William Kentridge. Basta y sobra
William Kentridge. Basta y sobra | No es difícil imaginar por qué William Kentridge ha decidido abordar la presentación de su última exposición en Madrid, “Basta y sobra”, con una conferencia que él mismo calificó como performance. El artista se mueve por el escenario con naturalidad y gesticula con una espontaneidad que nos parece solemne hasta cuando se lame los dedos para pasar las hojas de su guion. Como buen actor seduce al público, que no se fija tanto en el contenido de la performance como en la forma en la que el artista nos la presenta.
Tras concluir su licenciatura en Políticas y Estudios Africanos en la Universidad de Witwatersrand de Johannesburgo, William Kentridge (Johannesburgo, 1955) se traslada durante un año a París para cursar estudios de teatro y mimo. A su regreso a Sudáfrica, en 1982, continúa su trabajo en teatro y en la industria del cine, pero son las artes plásticas las que a principios de los años noventa le otorgan un reconocimiento internacional tras su participación en la primera Bienal de Johannesburgo (1995). A partir de ese momento, el artista ha desarrollado siempre su trabajo escénico y plástico de manera paralela y simultánea: ambos lenguajes se retroalimentan, complementándose, e incluso solapándose, hasta el punto de que no se entiende el uno sin el otro.
William Kentridge. Basta y sobra da cuenta de su producción escénica, que incluye teatro, ópera y performance. Se acerca también a sus proyectos plásticos desde esta perspectiva. Para los que asistimos a su performance, la exposición es una continuación del relato que comenzó el 31 de octubre de 2017. Si hay algo por lo que el artista se caracteriza es por no limitarse al mundo de las artes plásticas: como en la célebre vivencia de Marina Abramovic podríamos decir que el artista está presente, haciendo historias. “Basta y sobra” es la expresión de la necesidad de compartir una historia de amor, el que profesa el creador a su país, a sus compatriotas.
En gran parte de su obra encontramos elementos cotidianos alterados por un aire un tanto grotesco que muchos otros evitarían u ocultarían. A Kentridge le mueve la necesidad -común a todo actor que lo sea de veras- de encontrar la verdad, mucho más imperiosa cuanto más incómoda. Como pasa con los intelectuales y artistas más profundos, la obra de Kentridge es fácil de observar de lejos. Puede resultar hasta “agradable”. Al acercarnos crece imparable el desasosiego. Pienso en esas marionetas que el artista ha colocado por toda la exposición. El artista utiliza los títeres como moldes que le permiten extrapolar, universalizar la tiranía y el despotismo, la vulnerabilidad y el conformismo, hacer tangible las distintas caras de lo humano.
La comezón existencialista es otro de los nervios de la exposición. Uno de los cortometrajes proyectados en la sala, History of the Main Complaint, funciona como una radiografía del ser humano en el mundo contemporáneo occidental. La obra de William Kentridge se convierte así en un retrato de la evolución de la sociedad, marcadamente uniforme. El artista sudafricano ensalza la belleza de la diversidad y el desorden, huyendo del formalismo que engendra “proyectos muertos”. El artista considera vital la fragmentación de la realidad. “Basta y sobra” representa el anhelo de Kentridge por propiciar un cambio en la percepción de la belleza y por devolver la naturaleza espontánea al arte, que ha dejado de ser un juego para convertirse en otra herramienta del ser humano para obtener beneficios económicos. De momento, y hasta que la utopía se convierta en realidad, la obra de Kentridge nos abre los ojos, nos ablanda un poco más los corazones.
Henar Pérez García
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