Espartaco (1960), Stanley Kubrick (parte 3): Una historia épica con mensaje político
· Douglas buscó la financiación de un gran Estudio y contó con la Universal, que impuso entre otras condiciones como director a Anthony Mann.
En la elaboración de la historia Trumbo no se conformó con dar coherencia a la trama histórica de aventuras, sino que acertó al desarrollar también una aguda reflexión sobre la ambición política. Las escenas que conducen esa interesante línea temática son las que involucran al personaje de Craso.
Así, en una de las secuencias finales, tras ordenar que Espartaco sea crucificado, Craso susurra ante un Julio César dubitativo y ambicioso: “Ahora le temo más que a ti”. Aunque su muerte es ya inminente, Craso intuye que otros rebeldes y sediciosos nacerán de sus cenizas, y que la esperanza de libertad no morirá nunca por fuertes que sean los imperios.
A pesar de ello, y no por constancia histórica sino por la imaginación de Trumbo, Craso no es tanto el villano de esta historia como el personaje definitorio de todo un comportamiento político que podemos asociar a los totalitarismos del siglo XX: oportunismo, ambición ilimitada, miedo a la libertad de los demás.
Frente a este personaje cobra vida propia el senador Graco, que confraterniza con el pueblo y detesta los condicionamientos de clase sin renunciar por ello a los placeres de la vida, en su caso la comida y las mujeres: “Soy el hombre más virtuoso de Roma. Me rodeo de esclavas por respeto a la moralidad romana, ésa que ha hecho posible que Roma robase las dos terceras partes del mundo a sus legítimos dueños… Soy polígamo por naturaleza”.
Fortalezas y debilidades del guión
Ciertamente, el guión que salía de las manos de Trumbo establecía notorios cambios respecto a la historia y al original literario de Fast, quien calificó el primer material que le fue mostrado como “auténtica basura”. Entre las modificaciones que más molestaron a Fast -en cuyo libro el personaje de Espartaco se va reconstruyendo a partir de los recuerdos de quienes le conocieron- está la mitificada muerte en la cruz, a pesar de que según los historiadores murió en la batalla. Trumbo siempre culpó de esos cambios a Kubrick, quien se había obstinado en recuperar un detalle de la versión cinematográfica de Fredda y quería otorgar al gladiador -en vez del general redimido- la muerte en una cruz: “En mi guión, como en el libro, Espartaco moría en el combate y era posteriormente crucificado, pero Kubrick ha filmado a Espartaco muriendo en la cruz, lo que no tiene nada que ver con la revuelta”.
Pero si los cambios resultaban históricamente discutibles, el guión en su conjunto iba ganando en coherencia y narratividad y, a la postre, se revelaba como una obra de orfebrería donde todos los diálogos encajaban con exactitud milimétrica.
Todavía con el guión sin terminar, y ante la creciente inquietud por los elevados gastos de preproducción, Douglas buscó desesperadamente que un gran Estudio le acompañase en esta odisea cinematográfica. La Universal, tras estudiar minuciosamente el presupuesto, aceptó entrar en el juego y aportó una fuerte suma de dinero justo en el momento más necesario. Junto con los dólares, a Bryna llegó una gozosa y tranquilizadora inyección de serenidad. Pero el Estudio señaló también sus condiciones, y entre otras impuso como director a Anthony Mann, un hombre de la confianza de sus directivos.
Las cosas parecían arreglarse al fin. Para colmo de dichas Douglas recibió en poco tiempo dos noticias muy alentadoras. En un acto de “buena voluntad”, United Artists accedía a cederle el título de Spartacus, que pasó a ser el título definitivo desde entonces. Al poco tiempo, la misma compañía comunicaba su decisión de abandonar la anunciada película de gladiadores, en la que también se contaba con Anthony Quinn como acompañante de Yul Brynner. Con esto se evitaba la temida coincidencia de superproducciones, que hubiera sido insensata desde todos los puntos de vista.
Espartaco (1960), de Stanley Kubrick (parte 1)
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