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La Bella y la Bestia (1991), de Gary Trousdale, Kirk Wise (parte 1)

La Bella y la Bestia (1991), de los Estudios Disney, fue una novedad ciertamente insólita en la historia del cine. No solo por su recaudación, sino también porque -por primera vez- una cinta animada conseguía la nominación al Oscar a la mejor película

La Bella y la Bestia

 

La Bella y la Bestia (1991), de Gary Trousdale, Kirk Wise: Parte 1: Orígenes del relato

· Aunque algunos remontan su origen hasta la mitología griega, la historia de una bestia enamorada de una bella muchacha no encuentra su definitiva configuración hasta fecha muy reciente.

La Bella y la Bestia (1991), de los Estudios Disney, fue una novedad ciertamente insólita en la historia del cine. No solo por su recaudación, sino también porque -por primera vez- una cinta animada conseguía la nominación al Oscar a la mejor película; algo que ni la pionera Blancanieves y los siete enanitos (1937) consiguió de la Academia de Hollywood. Cinco nominaciones y dos Oscar avalaron suficientemente un trabajo creativo e innovador asentado sobre un mito que todavía perdura; una historia de amor que hunde sus raíces en la fábula más sugerente que se ha escrito nunca.

Origen de la leyenda


Aunque algunos remontan su origen hasta la mitología griega, la historia de una bestia enamorada de una bella muchacha no encuentra su definitiva configuración hasta fecha muy reciente. Tras una primera ver­sión poco conocida del italiano Giovanni Straparalo, escrita en 1550, la fábula evoluciona con muy escasa fortuna hasta el siglo XVIII, en el que dos escritoras francesas redactan la misma historia en fechas muy cercanas: Gabrielle di Villenueve y Jean­ne-Marie Le Prin­ce de Beaumont. De ellas, la segunda es la que pasa por ser la ver­dadera autora del relato.

Madame de Beaumont, nacida en Rouen en 1711, pertenecía a una familia numerosa de origen aristócrata con muy pocos recursos económicos. Siendo todavía muy joven, Jeanne-Marie decide convertirse en maestra. Tras un breve e infeliz matrimonio, abandona Francia y se ins­tala en Inglaterra en 1748. Allí empieza a escribir cuentos mientras trabaja como institutriz en casa del Príncipe de Walles. Y en 1757, en plena madurez como escritora, da a luz su obra más conocida: La Bella y la Bestia.

Este cuento de tan solo veinte páginas es todo un reflejo de su vida y sus frustraciones. Como el filme de la Disney difiere bastante de la trama original, especialmente en su planteamiento, bueno será que resumamos cuanto menos su comienzo.

Un rico mercader, arruinado y venido a menos en poco tiempo, vive amargado por no poder alimentar a su numerosa familia: tres varones y tres hembras. Las dos hijas mayores, acostumbradas a la opulencia y envidiosas de la hermosura de la pequeña -llamada Bella-, descargan sobre ésta todas las labores de la casa y el cuidado de su anciano padre. Un día, el mercader recibe la noticia de que uno de sus barcos, que él daba por perdido, ha llegado a puerto felizmente. Decide emprender via­je hacia la costa, y antes de partir pregunta a sus hijas qué regalo de­sean que él les traiga. Las dos mayores piden costosos vestidos y per­las y collares; la pequeña sólo pide una rosa para alegrar el jardín.

Cuando el pobre anciano llega al puerto, descubre que todo le ha si­do quitado en cargo a sus muchas deudas, y se ve obligado a volver sin dinero, sin alegría y sin esperanza. En medio de su travesía, una tormenta de nieve le arrastra a parajes insólitos, y él logra refugiarse en un misterioso castillo donde manos invisibles le sirven con todo cuidado. A la mañana siguiente, cuando está a punto de partir, sus ojos reparan en un bello rosal; acordándose del deseo de Bella, arranca una rosa para llevársela. Y, en ese momento, aparece una horripilante bestia humana, dueño y señor del castillo, que le increpa por su acción: «Todas mis posesiones tenías para ti, y has ido a robarme lo que yo más quiero: mis rosas».

Condenado a morir allí mismo, el aterrado mercader pide clemencia por sus hijas, y la Bestia solo accede a que la más pequeña ocupe su lu­gar y viva con él para siempre. Cuando Bella se traslada al castillo, empieza un largo y emotivo romance, lleno de espejos, llaves y objetos mágicos, que la película animada sigue ahora con más o menos fidelidad, hasta la final ruptura del hechizo sobre la Bestia y su castillo.

Mito y biografía

Como puede apreciarse de esta sinopsis, hay bastantes elementos de la historia que derivan de experiencias personales de la autora: una familia de origen acaudalado, una prole numerosa, un decisivo viaje hasta la costa y una situación de escasos recursos.

Junto a estas resonancias biográficas, la fábula evidencia el influjo de otros relatos y elementos folklóricos de la época. La fuente más clara e inmediata es el libro Contes de ma mère l’Oie de Char­les Perrault, publicado en 1697, que Madame de Beaumont ha­bría leído seguramente en su niñez. Tres relatos allí contenidos confluyen en la historia de La Bella y la Bestia.

De La Cenicienta provienen directamente el maltrato que las dos her­­manas dispensan a la pequeña Bella, los trabajos de ésta en el hogar, la envidia de aquellas por su hermosura, y la final transformación de ésta en princesa. Otros elementos son deudores de La bella durmiente, como el nombre de la heroína, el espejo mágico (aquí también hay reminiscencias de Blancanieves) y, sobre todo, el valor simbólico de la rosa y la maldición de un hada sobre el príncipe; como en el cuento de Beaumont, también aquí ese hechizo se rompe por un beso de amor. Con todo, la fábula que más claramente presenta la dicotomía belleza y fealdad, inteligencia y estupidez, es sin duda Riquete el del sombrero, famoso en nuestros días por la versión alargada que de él hizo, en 1740, Madame Gabrielle de Villenueve, la competidora de Beaumont.

Pero si el relato que comentamos presenta influencias literarias, no es menos cierto que su historia ha sido también fuente de inspiración para numerosas obras del romanticismo. Entre ellas, cabe des­tacar El jorobado de Notre Dame (1830), de Víctor Hugo -otra historia de una bella y una bestia-, y también la novela Frankestein (1818), de Mary Shelley. En esta misma línea, y ya en nuestro siglo, El fantasma de la Ópera (1910), de Gaston Lerroux, reinventa una vez más el mito de la bella y la bestia. Una hermosa cantante, Christine, es capaz de descubrir el alma noble y limpia de su oscuro maestro: un ser deforme, encerrado en mazmorras subterráneas, a quien la falta de compasión y el rechazo que los demás sienten por su apariencia han convertido en un ser cruel, solitario y vengador.

Años más tarde, las versiones cinematográficas de King Kong (1935 y 1987) desarrollan nuevamente la historia de una bestia enamorada de una muchacha. Y apurando la veta del mito, podemos llegar incluso hasta los últimos best-sellers literarios: El silencio de los corderos (1987), de Thomas Harris, es también la historia de una bestia humana, encerrada en tinieblas, que recibe la visita de una joven, también ino­cente y bella, que cambiará por completo su corazón y su vida.

Con todos estos elementos, el salto a la gran pantalla era ya solo cosa de tiempo.

La Bella y la Bestia (1991), de Gary Trousdale, Kirk Wise (parte 2)

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