Laura (1944), de Otto Preminger (parte 3): La venta a los estudios
Caspary empezó a trabajar en la versión teatral de la historia, hasta que dio con un joven productor de Broadway muy interesado: Otto Preminger.
Con la carrera literaria todavía en ciernes, en diciembre de 1942 Monica McCall envió copias de las galeradas a todas las grandes productoras de Hollywood: intuía que la novela podía llegar a ser un best seller, y quería aprovechar el tirón inicial para lograr un acuerdo como el que en su día consiguió Daphne Du Murier con su novela Rebecca (1941). Si aquella obra literaria, bien trenzada aunque de autora casi desconocida, había conseguido un contrato tan ventajoso en la Meca del cine, ¿por qué no podía soñar con que Laura obtuviese algo semejante?
Primeros tanteos en Hollywood
La respuesta de los analistas fue increíblemente positiva. Todos los departamentos de story analisis de las grandes productoras coincidieron en resaltar sus buenas cualidades y en apoyar una posible adaptación a la gran pantalla. Pero la lógica de los estudios cinematográficos nunca funciona como uno imagina. Y a pesar de esos buenos informes, los Jefes de Estudio rechazaron unánimemente adaptar la novela.
Vera Caspary no se arredró. Y, cerrada la vía del cine, empezó a trabajar en la versión teatral de la historia -la segunda, tras la primera e inacabada versión inicial- para que pudiera estrenarse en algún teatro de renombre poco después del lanzamiento editorial. McCall entró en contacto con diversos productores y directores de Broadway, hasta que dio con uno que manifestó un vivo interés por la historia. No sólo quería llevarla a los escenarios, sino que además se ofreció a trabajar con Caspary en la revisión del libreto teatral. Se llamaba Otto Preminger.
Sin embargo, el todavía joven productor teatral tenía una visión muy distinta de aquella historia. Así lo recordaría Vera Caspary años después: “Mr. Preminger no estuvo de acuerdo conmigo en un punto esencial de la obra. Él quería convertirla en una historia de detectives convencional, pero yo la veía como lo que era: un drama psicológico sobre diversas personas involucradas en un asesinato. Disentimos desde el principio sobre esto, y entonces yo pedí a mi viejo amigo y colaborador George Sklar que me ayudara a escribir la pieza”. El productor se retiró entonces, pero siguió de cerca la evolución de aquel proyecto a la espera de mejor ocasión.
Preminger vuelve a la carga
La obra teatral estuvo terminada en pocos meses y, con el aliciente del éxito editorial de la novela, en el primer trimestre de 1943 atrajo la atención de algunos productores de Broadway. Sorprendentemente, ninguno de ellos apreció en el libreto una posible vida comercial sobre los escenarios, y por segunda vez la novela de Caspary quedó a la espera de nueva fortuna. Fue en esa tesitura incierta y desesperante cuando llegó una nueva oferta de Otto Preminger, esta vez para convertirla en película cinematográfica. Él sí veía posibilidades comerciales y creía a pies juntillas en el proyecto. Por eso, a pesar de la reticencia inicial de Hollywood, supo insistir y argumentar hasta conseguir luz verde para esa historia que otros productores no habían sabido apreciar.
Años después, cuando en una entrevista le preguntaron por su especial interés en Laura, el director contestó: “Me fascinó la paradoja narrativa que esconde. Si una joven que todo el mundo piensa que está muerta aparece de repente en la escena del crimen, automáticamente pasa de víctima a sospechosa principal del asesinato”.
Ciertamente Preminger tenía un don para descubrir el potencial dramático de las historias. Nacido en Viena (Austria) en 1906, era hijo de un magistrado y fue esa influencia paterna la que le llevó a estudiar Derecho. Pero ya desde muy joven mostró grandes habilidades para el mundo de la escena, y con solo 17 años, mientras inicia su licenciatura en Leyes, debuta como actor en la compañía de Max Reinhardt. Tras interpretar varios papeles, en 1925 -tiene solo 19 años- empieza a dirigir comedias, dramas y operetas. Afamado ya a principios de los treinta, una invitación del productor teatral neoyorquino Gilbert Miller -unida a la insidia de los nazis y a una incipiente oferta de Darryl Zanuck, Jefe de la 20th Century Fox- le hacen partir en 1934 a los Estados Unidos. Una vez allí, la oferta de la Fox se concreta y en la segunda mitad de los años treinta compagina algunas producciones en Broadway con la dirección de algunas películas bastante mediocres.
Laura (1944), de Otto Preminger (parte 1)
Laura (1944), de Otto Preminger (parte 2)
Laura (1944), de Otto Preminger (parte 4)
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