Casablanca (1942), de Michael Curtiz (parte 7): A la búsqueda de un final
· La interpretación de Bogart resultaba tan convincente, tan llena de sentimiento, que Wallis se preguntaba si la audiencia aceptaría ese final para Casablanca.
Por otra parte estaba también la incapacidad de Dooley Wilson para tocar el piano. Un pianista profesional, Elliot Carpenter, había sido contratado previamente para grabar los fondos musicales que Wilson trataría luego de imitar. El problema es que, al rodar con sonido directo, el play back se interrumpía cuando empezaban los diálogos, y en esos segundos Dooley se perdía completamente en el piano. Para remediarlo, Curtiz tuvo que situar junto a él a Carpenter, fuera del ángulo de la cámara, para que Dooley pudiera seguir e imitar el movimiento de sus manos en las secuencias con diálogos.
Al fin con la presencia de Henreid, el equipo acabó las escenas del Café Rick a principios de julio, y se trasladó entonces al aeropuerto de Van Nuys, cerca de Los Angeles, para rodar la llegada del general Strasser. En los días siguientes se filmaron las escenas en la oficina de Strasser y en la jefatura del capitán Renault. La inusual rapidez con la que funcionó todo permitió un descanso a últimas horas del día; descanso que, a esas alturas, necesitaba todo el equipo.
Por fin, el 17 de julio de 1942, con cinco días de retraso sobre el calendario previsto, el equipo se trasladó al Estudio nº 1 de la Warner para rodar la secuencia final de la película: la despedida de Rick e Ilsa, la muerte de Strasser y la huida en el avión desde el aeropuerto de Casablanca. El problema, por increíble que parezca, es que nadie sabía en ese momento cuál iba a ser el desenlace. El guion, infinitas veces trabajado, seguía sin gustar a nadie.
Cuatro finales y ninguno bueno
Unas semanas antes, con el equipo ya instalado en el Café Rick, había aparecido la versión revisada del guion. Todas las famosas frases de la película aparecían juntas al fin. También, de manera clara, Rick e Ilsa vivían su romance sin necesidad de acostarse juntos. Y, sin embargo, el triángulo amoroso seguía sin funcionar.
Lo más problemático era el final. Nadie estaba contento con la forma en que Rick enviaba a Ilsa con Víctor. Por más que se buscaban soluciones, el desenlace resultaba forzado e inconsistente. Ilsa no podía marcharse sin poner objeciones, y Rick tampoco podía forzarla u obligarla de algún modo.
Por otra parte, la interpretación de Bogart resultaba tan convincente, tan llena de sentimiento, que Wallis se preguntaba si la audiencia aceptaría ese final: si querría ver al protagonista perdiendo el gran amor de su vida.
Se pensaron entonces cuatro desenlaces alternativos: Rick se marcha con Ilsa a Lisboa; Ilsa se queda con Rick en Casablanca; Rick es asesinado mientras ayuda a escapar a Laszlo; y Víctor muere en el aeropuerto, facilitando que los dos enamorados puedan irse juntos. Ninguno de estos finales convencía a nadie.
La discusión alcanzó proporciones gigantescas y llegó inevitablemente a los actores. Bergman era la más afectada, y argüía que necesitaba saber con quién se quedaría al final para actuar de un modo u otro en sus escenas con Rick y con Laszlo.
Cuando acudía a Curtiz para solucionar el dilema, la actriz sueca nunca encontraba un consejo concreto. «Actúa de una forma intermedia», le dijo un día. «No lo dejes muy claro, y ya veremos qué sucede», le sugirió más tarde. Al fin, en uno de esos arranques tan característicos, terminó por gritarle: «¡Actores! ¡Actores! ¡Siempre queréis saberlo todo!».
Lo cierto era, sin embargo, que urgía encontrar ese final. Por eso Wallis y Koch iban a buscar a Curtiz cada domingo -su único día de descanso- para revisar las páginas del guion. Ya todo estaba claro, excepto el dichoso final.
Una salida para Rick
Que Rick muriera ayudando a Laszlo resultaba demasiado triste y descorazonador para la audiencia; eso suponía, además, que Bogart volvía a su antigua imagen de perdedor amargado, cosa que Wallis y los jefazos de la Warner trataban de evitar a toda costa. Por otra parte, Ilsa no podía abandonar a su marido e irse con Rick: no era esa la actuación que aceptaríamos en ella, después de su acendrada fidelidad. Y la muerte de Víctor, por último, era un recurso fácil y sin sentido: no solo dejaba su labor patriótica inacabada, sino que echaba por los suelos el mensaje esperanzador del filme en tiempos de guerra.
Por fin, la bombilla se encendió en la mente de los hermanos Epstein. Nadie sabe cómo surgió la idea, pero lo cierto es que convenció a todos: Rick enviaba a Ilsa con Víctor no por debilidad o despecho, sino porque entendía que la vida de ella estaba con Laszlo; su labor junto a Víctor, necesitado de apoyo y cariño, era demasiado importante como para sacrificarla por un amor egoísta: «Los problemas de tres personas no importan cuando el mundo entero se hace pedazos». Esta era la única razón que ella no podía discutir y la única solución que no destruía al personaje de Bogart: la idea mágica del desprendimiento.
Para reforzar ese desenlace en el aeropuerto, los escritores hicieron que Laszlo volviera de nuevo a la escena, después de dejar las maletas, interrumpiendo así la contestación de Ilsa: no tenía ya ninguna palabra que añadir.
Casablanca (1942), de Michael Curtiz (parte 1)
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