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E.T. (1982), de Steven Spielberg (parte 2)

Lo que más sorprendió al equipo de la película fue la extraña habilidad que Spielberg puso de manifiesto en el trabajo con niños

E.T. (1982), de Steven Spielberg

E.T. (1982), de Steven Spielberg (parte 2): Del rodaje al lanzamiento

· E.T. de Steven SpielbergEl rodaje se llevó a cabo en 58 días, y se realizó casi enteramente según el orden que vemos en la pantalla.

La filmación de E.T. resultó mucho más laboriosa de lo que el director había pensado en un principio. Comenzó en septiembre de 1981 y se demoró hasta febrero de 1982; y durante esos cinco meses se trabajó a un ritmo desesperadamente lento por las dificultades técnicas y por la grabación de tomas simuladas, en previsión de los efectos especiales. Todas las secuencias se rodaron íntegramente en California: Northridge, Tajunga, Crescent City y los Estudios Laird Internacional, en Culver City.

Fue precisamente en esta película en la que Spielberg abandonó definitivamente el uso del story board. Hasta entonces, solía utilizar un amplio despliegue visual en sus producciones (cerca de 2.500 dibujos o viñetas) para cubrir cada toma de la futura película. Pero en E.T. -y con excepción de las tomas previstas para efectos especiales, que tenían perfectamente planificados los encuadres y las fuentes de luz en cada plano-, Steven prefirió un método de filmación mucho más ágil y espontáneo: quería llegar al set con sólo una idea general de lo que quería hacer. Un estudio atento de su técnica y planificación revelaría, seguramente, una mayor soltura y fluidez de la cámara que en filmes anteriores, y una notable semejanza con El color púrpura (1985), realizado también sin story boards.

Un maestro en el rodaje con niños


El rodaje se llevó a cabo en 58 días, y se realizó casi enteramente según el orden que vemos en la pantalla: las escenas del aterrizaje de una nave alienígena en el bosque (el espectáculo de formas, sombras y colores que componen la secuencia de apertura) fueron el banco de pruebas para todo el resto de la producción.

Lo que más sorprendió al equipo de la película fue la extraña habilidad que Spielberg puso de manifiesto en el trabajo con niños. Sabía hacerles entender muy rápidamente el sentido de cada escena: les metía dentro de la historia y, al mismo tiempo, sabía dejarles libertad para improvisar, atento a los nuevos matices que la mente infantil podía descubrir en la definición del personaje.

Ciertamente, tenía un don natural para sintonizar con ellos. Quizás porque así fue como empezó en el cine: dirigiendo a sus compañeros de colegio en películas caseras. Sin embargo, como reconoció meses más tarde en diversas entrevistas, esa nueva actitud en la dirección de actores noveles la había aprendido de François Truffaut, que trabajó a sus órdenes en Encuentros en la Tercera Fase (1977). El conocido director francés le había hecho ver que debía ser extremadamente flexible en el trabajo con niños; sólo así podría entenderse con ellos y aprovechar su sentido innato para la inventiva y la improvisación.

Los problemas con el extraterrestre

Spielberg lo había intentado todo para que sus muñecos parecieran reales. Se había gastado casi cuatro millones de dólares -gran parte del presupuesto incial- en la creación de varios E.T. (mecánicos y electrónicos) que fueran creíbles, convincentes y capaces de suscitar emociones.

Con todo, el director tuvo al fin que rendirse ante la evidencia: algunas secuencias necesitaban el movimiento de un ser humano para resultar verosímiles. Y, pese a sus negativas iniciales, tuvo que recurrir a “un enano enfundado en un traje de goma” para casi todas las secuencias en las que vemos caminar al extraterrestre: un E.T. andante sobre sus propias piernas hubiera costado otros dos millones de dólares más.

Así, el actor enano Pat Billon, que murió a las pocas semanas de rodar el filme, hizo de E.T. en la secuencia en que Elliot Gertie se lo llevan a dar un paseo, cubierto por una sábana. Otra actriz diminuta, Tamara de Treux (medía 88 centímetros y tenía 22 años), actúa por el muñeco en la secuencia final. Y un muchacho sin piernas, Matthew de Merrit, camina sobre sus manos -en el papel de E.T.– en la escena del frigorífico. Resultó laborioso y complicado, pero la criatura tuvo también un movimiento verosímil.

Por fin, a mediados de febrero de 1982, la claqueta de E.T. sonó por última vez: el rodaje había terminado. En pocos meses la película estuvo montada y sonorizada, y Spielberg pudo cumplir su gran sueño desde hacía meses: estrenar la cinta en Cannes, a finales de mayo de 1982, y recibir los primeros aplausos en suelo europeo.

Un éxito inesperado

En contra de lo que se esperaba, la película gustó mucho a los críticos franceses, ingleses e italianos que inundaban el festival. Nadie creía que una historia tan sencilla gustaría a paladares europeos, generalmente refinados; pero lo cierto es que se ganó el favor unánime de la crítica y el público. Y con un aval de tanta reputación, la carrera cinematográfica de esta cinta resultó imparable.

En efecto. Pocos días más tarde, el 11 de junio de 1982, tiene lugar el estreno mundial de la película, y todo el mundo corre a verla. En tan sólo el primer fin de semana recauda más de los 10.500.000 dólares que costó producirla; y a un ritmo sostenido de varios millones de dólares semanales se convierte en el gran éxito cinematográfico del verano. Cuando, doce meses después, se retira de las salas, E.T. ha obtenido unos beneficios netos como ningún otro filme en la historia: 229 millones de dólares en Estados Unidos y más de 700 en el resto del mundo. Esto, sin contar los beneficios por pases televisivos, distribución en vídeo (la primera tirada fue de 12 millones de unidades tan sólo en EE.UU.), posteriores relanzamientos de la película y las emisiones por cable.

El rechazo de la Academia

Spielberg había logrado al fin su consagración definitiva; pero en su interior anhelaba un reconocimiento más importante: el reconocimiento de la Academia y el sueño dorado de los Oscars. Por eso, la 55 ceremonia de entrega de los Academy Awards, que se celebró el 11 de abril de 1983, tuvo para él un significado muy especial.

El triunfo se presentaba difícil, porque había sido un año de grandes películas y varias eran candidatas a un elevado número de Oscars: Gandhi optaba a 11, Tootsie a 10, ¿Víctor o Victoria? a 7 y El submarino a 6. Con todo, E.T. estaba nominada en ocho categorías, incluidas las tres más importantes: mejor película, mejor director y mejor guión. Por eso Spielberg tenía muchas esperanzas puestas en su obra.

La noche empezó bien. E.T. acaparó los galardones más técnicos (sonido, efectos especiales y efectos de sonido) y también la mejor banda sonora. Steven creyó entonces que por fin se llevaría el reconocimiento que tantas veces se le había escapado. Pero, una vez más, la Academia le volvió la espalda. Melissa Mathison perdió el Oscar al mejor guión y Spielberg los de mejor director y mejor película. Los tres fueron a parar a Gandhi, que con sus ocho estatuillas fue la gran triunfadora de la noche. E.T. tuvo que conformarse con los cuatro galardones técnicos, lo que situaba otra vez a Spielberg como un genio de los efectos especiales, pero no del Séptimo Arte.

Ciertamente, la Academia todavía no estaba preparada para concederle su cordial bienvenida. Habría de llegar su gran reconstrucción del holocausto judío (La Lista de Schindler, 1993), con cuya causa Hollywood tanto sintoniza, para que se hiciera justicia al fin y se le recibiera con los brazos abiertos.

E.T. (1982) // Steven Spielberg (parte I)

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