Películas oficiales de los Juegos Olímpicos de verano: la cinematogenia (estival) del deporte
Películas de los Juegos Olímpicos de verano | El cinematógrafo fue alumbrado en 1896, año en que el barón Pierre de Coubertin instauró los Juegos Olímpicos en nuestra era. Las crecientes posibilidades del invento de Louis y Auguste Lumière, por entonces aún eran superadas por los impedimentos técnicos y la inexistente perspectiva sobre su aptitud. Por eso el legado visual de los Juegos de Atenas 1896, París 1900 y Saint Louis 1904, fue todavía fotográfico, estático.
Los primeros de los veintitrés documentales de los Juegos de verano (veintiuno son los de invierno) fueron filmados en Londres 1908, Estocolmo 1912, París 1924 y Ámsterdam 1928. Entre medias, la devastación de la Gran Guerra motivó, aun ya finalizada, la escasez de documentos fílmicos de las jornadas de Amberes 1920.
Con todo, la irreversible unión entre cine y deporte era inminente y pronto iría revelándose plena de posibilidades creativas, culturales y estéticas, técnicas y mediáticas. El enorme valor histórico de esos filmes, previos y posteriores a los primeros cuarteamientos del mundo contemporáneo, refleja así la simultaneidad de los albores del cine y el olimpismo moderno. Pero también deja constancia de la progresiva extinción de un orden decrépito, en tránsito hacia más hecatombes.
La referencia pionera
El primer jalón fue Olimpia (1936), de Leni Riefenstahl, filme de los Juegos de Berlín 1936 y primer monumento cinematográfico deportivo. Fue además el siguiente largo de Riefenstahl tras El triunfo de la voluntad (1935), a su vez paradigma propagandístico del delirio nazi.
No obstante, y por incorrecto que pueda sonar, Riefenstahl abrió sendas conceptuales, formales, técnicas y estructurales al mejor cine deportivo, contribuyendo a conformar una consciencia cinematogénica del deporte: su natural fotogenia, en movimiento.
De ahí el absurdo de que Olimpia no figure hoy entre las películas olímpicas oficiales en www.olympics.com: por desolador que pueda ser a veces el pasado, no menos indigno es imponer una damnatio memoriæ que entrega una Historia arbitraria y mutilada. Sería bueno rectificar.
Los desarrollos
Todas estas películas olímpicas poseen constantes simbólicas definitorias: el vínculo hereditario con la Antigüedad griega, las invocaciones a la paz y la confraternidad; el hálito ritual, expresado en los símbolos (bandera, antorcha, juramentos, palomas, himnos…).
Tras las películas de Londres 1948, Melbourne 1956 y Roma 1960 (primeras en color), llegaron nuevos mojones: Tokio 1964, Méjico 1968, Múnich 1972 y Montreal 1976. Sus directores supieron fusionar los nuevos avances técnicos con innovaciones narrativas audiovisuales, en franca competencia con la televisión.
Arthur Penn, Milos Forman, Kon Ichikawa, Mai Zetterling, John Schlesinger, Jean-Claude Labrecque… generaron un caleidoscopio creativo de modelos relatores y formales, que perfeccionaban no pocos de los hallazgos pioneros de Leni Riefenstahl.
Así sacaron partido dramático a la imprescindible ralentización, al montaje, la fotografía, la voz narrativa, el sonido y la música, el encuadre, el primer plano y el plano detalle, el contraluz… Sus fascinantes visiones manifiestan la épica y la belleza magnética del deporte, realzando las ambivalentes emociones competitivas, prestando equitativa atención a vencedores y derrotados, a disciplinas minoritarias, etc.
Más innovaciones
La irregular, deslavazada y panfletaria película con que Yuri Ozerov ilustró los boicoteados Juegos de Moscú 1980, es vestigio de la Guerra Fría y triste contraste con esas libres creatividades personales. Bud Greenspan compensó con la monumental 16 Days of Glory (1985), en torno a los también boicoteados Juegos de Los Ángeles 1984, estableciendo una concepción narrativa referencial, si no definitiva.
Greenspan narra competiciones, pero privilegiando el factor humano. Muestra así facetas personales de excelsos atletas, cuyos méritos no siempre son medibles en medallas, récords o fama. No en vano, el correcto filme de los Juegos de Seúl 1988 y el insulso Maratón (1993), de Carlos Saura, sobre los de Barcelona 1992, pronto fueron superados por la tríada de Greenspan sobre Atlanta 1996, Sidney 2000 y Atenas 2004.
Una estimable visión de los Juegos de Pekín 2008 es The Everlasting Flame (2009), de la cineasta china Jun Gu. Armonizadora de lo humano, lo deportivo y lo contextual, destaca en este sentido la atención dispensada al simbolismo concebido por Zhang Yimou para la inauguración y la clausura.
Empleando una estética muy actual, First (2012), de Caroline Rowland, sobre los Juegos de Londres 2012, y Days of Truce (2017), de Breno Silveira, sobre los de Río de Janeiro 2016, persisten en el componente personal, incluyendo también a atletas procedentes de entornos sociales adversos.
En definitiva, carpe diem!
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