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Encadenados (1946), de Alfred Hitchcock (parte 1)

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Encadenados (1946), de Alfred Hitchcock (parte 1): Orígenes del proyecto

Cuando Hitchcock llegó a América, Selznick estaba preparando el filme más americano de la historia, Lo que el viento se llevó.

David O. Selznick fue el responsable directo de que Alfred Hitch­cock se trasladase a Hollywood en 1939. Dos años antes, después de ver su película Inocencia y juventud, Selznick había enviado al director inglés una primera oferta de colaboración. Hitch­cock se entrevistó con el productor en Nueva York durante un viaje con motivo del estreno de esa película, pero el proyecto de cola­boración quedó en papel mojado. Incapaz de asimilar una derrota, Selznick siguió en sus tentativas.

A las pocas semanas le propuso rodar la historia del Titanic, y an­te las dudas del director le ofreció también Rebecca, que entonces era la novela más vendida en Estados Unidos e Inglaterra. Fi­nal­mente Hitchcock aceptó y se decantó por la segunda opción y el contrato fue firmado en julio de 1938. El 1 de marzo de 1939, en Southampton, Hitchcock soltó definitivamente las amarras del vie­jo continente a bordo del «Queen Mary», acompañado por su espo­sa Alma Reville, su hija, la cocinera, una camarera, su ayudante par­ticular Joan Harrison y dos perros.

Una larga historia de amor-odio


En los seis años siguientes (1939-1945), que fueron los de la II Guerra Mundial, la relación en­tre director y productor fue muy estrecha, muy fructífera y… tam­bién muy áspera. Ambos eran caracteres fuertes, poco dados al tra­­bajo en equipo, por lo que el choque resultaba inevitable. Pero am­bos supieron aunar con eficacia sus cualidades cinematográficas y las películas que hicieron juntos (Rebecca y Recuerda, sobre todo) fue­ron los mejores thrillers psicológicos de aquella época.

Selznick era genial, pero también orgulloso. Era el prototipo de pro­ductor-autor. Han pasado a la leyenda sus memos, en los que trans­mitía sugerencias y directrices a guionistas y realizadores. Tam­bién Hitchcock recibió un buen número de misivas, y eso que Selz­nick tenía entonces la cabeza en otro proyecto. En la época en que Hitchcock llegó a América, David O. Selznick estaba preparan­do aquel que, para muchos, es el filme del productor por excelen­cia y, en cierto sentido, el filme más americano de la historia, Lo que el viento se llevó. Había adquirido los derechos de la novela, orientado a los guionistas en la redacción de la trama y elegido a los actores con su particular criterio, y durante el rodaje llega­ría incluso a sustituir al director.

Con Hitchcock no intentó hacer tanto, pero logró siempre que sus opiniones fueran tenidas en cuenta. De alguna manera En­ca­de­na­dos cierra el ciclo, porque este thriller hitchcockiano, de honda pe­netración psicológica, fue la última película en que productor y di­rector trabajaron juntos. Selznick tuvo que abandonar el proyec­to a la mitad, pero dejó su sello en la película a pesar de que su nom­bre no aparece en los títulos de crédito. Pero debemos comenzar esta historia por el principio.

Origen literario

Como tantos otros proyectos de Selznick, también Encadenados nació en su casa de Los Angeles y bajo su influjo como productor. Parece que la idea del tema se le ocurrió a su analista Margaret McDonell, quien habiendo oído que Hitchcock que­ría hacer un filme con Ingrid Bergman «sobre una mujer entre­nada y preparada para una delicada operación de espionaje, y qui­zás también verse obligada a contraer matrimonio», descubrió un cuento de trama semejante titulado The song of the dragon.

Se trata de un relato de John Taintor Foote, publicado en el Sa­tur­day Evening Post en noviembre de 1921. El argumento era preten­didamente patriótico. Durante la I Guerra Mundial, el servicio de espionaje americano contacta con un empresario de teatro para reclutar como agente a una joven actriz que debería mantener rela­ciones con un espía extranjero. Años más tarde, la actriz se enamo­ra de un chico de la buena sociedad neoyorquina y se plantea en conciencia si puede casarse con él o no debido a su pasado. Se de­sahoga con su antiguo empresario, y éste decide visitar a la futu­ra suegra para contarle todo. Para su sorpresa ella no sólo perdo­na a la futura nuera, sino que muestra admiración por sus nobles sen­timientos patrióticos: «Siempre he deseado que mi hijo se casa­ra con una mujer valiente, pero no esperaba que pudiera encontrar una que lo fuera hasta tal extremo».

Entusiasmado con la historia, Hitchcock se puso a trabajar sobre el guión.

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