Espartaco (1960), de Stanley Kubrick. Parte 4: Determinación del casting
· Douglas quería actores ingleses para retratar a los senadores y jefes romanos, e intérpretes norteamericanos para los esclavos rebeldes.
Con un primer bosquejo de guión en su poder, la búsqueda de otras estrellas que reforzaran el reparto de Espartaco llevó a Kirk Douglas hasta la lejana Inglaterra. Tal como había hecho en Los vikingos, Douglas también quería establecer en Espartaco lo que él denominaba un “esquema idiomático” no exento de ironía: los senadores y jefes romanos debían ser interpretados por actores ingleses, y los esclavos rebeldes y humildes por norteamericanos. La cuestión del acento ya sería determinante en el disímil origen de los personajes: amos y esclavos.
Con este esquema en mente fue a entrevistarse en Londres con Laurence Olivier y Charles Laughton, dos auténticos reyes de la aristocracia interpretativa. El engreído Laughton, en una artimaña destinada a elevar el precio de su contratación, manifestó que el guión era, en su opinión, una porquería de pies a cabeza. Más condescendiente se mostró el shakesperiano Olivier. Douglas, que acababa de trabajar junto a él y Burt Lancaster en El discípulo del diablo (1959), adaptación de una obra de Bernard Shaw, ya le había entregado un ejemplar de la novela de Howard Fast. Olivier no sólo le comentó -ante la alarma de Douglas– que le encantaba el papel de Espartaco, sino que él mismo podía encargarse de dirigir la película.
También Peter Ustinov -que ganaría el Oscar al mejor actor secundario por su trabajo- se mostró de acuerdo en interpretar el personaje del codicioso Léntulo Batiato… siempre que le dejaran introducir algunas “pequeñas” modificaciones. Se empeñó en crear un pérfido personaje movido por el dinero -su gran pasión- y por su odio contra Craso. Hijo de un periodista ruso y de una madre con antecedentes franceses, el culto e inteligente actor británico se hizo muy pronto invitado imprescindible en las fiestas hollywoodienses, y hasta los oídos de Douglas llegaron sus acerados sarcasmos: “En una película de Kirk Douglas debes procurar no actuar demasiado bien”.
Estrellas americanas frente a divos ingleses
Con estos tres actores, Douglas había resuelto lo más complicado del reparto romano (británico) y empezó la búsqueda del mundo esclavo (americano). Tony Curtis, compañero de Douglas en Los vikingos, se presentó un buen día deseoso de interpretar un personaje en Espartaco y liquidar así la última obligación que contractualmente le quedaba con la Universal. Obligado como estaba ante el Estudio, Douglas tuvo que crear para él un personaje inexistente, el de Antonino, el esclavo poeta que se enrola en las filas de Espartaco y ve en él la figura de un padre. Fue precisamente esta modificación la que propició el idealizado desenlace de la historia: “Finalmente -son palabras de Douglas-, los romanos nos obligan a luchar a muerte. El que sobreviva será crucificado. Ninguno de los dos quiere que el otro sufra esa agonía, de modo que tratamos de matarnos mutuamente. Yo mato a Tony. Lo consideramos justicia salomónica: él me había matado en Los vikingos”.
Con algunas otras incorporaciones (John Gavin como Julio César, Nina Foch como Helena Glabro y Herbert Lom como Tigranes), Douglas tenía ya casi todo el casting. Faltaba sin embargo la actriz que pudiera encarnar a Varinia, la esclava unida a Espartaco y madre de su hijo. Ingrid Bergman rechazó la oferta. Douglas pensó entonces en Jeanne Moreau y fue a verla a París, donde estaba actuando en un teatro, y se ofreció a indemnizarla si dejaba la obra para incorporarse al rodaje. La actriz francesa desdeñó la propuesta, también por motivos sentimentales. Y su interés por encontrar a una intérprete extranjera le llevó a contratar a una oscura actriz alemana llamada Sabine Bethman. Con ella sí estaba todo, al menos por el momento.
Espartaco (1960), de Stanley Kubrick (parte 1)
Espartaco (1960), de Stanley Kubrick (parte 2)
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Espartaco (1960), de Stanley Kubrick (parte 5)
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