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Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles (parte 4)

La película de Orson Welles había recibido nominaciones en 9 apartados de los Oscar, y todos ellos importantes

Ciudadano Kane

Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles (parte 4): El problemático lanzamiento

La prensa de Hearst, sabedora del acuerdo malogrado, se le echó en contra. Las salas cinematográficas, aterradas por el magnate, cancelaron sus contratos de exhibición. Y la fecha de estreno hubo de posponerse.

Ciudadano Kane tenía que estrenarse en el Radio City Music May de Nueva York el 14 de febrero de 1941. A principios de enero, aunque Orson Welles no había terminado aún la post-producción de la película, la RKO resolvió hacer un pase privado para los críticos de las revistas mensuales Life, Luck y Redbook que les permitiera publicar la reseña del filme en el número del mes siguiente.

Hearst declara la guerra

Pese a la discreción con que se llevó todo, el semanario Hollywood Reporter publicó la noticia de esa proyección. Welles se vio entonces obligado a pedir excusas a Hedda Hopper, conocida por sus duras críticas cinematográficas, y a invitarla también a ese pase, pues le había prometido hacía tiempo que ella sería una de las primeras en ver la película. Hedda asistió, pe­ro, a diferencia de los otros críticos, calificó duramente el filme y armó un revuelo enorme por aquel «ataque feroz a un hombre tan grande de América».


Mientras tanto, la revista Friday preparó un ar­tículo que trazaba los paralelismos entre Kane y William Randolph Hearst. Además, mencionaba la buena acogida que Louella Parsons -corresponsal en Hollywood para los periódicos de Hearst– había dispensado a esa cinta, y ponía en boca de Welles este comentario: «Esperad a que se entere de que la película es sobre su jefe».

Cuando Parsons leyó el artículo se puso furiosa. Su rival de siempre, esa maldita Hopper, se le había adelantado; Welles la dejaba en ridículo y aparecía, además, ante la opinión pública como una estúpida. Inmediatamente exigió un pase privado para ella sola, al que asistió con dos abogados de Hearst. Tras salir indignada de la proyección, llamó a George Schaefer, jefe de la RKO, y le amenazó con «uno de los más hermosos pleitos de la historia del cine si llega a estrenarse Ciuda­dano Kane«.

El huracán que levantó esta periodista no había hecho sino empezar. Llamó al Radio City Music Hall y les advirtió de lo que podía pasarles si estrenaban la cinta. Llamó también a Luis B. Ma­yer, jefe de la MGM, y dijo entonces aquella famosa frase: «Dice el señor Hearst: Si queréis vida privada, tendréis vida privada». Hearst suponía que el mejor modo de evitar que Hollywood pusiera al descubierto sus intimidades era amenazar con desvelar las de toda la Meca del Cine. Con todo, la principal amenaza del magnate no fue ésta, sino la de utilizar el poder de su prensa contra la industria en su conjunto; pues Hollywood temía, desde hacía tiempo, que la prensa atacara su mano ancha para contratar actores y directores europeos (eran los tiempos de la ocupación nazi) en detrimento de los artistas americanos.

Así estaban las cosas cuando, a finales de enero de 1941, George Schaefer recibe una increíble propuesta de parte de Luis B. Mayer y de otros directivos de los grandes Estudios: archivar Ciu­dadano Kane, destruir los negativos (que han costado 636.000 dólares) y recibir a cambio los 842.000 dólares que ellos le ofrecen. Aquella noche Schaefer es incapaz de dormir. No sabe qué decisión tomar, ni con quién compartir esa responsabilidad. Tras largas horas de insomnio, en la madrugada del día siguiente telefonea a Mayer y le dice que continuará adelante con la película, pase lo que pase. Y ese mismo día empezó el infierno.

La prensa de Hearst, sabedora del acuerdo malogrado, se le echó en contra. Las salas cinematográficas, aterradas por el magnate, cancelaron sus contratos de exhibición. Y la fecha de estreno hubo de posponerse. Para parar el golpe, la RKO trató de ganarse a la industria con pases especiales para todos los grandes de Hollywood: casi a proyección diaria, la cinta fue vista individualmente por Cary Grant, David O. Selznick, Samuel Goldwin, Leo McCarey, William Wyler, etc.

Por fin llegó el día del estreno. En una modesta sala, el RKO Palace de Broadway, Ciudadano Kane se proyectó por vez primera oficialmente el 1 de mayo de 1941. Y aunque fue bien acogida por la crítica y el público, la persecución de Hearst no tardó en hacer su efecto. Comenzaron los problemas de taquilla, las cancelaciones de los exhibidores y el vacío publicitario en todos los me­dios. A finales de 1941, la Asociación de Crí­ticos de Nueva York designó a Ciudadano Kane como la mejor película del año; pero el fracaso era ya imparable. Solo un milagro en la ceremonia de los Oscar podía salvar al filme de una bancarrota segura. Pero esos galardones los concedía la Academia de Hollywood, la misma industria que había ofrecido destruir la película para evitarse problemas con la prensa…

La incierta noche de los Oscar

La película de Orson Welles había recibido nominaciones en 9 apartados, y todos ellos importantes: en tres, el destinatario exclusivo era el propio Welles (película, actor y director), y en otros cuatro había intervenido de forma muy directa: guion, fotografía, montaje y sonido.

Fueron muchos los que pensaron que Ciudadano Kane iba a ser la gran triunfadora de la noche. Y, si no hubiese sido por la negra atmósfera que había crecido a su alrededor, podría haberse llevado casi todos los premios. Pero Hollywood iba a encontrar ese día la forma de vengarse de aquel niño prodigio que tanto les había desafiado. Cada vez que se leían las películas nominadas, muchos de los asistentes abucheaban el nombre de Welles. Y, al final de la noche, de sus 9 nominaciones Ciudadano Ka­ne solo ganó una: la de mejor guion original, que en los créditos compartían Mankiewicz y el propio Welles. Fue un detalle hacia Herman Mankiewicz, que en realidad formaba parte de la industria.

Si la Academia hubiera apoyado a Orson, la película hubiera vuelto a las salas a pesar de Hearst y de su prensa. Pero no fue así. La película se retiró de los cines a las pocas semanas, y cayó en el olvido hasta bien entrados los años cincuenta. Fueron Bazin, Truffaut y otros directores europeos -paradójicamente, pues se trataba de una película muy americana- los que redescubrieron el filme y lo enaltecieron en la revista Cahiers du Cinema. Y empezó a pasarse en cine-clubes y salas especiales en copias de 16 mm.

Proyectada en televisión a partir de 1956, la cinta fue ganando adeptos día a día. Se descubrían sus valores en el guion, en la fotografía, en la puesta en escena. Durante los sesenta fue la película sobre la que más se escribió; y en los setenta empezó a figurar en todos los listados de «las 10 películas más importantes de la historia del cine».

También durante los ochenta aumentó su popularidad, y su 50º aniversario, en 1991, fue un acontecimiento internacional. Aún hoy el público la siente tan fresca y sugerente como el día de su estreno. El enigma de «Rosebud», la majestuosidad de «Xanadu» y, sobre todo, el contradictorio y megalómano personaje de Charles Foster Kane siguen viviendo en la imaginación de los espectadores y en las pantallas cinematográficas.

Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles (parte 1)

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