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Modus. A la manera de España

En los huecos de las escaleras, como premiando el esfuerzo de la ascensión, hay creaciones de Antonio Cas­tillo para Lanvin, Balenciaga, Yves Saint Laurent y Palomo Spain

Modus. A la manera de España

Modus. A la manera de España

Modus. A la manera de España | Es enero y hace un frio helador. Leiva me acompaña con su nuevo single desde casa hasta la calle Santa Engracia, repitiendo en cada estrofa: «Todo cambia, nada per­manece».

El corredor negro que se ha dispuesto para acceder al an­tiguo depósito de agua transformado en espacio expo­si­tivo predispone. Apago la música de mis auriculares y so­lo hay silencio. Luces tenues en contraste con vestidos encendidos. Todo lo que respiro es paz y calma. Un si­lencio llamativo a la vez que irónico considerando que se trata de una exposición «a la manera de España», un país donde el volumen ambiental es comúnmente alto.

Resuenan mis pasos al subir las escaleras de metal. Pa­co Rabanne y Cristóbal Balenciaga, maestros españoles por excelencia, me dan la bienvenida. La exposi­ción llena las cinco alturas de un lugar seductor que con­juga el hierro y el ladrillo. Los comisarios se han en­cargado de disponer textos en las paredes de cada es­tan­cia que, junto a las pequeñas cartelas al pie de cada tra­je, ayudan a recorrer el camino que va de la indumentaria tradicional del siglo XIX hasta las propuestas de di­señadores españoles del siglo XX y XXI. La exposición cuen­ta también con algunas piezas de modistos extranjeros como John Galliano o Hubert de Givenchy, que pa­recen inspirarse en el talento que emana de nuestras tie­rras castellanas. Las pinturas del Barroco del taller de Zurbarán ilustran algunas estancias y despiertan mi cu­riosidad. Por lo que observo, también la curiosidad de mo­distos como Pertegaz.


Al continuar mi andadura por la exposición Modus. A la manera de España, arriba y abajo, me encuentro con un vestido de novia semiacaba­do de Agatha Ruiz de la Prada, datado en 1994, poco o na­da convencional. Blanco de seda y algodón, pulcro sin co­razones u otras excentricidades características de la di­señadora. Me detengo a contemplarlo ante la escasez de diseños tan sencillos de la modista madrileña.

Al finalizar el recorrido de Modus. A la manera de España, sin usar el ascensor, desciendo deteniéndome para apreciar con más calma lo que me impactó en la subida. Llegó a la planta baja y vuelvo a subir. En los huecos de las escaleras, como premiando el esfuerzo de la ascensión, hay creaciones de Antonio Cas­tillo para Lanvin, Balenciaga, Yves Saint Laurent y Palomo Spain. Desde la parte de arriba de las escaleras, en el tercer piso, la vista a ojo de pájaro de toda la exposición es sobrecogedora.

Así mismo, a pesar de que encuentro cierta confusión a la hora de diferenciar la temática de cada planta, me im­pacta la elegancia del negro sobrio y a la vez devora­dor que recuerda a los trajes de corte españoles en el pri­mer nivel. Ahí se encuentran imponentes propuestas de Juanjo Oliva, Del Pozo y Palomo Spain, cuyos aba­lorios y pedrerías brillan en la oscuridad. Volantes, lu­nares, mantones de Loewe por J. W. Anderson… nues­tro pasado goyesco de toros y boleros se adueñan del segundo piso.

John Galliano y su abrigo con los colores del capote de un torero o el vestido España de Sybilla, de 1996, en­tran en resonancia con una sentencia escrita en una pa­red: «Tradición y religión son, quizás, las principales fuen­tes de inspiración de lo español. Ambas han convivi­do siempre unidas, conformando la idiosincrasia de nues­tro país».

En cuanto a la tercera planta, he de reconocer mi asom­bro ante tanto libro especializado en moda, desde fo­tografía hasta historia o simplemente ilustraciones. Así, me siento en el Ferrara de piel negra con mesita a jue­go para ojear algún libro que no conocía en lo que po­dría considerar mi paraíso terrenal.

En la cuba del antiguo depósito, hay ahora 16 dise­ños a lo largo de toda su circunferencia en espacios muy ilu­minados. El paraíso celestial, por su contra, lo encuentro al ascender a esta cúpula. Un Palomo Spain de 2017, de seda con volantes y decoración de jaretas y apli­caciones de pedrería, acompañado de su tocado en for­ma de halo me ponen la piel de gallina. Al contrario que en la exposición organizada por Miguel Outumuro en 2006, «Genio y Figura», la inclusión de diseñadores jó­venes y contemporáneos como Ana Locking o Palomo Spain consiguen cautivar a todo tipo de públicos. La artesanía tradicional y popular aparece ejemplarizada en los bordados de Miguel Adrover o en el uso del cuero en los guantes verdes de Josep Font.

Fascinada ante tanto arte, desciendo, vuelvo a po­nerme los auriculares y salgo encendida al invierno de Ma­drid con el elegante y sustancioso ca­tá­logo de la exposición bajo el brazo, con bellas fo­to­grafías del gallego Jesús Madriñán al más puro es­tilo Outumuro y textos para leer con calma que fir­man tres prestigiosos especialistas (Juan Gutiérrez, Amalia Descalzo y Álvaro Molina) y los dos co­misarios.

Siento decirte, admirado Leiva, que esta vez no tienes razón. Tres horas de contemplación en esta muestra Modus. A la manera de España me dicen que hay una excepción a tu afirmación de que «na­da permanece». La moda española, su manera y los maes­tros que en ella trabajan han conseguido perdurar. Tra­dición y modernidad conviven a pesar de cambiar el es­tilo, las hechuras o los modos de llevar la ropa. En bo­ca del diseñador y comisario de la exposición, Raúl Ma­rina, al referirse a Palomo Spain, «[…] hace un reco­rri­do por la Corte de los Austrias y nos devuelve a una Es­paña que era una potencia internacional, que hacía de la moda una de sus señas de identidad y que tenía en la mo­da la mejor de sus embajadoras».

Sala Canal Isabel II (Santa Engracia 125, Madrid)

Patricia Ruenes Sanz

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