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Encadenados (1946), de Alfred Hitchcock (parte 3)

Encadenados

Encadenados (1946), de Alfred Hitchcock (parte 3): Una historia muy «explosiva»

A Selznick la idea del uranio enriquecido dentro de una botella de vino le pareció demasiado absurda como para ser real.

Las revisiones del guión solían hacerse en Los Ángeles. Los dos ci­neastas cogían el avión y se encerraban varios días en casa de Selz­nick. Tenemos un testimonio de Frank Nugent sobre cómo se de­sarrollaron aquellas sesiones de trabajo: «Era, como la mayor par­te de las colaboraciones de Hollywood, una especie de matrimo­nio a punta de pistola, con el revólver sostenido en este caso por el productor. El señor Selznick nunca había interpretado tan bien el papel de Cupido como con aquellos dos escritores. Hecht camina­ba a grandes zancadas arriba y abajo o se dejaba caer sobre cualquier sillón. Hitchcock, un Buda de 87 kilos (reducidos de 133) se sen­taba escrupulosamente en una silla de respaldo recto, sus redondos ojos como botones brillando. Hablaban de nueve a seis; Hecht se escurría esa noche con su máquina de escribir y al día siguiente aparecía con nuevos folios y mantenían otra conferencia. La paloma de la paz no perdía ninguna pluma en el proceso. Ni siquie­ra se gastaban bromas los unos a los otros».

Alarma en el FBI: el uranio enriquecido

Para darle el toque fi­nal a la historia, Selznick decidió que los dos guionistas se trasla­dasen definitivamente a Los Angeles en marzo de 1945. Allí mante­nían largas entrevistas con Selznick que empezaban a las once de la noche y se prolongaban hasta las tres de la madrugada. El pro­ductor solía pasearse por la habitación soltando discursos y diva­gaciones y, pasadas una o dos horas, comenzaba a hacer los co­men­tarios críticos al guion. Para entonces la trama estaba ya muy avan­zada, y a los pocos días Selznick se limitaba a hacer sugerencias marginales, como la de suavizar el arisco carácter de Madame Se­bastian, entre otras cosas porque Ethel Barrymore había rechaza­do el papel.


En el mes de abril Hecht y Hitchcock comenzaron a trabajar los diá­logos y fue entonces cuando, en lo referente a la actividad secre­ta de los nazis, surgió la idea de la bomba atómica. El Macguffin (tér­mino inventado por Hitchcock) es el móvil práctico de un argumen­to, una cuestión estratégica que debe parecer decisiva para los per­sonajes, pero en sí -señalaba Hitchcock– completamente irrelevan­te para la trama: «Macguffin es el nombre que se da a este tipo de acciones: robar… planos; robar… documentos; robar… un secreto. La cosa no tiene importancia en sí misma, y los lógicos se equivo­can buscando la verdad en el Macguffin. En mi trabajo siempre he pen­sado que los ‘planos’ o los ‘documentos’ o los ‘secretos’ de la cons­trucción de la fortaleza deben ser extremadamente importantes para los personajes del filme, pero nada para mí, el narrador».

En Encadenados -sigue Hitchcock– «inicialmente habíamos hecho entrar en esta historia a agentes del gobierno, policías, grupos de prófugos alemanes en América Latina que se unían y armaban clan­destinamente para formar un ejér­cito secreto; pero después, una vez creado, no sabíamos qué hacer con este ejército. Entonces en­viamos al diablo todas estas cosas y optamos por un Macguffin sen­cillísimo pero concreto y representable visualmente: una muestra de uranio oculta en una botella de vino». El director sostenía que se le ocurrió como telón de fondo para el argumento tras oír ha­blar de algunas investigaciones que los científicos estaban llevan­do a cabo en Nuevo México. Y lo puso en el guión.

«¿Queréis que nos detengan a todos?»

A Selznick la idea del uranio enriquecido le pareció demasiado absurda como para ser real. Para salir de dudas concertaron una entrevista en el California Ins­titute of Technology, en Pasadena, con el doctor Millikan, uno de los padres de la bomba atómica. Según Hitchcock, la conversación fue de este tono: «Doctor Millikan, ¿cómo de grande sería una bom­ba atómica?». «¿Queréis que os detengan y me detengan también a mí?… ¡Si solo se pudiera controlar el hidrógeno, ya sería al­go!». Al parecer, esta imprudente visita fue la causa de que el FBI vi­gilara al director inglés durante semanas. Aún faltaban cuatro me­ses para que se lanzase la primera bomba atómica en Hiroshima.

Fue también en esta fase del trabajo -abril de 1945- cuando se cam­biaron algunas escenas decisivas. Así, se sustituyó la escena en la ópera, en la que Alex se da cuenta de que Alicia es una espía, por otra en la bodega donde Alicia descubre por casualidad la bote­lla con el uranio. En un retoque posterior, Selznick sugirió enviar también a Devlin a la bodega para darle mayor protagonismo en la resolución del conflicto.

Encadenados (1946), de Alfred Hitchcock (parte 1)

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