La influencia del cine: sobre la conexión personaje-espectador
La influencia del cine | La personalidad suele manifestarse en el modo en que una persona se entiende a sí misma, cómo comprende e interpreta el mundo y la manera en que se relaciona con los demás. Desde fuera podríamos situar a cada una en el continuum de diversos polos: tímida o asertiva, crítica o indulgente, flemática o apasionada, independiente o dependiente, optimista o pesimista, sociable o solitaria, egoísta o altruista, internalizadora o externalizadora, activa o pasiva, alegre o melancólica, introvertida o extrovertida.
Además se puede percibir si es coherente en las distintas áreas de su vida o no, si tiene integradas las vivencias previas de forma armónica y si los mecanismos de adaptación que ha desarrollado son sanos o insanos. Cuando en el cine esto se muestra con una lógica interna de la persona, el personaje te resulta creíble y verídico, sea o no de tu agrado, sea con una personalidad sana, sea patológica, serían los personaje-persona.
En el desarrollo del guion podemos apreciar si el personaje está bien caracterizado, si es creíble y coherente de acuerdo con la antropología, las teorías de las personalidad, la conducta y la identidad del ser humano. Este equilibrio no implica que el estilo de vida del personaje nos guste o no, que nos resulte atractivo o repulsivo, que tenga rasgos de personalidad sanos o patológicos o que en sus acciones cometa aciertos o errores. Walt Kowalski (Clint Eastwood) en Gran Torino tiene tantos admiradores como detractores, pero todos están de acuerdo en que su personalidad está bien caracterizada, es coherente con su pasado y se comporta como es.
Hay personajes que muestran personalidades firmes, coherentes y con una dimensión moral de calidad, que nos resultan atractivos como Franz Jägerstätter (August Diehl) en Vida oculta o la jueza Candela Montes (Candela Peña) en la serie Hierro. Otros personajes nos pueden resultar insulsos, pero esto no es un indicativo de que estén mal caracterizados, sino precisamente de que sí lo están. Así son los protagonistas de El artista anónimo que, en la frialdad finesa, establecen una comunicación muy básica; la protagonista de Dime quién soy (Irene Escolar), de quien no entendemos qué la mueve a sus distintas acciones, algunas heroicas y otras ruines, o Rue de Euphoria (Zendaya) que no tiene guía en su vida, como tantas de su generación.
Hay personas que no dejan que su identidad aflore porque no han podido o sabido hacerlo y te da rabia que no sean más auténticos. Pero existen y el acierto del guionista es definirlos así, no pasarse, no mostrarte un héroe ni un villano porque no lo son, no convertirlas en un personaje teatral, porque estamos en el cine, son personas a las que les falta un hervor.
Los hay también muy bien caracterizados y que nos generan rechazo como en Joker (Joaquin Phoenix); que no los podemos entender bien como a Hannah Baker (Katherine Langford) en Por trece razones por la psicopatología oculta que presenta; que nos pueden resultar muy cercanos y naturales como los protagonistas de This is Us o Modern Love; o que son algo extremos pero reales, como muchos de los personajes de El inocente, como la inspectora Ortiz (Alexandra Jiménez) o la madre de Dani (Ana Wagener), de los que no te harías amigo, pero su personalidad y sus modos de vida son coherentes con sus vivencias y experiencias, que además nos han contado y podemos por tanto conocer los caminos por los que han llegado a esos estados mentales y de comportamiento.
El cine refleja la vida y la vida también se alimenta del cine. Este influye en las personas, en modos de pensar y de enfocar un asunto, en la elección de carrera, modelos de vida, nombres, moda, juegos o visitas a lugares donde se rodó. Vale la pena tener sentido crítico al recibir a los personajes, antes de creértelos como personas, algo que no es posible, por ejemplo, en Los espabilados, donde proponen que remes a favor, como si fueran víctimas y tú el culpable, de unos adolescentes que roban, matan, son agresivos, ignoran la ley y desprecian a otros. Pero todo edulcorado con mensajitos sensibleros mezclados con verdades como puños, pero el agua arruina al mejor Vega Sicilia. Esto es lo que pasa cuando quieres manipular con tu ideología a través del cine.
El espectador formado no se lo creerá, pero otros te dirán “pero si lo vi en una película”, como máxima expresión de un fundamento serio, casi de una fuente académica que respaldaría una afirmación. Esto lo saben bien los ingenieros sociales, desde la gran depresión de Estados Unidos que generó tan buenas películas hasta nuestros días, con series como Élite o Generation que buscan normalizar conductas que no son tan frecuentes y que generan confusión en los espectadores-esponja, quienes incorporan sin filtrar modos de pensar, sentir o comportarse de los personajes cinematográficos.
Es interesante preguntarse con qué parte de mi persona o de mis experiencias conecta ese personaje, por qué me cae bien, qué hace que lo pueda comprender, si su belleza o simpatía me hacen ser indulgente, si me guío por estereotipos o hago un análisis crítico de su integridad personal. En el cine, los personajes han de ser coherentes con las personas y, si están disociados, que sea con coherencia y respeto al espectador.
Suscríbete a la revista FilaSiete