuera nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Barcelona. Para entonces, ella, que había ganado dinero a raudales y había sido muy popular, estaba completamente olvidada y acudió en calidad de esposa, tal como señalaba en el citado reportaje, en el que también dejaba de lado sus ideas republicanas para mostrar su admiración por el entonces rey Juan Carlos I (el reportaje se publicó meses después del 23-F) y hacía profesión de fe al hablar de «su» Cristo del Gran Poder, que la protegió durante la Guerra Civil.
Fotografías: Fundación Juan Negrín
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