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El nacimiento de una nación (1915), de D. W. Griffith (parte 2)

En las escenas de guerra se emplearon más de 3.000 caballos. ¡Más de tres mil! Ninguna otra película ha reunido jamás semejante caballería

El nacimiento de una nación

El nacimiento de una nación (1915), de D. W. Griffith (parte 2): Escritura del guión y rodaje del filme

En algo más de dos meses, mientras ultima y dirige sus películas para la Mutual, Griffith completa un voluminoso guión que nunca llegará a filmar por completo.

En la primavera de 1914, impresionado por el éxito comercial de las superproducciones italianas, Griffith comienza a gestar la idea de un filme épico de muy larga duración que tuviera co­mo fondo su tema predilecto: la guerra civil norteamericana y la reconstrucción del sur de los Estados Unidos, donde él había nacido. De esa inquietud germinal surgiría El nacimiento de una nación.

Orígenes del relato

Al poco de manifestar esa inquietud, uno de los guionistas que trabajaban para él, Frank E. Woods, le llamó la atención sobre una obra teatral escrita por el reverendo Thomas E. Dixon y titulada The clansman (El hombre del clan), que adaptaba la novela best-seller del mismo autor publicada en 1905. La novela había sido ya adaptada al cine por la Kinemacolor Company, aunque un fallo en el revelado de los negativos hizo que se perdiera toda la película. Griffith leyó con avidez la pieza teatral y, después, la novela.


El argumento básico relata la historia de dos familias amigas, la esclavista Cameron y la abolicionista Stoneman, que son separadas por la guerra de Secesión americana. Un Cameron cae herido, es hecho prisionero y es cuidado por una Stoneman (papel que interpretará Lillian Gish). Ambos se enamoran, de manera que ella intercede ante el mismísimo Lincoln y consigue, al fin, salvarlo del fusilamiento. Al acabar la guerra, partidas incontroladas de negros asaltan las casas de los blancos y persiguen a sus mujeres. Para contrarrestarles, un Stoneman funda el Ku-Klux-Klan. Finalmente, volverá el orden sobre la tierra americana y el amor triunfará sobre todos los odios.

Animado por esa lectura, Griffith leyó The leopard’s spots, otra novela del reverendo Dixon (1906), que narra también la derrota de los confederados y el surgimiento del Ku-Klux-Klan. Viendo la posibilidad de una gran película épica, convence a Harry E. Atikes para que compre los derechos de esas novelas por un total de 10.000 dólares (una cantidad desorbitada para la época): 2.500 en un primer pago y 7.500 correspondientes a un porcentaje sobre las ganancias.

Comienza entonces el trabajo del guión, en el que intervienen muy directamente el propio Griffith y su guionista Frank Woods. Para comprender buena parte de la temática desarrollada en ésta y en otras muchas películas, hay que saber que el padre de David W. Griffith fue coronel confederado. Este punto y su gran devoción religiosa (había sido educado en una severa concepción victoriana) explican que buena parte de su producción tenga una fuerte predilección por algunos de estos tres temas: la causa confederada, la religión y la vida militar.

En algo más de dos meses, mientras ultima y dirige sus películas para la Mutual, Griffith completa un voluminoso guión que nunca llegará a filmar por completo. Ha consultado más de un millar de documentos y revisado cientos de periódicos antiguos. Al fin, tras seis semanas de preparación y búsqueda de localizaciones, el filme empieza a rodarse justo el día de la independencia americana: el 4 de julio de 1914.

Una producción desmesurada

El presupuesto inicial de la película ascendía a 40.000 dólares, cuatro veces el presupuesto normal de un largometraje. Sin embargo, el coste del filme ascendió oficialmente a más de 110.000 dólares, aunque se calcula que esa cifra pudo ser cuatro veces más alta. Para su financiación, Aitken tuvo que vender parte de sus acciones de la Mutual, ya que sus socios se negaron a participar en un proyecto que había perdido la cordura desde su mismo nacimiento. Por su parte, Griffith invirtió en esta película toda su fortuna personal, e incluso tuvo que pedir varios créditos a los bancos para poder costearla. Definitivamente, el cineasta de Kentucky parecía haber enloquecido irremediablemente.

Ante tanta presión exterior, Griffith decidió empezar el rodaje en un día de fiesta, en el que todos estarían pendientes de su familia. Lo inició en un lugar del sureste de California, y en el más absoluto secreto.

Pero el secreto parecía también extenderse a los propios actores del re­­parto. Durante las nueve semanas de rodaje (algo inusual para la época) nadie llegó a ver nunca el guión detallado del director. Eso recuerda Lillian Gish en sus memorias, y señala que muchas escenas fueron filmadas por los actores sin saber con exactitud el desarrollo argumental de la película. De este modo, el único que tenía una idea clara de la película era el propio Griffith, que tuvo siempre la sartén por el mango, incluso ante el mismísimo Aitken.

Para la producción y distribución, director y productor crearon la Epoch Producing Co. Y aunque se trataba de una productora independiente, creó una película que fue famosa por sus excesos antes incluso de que llegara a estrenarse. La cinta tenía originalmente 13.508 pies, aunque reducidos por el propio Griffith a cerca de 12.500, y un total de 1.544 planos, cuando un largometraje medio en esa época contenía poco más de 100. El material rodado superaba los 108.000 pies (tan sólo se aprovecharía un 12% de todo el metraje), y el primer montaje definitivo alcanzaba una duración de 183 minutos. Más de 18.000 personas participaron en la producción, y en las escenas de guerra se emplearon más de 3.000 caballos. ¡Más de tres mil! Ninguna otra película ha reunido jamás semejante caballería. Griffith gastó 5.000 dólares para perfeccionar la técnica de la foto­gra­fía nocturna, y para el rodaje de las escenas del Ku-Klux-Klan pagó 1.000 dólares diarios de alquiler de rancho. Una locura absolutamente descomunal.

La banda sonora de una silent movie

Curiosamente, uno de los aspectos más cuidados de la cinta -quizás lo más insólito de esta peculiar película- fue la composición de la música, un aspecto que interesaba mucho a Griffith para reforzar la tensión narrativa del filme. Fue compuesta por Joseph Carl Breil, aunque fue firmada también por Griffith en los títulos de crédito oficiales. Griffith tenía formación musical, pero es bastante dudoso que su colaboración en la banda sonora fuera más allá de apuntar aspectos generales de la composición y algunas sugerencias sobre los fragmentos que debía incluir.

El director tuvo muy claro desde el principio que quería a Breil para la composición de la partitura. Había visto el trabajo de composición que había realizado para las versiones americanas de La reina Elisabeth (1912), y Cabiria (1914), y decidió que sería él quien realizara la banda sonora que acompañaría al filme. Tan contento quedó de su trabajo que seguiría contando con él en sus próximos filmes: Intolerancia (1916), Flor que renace (1923), y América (1924). También realizaría la versión sonorizada de El nacimiento de una nación, que fue distribuida en todo el mundo en los años treinta.

El texto musical definitivo reunía más de cuarenta fragmentos de obras de Rossini, Verdi, Wagner, Grieg, Tchaikowsky, Liszt y Bee­tho­ven, así como canciones populares como Dixie o Marching through Georgia, que reforzaban el sentido nostálgico y épico del relato. Con ello, la película estaba ya lista para su estreno, que iba a resultar enormemente problemático.

El nacimiento de una nación (1915), de D. W. Griffith (parte 1)

El nacimiento de una nación (1915), de D. W. Griffith (parte 3)

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