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Espartaco (1960), de Stanley Kubrick (parte 5)

Aunque casi toda la película se rodó en California, la esce­na culminante, la de la batalla de Silaro entre los esclavos y las legio­nes romanas, se rodó en España

Espartaco (1960), de Stanley Kubrick

Espartaco (1960), de Stanley Kubrick. Parte 5: Un rodaje de 12 millones de dólares

· La escena culminante, la batalla de Silaro, se rodó en España y Kubrick contrató a cientos de extras españoles para interpretar a legionarios y esclavos.

La filmación de Espartaco comenzó el 27 de enero de 1959, y duran­te la primera semana rodaron todas las escenas de la cantera de Li­bia en Death Valley. Todo parecía marchar bien, pero en la Universal cun­dió cierta alarma respecto a Anthony Mann. Según Douglas, al pre­parar el rodaje en la escuela de gladiadores “era evidente que a Mann se le escapaban las cosas de las manos. Dejaba que Peter Us­ti­nov dirigiera sus propias escenas, aceptando sus sugerencias”. Esa fal­ta de autoridad -que sin duda minaba la suya como actor-productor- de­terminó la salida de Mann, quien según parece recibió el despi­do con cierto alivio, previo pago de 75.000 dólares que se le adeudaban.

Al tomar esa decisión, puede que Douglas se contagiara del mesia­nis­mo que caracteriza a Espartaco en toda la película. No sería de extra­ñar: el narcisismo de este gran actor siempre ha estado a la altura de sus personajes. En todo caso, él lo recuerda así: “Me encontré con un distinguido elenco internacional, dos semanas de película enla­tada, un presupuesto de doce millones de dólares… y sin director”.


Fue entonces cuando Kirk, deseoso de mantener un absoluto control sobre la película, llamó a Stanley Kubrick. Tenía un grato recuer­do de Senderos de gloria y esperaba entenderse con él a las mil ma­ravillas. Pero, ¿cómo entregarle una película de doce millones de dó­lares a un cineasta de 30 años y con sólo cuatro largometrajes en su haber?

La llegada de Kubrick

Ciertamente, tenía talento. Un anónimo cro­nista del Times escribió, con motivo del estreno de Atraco perfecto (1956): “El cine de Kubrick manifiesta más audacia con sus diálogos y su cámara de la que Hollywood ha visto desde que Orson We­lles abandonó la ciudad”. Compararle con Welles, estigmatizado por la industria, no era precisamente la mejor recomendación, así que la Uni­versal puso el grito en el cielo cuando Douglas lo propuso. Pero el actor se salió con la suya, no sin grandes tensiones: por mucho que con­fiase en la docilidad de su patrocinado, que podía garantizarle una dirección en la sombra, lo cierto es que se trató de una decisión muy arriesgada…

Sin embargo, lo primero que hizo Kubrick al frente de Espartaco tras­tocó los planes de Douglas. Tras verla actuar en los ensayos despi­dió a Sabine Bethmann, que recibió 35.000 dólares y fue devuelta a su país de origen. La británica Jean Simmons, que ya le había so­li­citado el papel a un reticente Douglas, fue contratada para encar­nar a Varinia. Ciertamente se trató de una muy sabia decisión. Pe­ro hubo más. Kubrick se dedicó a revisar el guión por completo intro­duciendo cambios aquí y allá. Y aunque la estrella aceptó al princi­pio las revisio­nes de su director, llegó un momento en que saltaron chis­pas.

La filmación de Espartaco estuvo plagada de percances, ironías del des­tino y también algún que otro desacierto. Jean Simmons debió so­meterse a una intervención quirúrgica de urgencia; Tony Curtis se le­sionó jugando al tenis y le tuvieron que escayolar una pierna; Char­les Laughton se rebeló contra Douglas y le amenazó con un plei­to. Y hacia la mitad del rodaje Lew Waserman, capitoste de la MCA y agente de Douglas, compró la Universal por 11.250.000 dólares, es decir, 750.000 dólares menos de la cantidad en que estaba presu­puestada Espartaco.

Aunque casi toda la película se rodó en California (en terrenos de la Universal, en el Death Valley y en una playa californiana), la esce­na culminante, la de la batalla de Silaro entre los esclavos y las legio­nes romanas, se rodó en España. Kubrick, que tenía pánico a volar, tuvo que hacer de tripas corazón y tomar el avión para venir a di­rigir la secuencia. El vuelo de regreso fue el penúltimo de su vida.

Durante las seis semanas que duró la filmación de la batalla, los pro­ductores contrataron a cientos de extras españoles para interpretar a los esclavos rebeldes y a los legionarios romanos. Incluso echaron mano de los soldados de un cuartel cercano. Al final fueron más de ocho mil figurantes los que intervinieron en las secuencias de la gue­rra. Y para ellas Kubrick inventaba todo tipo de trucos. Recurrió por ejemplo a enanos, a los que colocó prótesis y falsos torsos para si­mular horribles mutilaciones en la contienda. Contó también con al­gunos mancos, a los que puso brazos falsos que luego arrancaban pa­ra fingir desmembramientos. Algunos inoportunos relojes de pulse­ra y otros tantos calcetines de tenis quedan como anacronismos que el montaje no acertó a eliminar, y que los cazadores de gazapos -tras ha­cerse con fotogramas en la misma cabina de proyección- muestran desde hace tiempo a sus amigos como trofeos de dudoso valor.

Espartaco (1960), de Stanley Kubrick (parte 1)

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