El nacimiento de una nación (1915), de D. W. Griffith (parte 3): Estreno y continuación en Intolerancia

El nacimiento de una nación. Griffith estaba convencido de que su canto a favor de la tolerancia iba a tener una acogida aún mayor que la película precedente y le iba a devolver su quebrantada fama.

La première mundial de la película tuvo lugar el 8 de febrero de 1915 en el Auditorium Clune de Los Angeles. En aquel mo­mento, el título provisional era todavía el de la novela, The clansman, pero en su estreno en Nueva York el 3 de marzo de 1915 su título sería ya el definitivo: The birth of a nation. Griffith estaba eu­fó­rico con su película, y estaba convencido que iba a ser un gran éxito. Sin embargo, un acontecimiento no previsto por el cineasta estuvo a punto de boicotear su lanzamiento.

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El nacimiento de una nación: Un estreno con revueltas

La National Association for the Advancement of Colored People (NAACP), fundada en 1909 para defender los derechos de la comunidad negra en los Estados Unidos, intentó boicotear la cinta por su fondo racista y convocó innumerables protestas públicas para evitar que la película llegara a distribuirse. Para entonces, la NAACP contaba con más de 9.000 miembros en las principales ciudades del país, que es donde querían exhibir la cinta, por lo que su capacidad de presión era bastante considerable.

Cuando iniciaron las manifestaciones, en las que pedían la inmediata cancelación del filme, Aitken pensó entonces que la ruina era segura: si el filme no se estrenaba, su vida como productor podía darse co­mo terminada. Griffith, por su parte, lo había empeñado todo por sacar adelante aquella cinta y, después de todo su esfuerzo, no sólo que­rían denegarle el permiso de exhibirla, sino que se le tachaba públicamente de ser racista y antiamericano. Profundamente dolido, publicó un airado panfleto que tituló «Esplendor y caída de la libertad de expresión en Norteamérica», en el que defendía la libertad de creación y rechazaba cualquier tipo de censura.

Mientras tanto, las protestas proseguían y la NAACP exigía a las au­toridades, cada vez con más fuerza, que denegaran la licencia de exhibición. El debate saltó a la arena pública y llegó incluso a la Casa Blanca. El propio presidente Woodrow Wilson, historiador de profesión, apoyó inicialmente la distribución de la película, aunque luego cambió de opinión al comprobar el disgusto que sus declaraciones pro­vocaron en muchos de sus votantes.

Griffith, por su parte, realizó un nuevo montaje de la cinta: de las trece bobinas iniciales se pasó a tan sólo nueve, con lo que la película se redujo de 183 minutos a unos escasos 130 (los que actualmente tiene). Entre otras, desaparecieron varias escenas comprometedoras co­mo la secuencia en que unos negros abusan sexualmente de varias mu­jeres blancas, y el epílogo final en el que se sugiere que los problemas del ra­cismo desaparecerían con la deportación de los negros a África.

Para sorpresa de todo el mundo, la polémica desatada contribuyó a incentivar el interés del público y conseguir -para sorpresa de los propios boicoteadores- que la película fuera vista por millares de personas en todas las ciudades en que se estrenaba. Aunque un miembro de la MPPC había calificado El nacimiento de una nación como una «audaz monstruosidad, condenada al fracaso de taquilla más estrepitoso», la cinta estuvo en cartelera ininterrumpidamente durante cuarenta y ocho semanas, con un precio de taquilla fijado por Aitken de dos dólares la entrada (algo verdaderamente inusual, como todo lo que rodeó a esta película). En sólo cinco años, la película recaudó en taquilla más de quince millones de dólares, y se calcula que, hacia 1948, había recaudado en todo el mundo más de ciento cincuenta millones de dólares. Sin duda alguna, la película más rentable de la historia del cine hasta esa fecha.

No obstante, esas ganancias fueron a parar a manos muy diversas. Porque, para la distribución de El nacimiento de una nación, Aitken se vio obligado a pac­tar la venta de derechos a los distribuidores regionales, lo que dis­mi­nu­yó de forma drástica los beneficios de la Mu­tual e hizo mi­llonarios a muchos distribuidores independientes. Uno de esos distribuidores fue Louis B. Ma­yer, quien poco des­pués, con el dinero embolsado en la distribución de este filme -más de un millón de dólares-, fundó una de las compañías que harían grande a Hollywood: la Me­tro-Goldwin-Mayer.

Epílogo: de El nacimiento a Intolerancia

Todavía estaba su película en pleno apogeo cuando Griffith empe­zó a concebir un nuevo filme todavía más espectacular. Se trataba, en realidad, de un alegato en su defensa ante las acusaciones de racismo de las que había sido objeto, y también un modo de expresar el desamparo que había sentido por la incomprensión y la intolerancia de sus contemporáneos. Precisamente su manifiesto («Esplendor y caída de la libertad de expresión…») terminaba con la afirmación de que «la intolerancia es la fuente principal de toda censura».

A partir de un guión que tenía ya trenzado -un drama moderno, inspirado en unas huelgas sangrientas de 1912-, y tras leer un poema de Walt Whitman sobre el amor y la comprensión, Griffith decidió escribir una macrohistoria que incluyera otros tres episodios además del moderno: la destrucción de Babilonia a manos de Ciro, la masacre de los hugonotes el día de San Bartolomé, y el martirio y crucifixión de Jesucristo a manos de los judíos. Tres ejemplos históricos de intolerancia religiosa, que se intercalan en torno a la historia moderna de un joven que pierde su empleo tras participar en una huelga y es injustamente acusado de asesinato.

Esta película fue otra suma de grandes excesos. Con más de sesenta actores principales, la producción costó más de dos millones de dólares (cuatro veces lo que El nacimiento de una nación y cien veces lo que cualquier largometraje de la época); sólo el episodio babilónico, con decorados gigantescos y más de quince mil extras, costó cerca de 250.000 dólares. Y de los más de 200.000 pies de película que se ro­dó, el montaje sólo pudo emplear unos 12.500.

Griffith estaba convencido de que su canto a favor de la tolerancia iba a tener una acogida aún mayor que la película precedente y le iba a devolver su quebrantada fama. Pero se equivocó. Muy pocos entendieron aquel montaje de historias paralelas llenas de significados sim­bólicos, y menos aún fueron capaces de digerir un entrelazado de relatos que se interrumpían periódicamente.

Su filme fue un desastre económico. Y, aunque muchos críticos ensalzan a Intolerancia como la obra maestra de Griffith, su creador reconoció al fin que esa cinta -tan llena de buenas intenciones- era un pla­to demasiado sofisticado para el público corriente, que demandaba historias más sencillas. Y que El nacimiento de una nación, a pesar de todas las críticas y las polémicas, era en realidad la película que había llegado al pueblo americano. Al menos, no hay ninguna duda de que fue la primera gran creación fílmica, que elevó el cinematógrafo a la categoría de Séptimo Arte.

El nacimiento de una nación (1915), de D. W. Griffith (parte 1)

El nacimiento de una nación (1915), de D. W. Griffith (parte 2)

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