Warhol consiguió hacer del arte otro artículo de deseo en las casas americanas, logrando su cometido de convertirse a sí mismo en una marca.
Pittsburg se encuentra en el estado de Pensilvania. Tiene una de las industrias siderúrgicas más importantes del mundo, no es de extrañar que se la conozca como la «Ciudad del Acero». Disfrutó de esta ventaja industrial y de una gran abundancia económica durante los años cuarenta, cuando el mundo empezaba a convertirse en otro producto en venta en los estantes de un ultramarinos. Así fue como Pittsburg sucumbió, como todas las demás ciudades de Estados Unidos, al consumismo del que todos nos quejamos ahora.
En medio de todo este auge de coches brillantes y de laca para el pelo nació un niño de ascendencia eslovaca llamado Andrew Warhola. Andy, como le llamaban en su casa, no tenía muchos amigos: una enfermedad del sistema nervioso popularmente conocida como el baile de San Vito le mantenía postrado en la cama la mayor parte del tiempo, así que se pasaba las horas en la soledad de su habitación haciendo lo que mejor se le daba: escuchar la radio, ojear revistas y ver a las estrellas de Hollywood en la tele. Muchos años después, este niño terminó siendo un hombre misterioso del que todo el mundo hablaba pero que nadie realmente conocía. Sus gustos, sin embargo, no cambiaron.
Mi primer encuentro con Warhol fue precisamente en su ciudad natal gracias a un programa de intercambio en el que participé cuando tenía 14 años. Resultado de una visita al museo dedicado al artista en Pittsburg, un dibujo perteneciente a una de sus publicaciones en Harper’s Bazar terminó colgado en mi habitación. Así, yo misma, que hasta ese día concreto no conocía al artista, terminé siendo una aliada más en las filas que alimentan la leyenda Warhol.
Las gigantes estructuras de acero que abundan en Pittsburg parecen estar muy en sintonía con la historia que Warhol nos intenta narrar a través de sus obras, y precisamente quizás sea este apego a su ciudad natal lo que nos puede llevar a entender el arte de Warhol como un arte mecánico que intenta desembarazarse de cualquier tipo de asociación con su creador. El artista logra así convertir sus obras en meros productos-víctimas, o más bien, testimonios, de una sociedad consumista; a Warhol le encantaba despersonalizar sus obras, desde una Marylin Monroe de colores chillones hasta unas cajas de Brillo, huyendo de la tradicional admiración hacia lo singular y único. Sin embargo, sus esfuerzos terminaron siendo en vano, ya que hay pocos artistas cuya obra sea tan identificable.
Y es que precisamente si hay algo que haya conseguido Warhol con su obra es crear un mito alrededor de su persona, convirtiéndose en una representación de la capacidad de convivir con la dualidad en un mundo convulso que se debate entre la tradición y la modernidad. Por un lado encontramos en Warhol una fascinación ilimitada por el nacimiento de una sociedad de masas que se avistaba en el horizonte, y por otro una denuncia contra la estupidez del consumismo muy bien camuflada entre latas de sopa de tomate. Así, Warhol consiguió hacer del arte otro artículo de deseo en las casas americanas, logrando su cometido de convertirse a sí mismo en una marca. Este fenómeno llego hasta tal punto que incluso popularizó la expresión «conseguir un Warhol«. Lejos de repeler a la gente, estas expectativas que creó alrededor de su nombre atrajeron al público, que desesperadamente quería conocer al hombre dentro del cuadro. «Si queréis conocerme basta con que miréis mis cuadros», llegó a afirmar el artista.
Esa extraña imposibilidad de mirar hacia otro lado cuando nos enfrentamos a lo desagradable, que Warhol sabía que existía en todos nosotros, pasó a ser un factor fundamental de sus obras. En La silla eléctrica, uno de los cuadros más potentes de la exposición, perteneciente a la serie «Death and Disaster», Warhol es capaz de representar esta atracción del ser humano por lo terrible y de hacer un alegato en contra de la pena de muerte que tan poco popular se estaba haciendo en 1960.
«Arte mecánico» es un testimonio de la vida de Warhol a través de tres décadas de creación artística, centrándose en las etapas de transformación de su legado. Ayuda a conocer el deus ex machina que tantas leyendas ha alimentado, la historia de cómo un hombre que pareció llegar del espacio consiguió convertirse en la primera estrella del arte.
Henar Pérez Vicente
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