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Títulos de crédito La Bella y la Bestia

La Bella y la Bestia

Títulos de crédito La Bella y la Bestia

Aunque en gran nú­me­ro de filmes el diseño de los títulos de crédito se limita al movimiento verti­cal del texto de abajo arriba sobre fondo negro, hay di­rectores que han optado por otorgar cierto atractivo a es­ta secuencia. La Bella y la Bestia es, por fortuna, uno de esos casos.

La belleza está en el interior. Estas seis palabras condensan el relato del tradicional cuento de hadas francés, cu­yo origen se remonta al siglo XVIII. La historia, que ha circulado durante siglos por toda Europa, ha sido revisada numerosas veces, contando en su haber con variadas ediciones impresas, y diferentes adaptaciones a la gran pantalla, al teatro y la televisión. La versión ci­nematográfica más reciente es la dirigida por Bill Condon, la película más taquillera de 2017 hasta la fecha. Pre­cedida por la poética versión de 1945 de Cocteau y el oscarizado musical de animación de Disney de 1991, la adaptación en imagen real de este último se distingue por su cuidada, extraordinaria y suntuosa producción.

La película destaca por su magnífica ambientación. El equi­po de diseño ocupa un lugar excepcional. Los pai­sa­jes, el vestuario y los recargados decorados, caracte­rís­ti­cos del barroquismo dieciochesco, encuadran estética e his­tóricamente esta historia de amor. La línea divisoria en­tre realidad y fantasía se desvanece gracias a la tecnología 3D y la alta calidad de los efectos digitales que dan vi­da a la Bestia y al resto de los habitantes del palacio en­cantado. El magnífico castillo de Bestia, proyectado en­tre sombras y tonos grises, y la simbiosis entre actores y personajes encantados en la secuencia final de cré­ditos, son un ejemplo.


Los títulos de crédito finales aparecen en la mayor par­te de las películas, con independencia de que exista o no una secuencia inicial de éstos. Aunque en gran nú­me­ro de filmes su diseño se limita al movimiento verti­cal del texto de abajo arriba sobre fondo negro, hay di­rectores que han optado por otorgar cierto atractivo a es­ta secuencia. La Bella y la Bestia es, por fortuna, uno de esos casos. La posición de la secuencia viene requerida por el guion: solo al final del metraje se romperá el hechizo que nos permitirá conocer el rostro humano de los habitantes del castillo.

Dentro de los variados procedimientos que emplean los directores para dotar de interés a los títulos finales se encuentra el de mostrar el rostro de los personajes cuan­do su nombre aparece en pantalla, de modo que el es­pectador pueda conocerles; o bien deambular por las di­ferentes localizaciones en que se ha desarrollado la his­toria, a modo de epílogo. Los cuatro minutos y medio de la secuencia final de La Bella y la Bestia combinan am­bas técnicas. En ellos se recogen numerosos guiños y re­ferencias a momentos y escenas destacables de la película o bien a elementos representativos de los distintos per­sonajes. La textura que presenta el texto, escrito en ti­pografía serif, es similar a las virutas de oro que, desprendidas por arte de magia de las paredes y techos del cuar­to de Bella, adornan el icónico vestido amarillo que lu­cirá en la célebre escena del baile.

A tono con la estética de la película, la secuencia aglu­tina rasgos característicos de la pintura barroca. En­tre éstos se encuentra el gusto por representar, entre otras temáticas, la arquitectura y los interiores. Así, los primeros títulos se superponen sobre imágenes de diferentes emplazamientos o espacios de la película. Los nom­bres del director y de los productores se ubican en­tre planos generales de las torres del castillo; el del guion se sitúa en la biblioteca, mientras la sala de baile se reserva para los compositores de la melodía y letras de las canciones.

La presentación de los actores principales evoca los re­tratos individuales de la pintura barroca, difundidos con­siderablemente a lo largo de este periodo, junto al uso generalizado del óleo y el lienzo. La luz, como elemento pictórico, y el color juegan un papel esencial en la construcción de planos de luz y sombra, sobre los que emergen los dibujos de las figuras con precisión casi es­cultórica. Los retratos, llenos de fuerza y sentimiento, recogen y transmiten la individualidad y el carácter de los personajes retratados, cargados de simbolismo. Y to­do envuelto por una atmósfera teatral, profusamente de­corada. Los títulos de La Bella y la Bestia recuerdan en especial a los de la escuela de pintura inglesa realiza­dos por Van Dyck (1599-1641) y Thomas Gainsboroug (1727-1788), retratistas, ambos, de la aristocracia inglesa, cuyas notas distintivas son la elegancia y distinción.

Fotogramas de la secuencia de títulos de crédito final de Beauty and The Beast (2017). Retratos de Thomas Gainsboroug. Arriba a la izquierda: El joven azul (1770). Abajo a la derecha: Retrato de Elizabeth Beaufoy (1780)

Los nombres de los diferentes actores y su papel en la película se enmarcan entre filigranas doradas, a modo de moldura, cuya función trasciende la mera ornamenta­ción para colocarse en el plano de lo simbólico. Cada tí­tulo incorpora así un elemento representativo del perso­na­je interpretado. En los créditos de Bella, interpretada por Emma Watson, encontramos un libro abierto, símbolo de la mujer independiente y adelantada a su época, que anhela descubrir el mundo que se extiende más allá del pequeño pueblo de Villeneuve. El gusto de Bestia por la lectura ayudará a Bella a atisbar, tras su aspecto te­rrible y maneras toscas, cierta ternura y una mente cul­tivada. Y será un libro encantado el que le permitirá via­jar a través del tiempo y el espacio para conocer su pa­sado. Dos elementos se encuentran en el marco del nom­bre de Dan Stevens: una exuberante rosa y un tallo sin pétalos, emblema del hechizo, del paso del tiempo y la oportunidad de amar y ser amado. El telón de fon­do es el resultado de la superposición de la imagen del castillo y el perfil de Bestia.

El personaje de Gastón, interpretado por Luke Evans, se emplaza sobre la imagen de un espejo, reflejo de su ca­rácter presumido y vanidoso, provinciano y de miras pe­queñas, pagado de sí y de su belleza. En el marco del texto apreciamos la cornamenta de un ciervo, pieza con doble significado. Al tiempo que refleja el gusto de Gas­tón por la caza, las armas y la lucha, como representan­te del ideal varonil, supone un guiño a las numerosas cornamentas de ciervos que adornan las paredes de la ta­berna. En este escenario Lefou, interpretado por Josh Gad, cantará las alabanzas de su amigo. Acorde con el ca­rácter bufonesco del personaje se han escogidos las ca­retas de la risa y el llanto, esto es, la tragedia y la co­media, símbolo universal del teatro. Para Maurice, inventor y padre de Bella, interpretado a la sazón por el ac­tor Kevin Kline, se han entresacado las ruedas que componen el engranaje de sus cajas musicales.

El adorno del nombre de Ewan McGregor, alias Lumière, son dos pares de velas enfrentadas simétricamente. Para la ligera Plumette, interpretada por Gugu Mbatha-Raw, se opta por una delicada moldura ribeteada con plumas. Partituras y notas musicales aderezan la presentación de Stanley Tucci, Cadenza, y Audra McDo­nald, Mme. de Garderobe. La ingenuidad y espontaneidad de Chip se refleja en el sencillo marco que encuadra el nombre de Nathan Mack. El rostro de Ian McKellen nos saluda entre las piezas que componen la maquinaria del reloj, mientras Mrs. Pott, en manos de Emma Thompson, nos invita a tomar una taza de té.

Los títulos desbordan detalle y exquisitez. El montaje na­rrativo de la secuencia apela sutilmente a las emocio­nes del espectador a través de símbolos y gestos. Las cin­tas de tela de Mme. de Garderobe serán el escenario pa­ra el diseño de vestuario; la sala de baile para la coreografía; y el plano del piano, acompañado por un pentagrama coronado por notas musicales, el de la música y banda sonora.

Entre las novedades que incorpora este remake de la ver­sión animada de Disney se encuentra la balada que acom­paña a los títulos de crédito. La canción inédi­ta How Does A Moments Last Forever es interpretada por la can­tan­te canadiense Céline Dion. Escrita por el com­po­si­tor ori­ginal de La Bella y la Bestia, Alan Men­ken, y el le­tris­ta Tim Rice, ha sido definida por ellos mismos co­mo «una balada emocional para conservar los preciosos momentos de la vida». Los títulos se su­ceden al compás de la melodía, siguiendo un ritmo sua­ve, cadencioso, que se torna en rápida despedida en los últimos instantes. Con un movimiento de travelling, la cámara recorre las es­caleras del castillo de arriba abajo, flanqueada por los habitantes animados del lugar, que despiden a los espectadores.

La belleza está en el exterior. Seis palabras que condensan el broche de oro de un festín audiovisual.

• Año: 2017
• Estudio: General Titles
• Director creativo: Andrew Sommers

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