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Lo que el viento se llevó (1939), de Victor Fleming (parte 9)

Lo que el viento se llevó (1939), de Victor Fleming (parte 9): Edición y pre-estreno de la cinta

Hay miles de latas de película con decenas de tomas repetidas de cada plano. No hay registro de tanta filmación fuera del programa previsto.

Cuando la cinta llega a la fase de edición, el Es­tu­dio se convierte en un arsenal de celuloide. Hay miles de latas de película (150 kilómetros en total) con decenas de tomas repetidas de cada plano. No hay registro de tanta filmación fuera del programa previsto. Únicamente Selznick es capaz de tener la secuencia de planos en la cabeza, por eso permanece en la sala de montaje días enteros junto al montador Hal Kern y sus ayudantes de postproducción. En una de aquellas jornadas, tras casi 50 horas seguidas de trabajo, David se dio cuenta de que solo él estaba despierto.

El 20 de julio consiguen el primer montaje en bruto, que alarga la película hasta las seis horas de duración. Diez días más tarde se consigue reducir la cinta en una hora. Mientras siguen podando aquí y allá, Selznick con­­trata a Max Steiner para componer la banda sonora. Steiner hará una obra maestra: durante tres de las cuatro horas finales, Lo que el viento se llevó es una au­tén­tica sinfonía que conjuga canciones sureñas y marchas militares con melodías románticas. Cada personaje tiene su propio leit motiv musical; y, por encima de todos, el tema de la mansión adquiere un relieve fantástico. El tema de Tara será, para siempre, un compendio de lo que es y significa la música cinematográfica.

Un fantástico presagio


El tiempo apremia en aquel intenso verano de 1939 en el que la cinta va cobrando su forma definitiva. El productor quiere que cuando esté más o menos lista se realice un pre-estreno secreto al que no acuda la prensa: solo quiere verdadero público. Y encomienda la organización de este pase a su editor, Hal Kern. Para man­tener el secreto, Kern ni siquiera le dice a su jefe dónde va a tener lugar el pre-estreno. Solamente le comunica la fecha: el 9 de septiembre.

Después de quitar otra media hora de duración llega el día esperado. Kern monta en su coche a Selznick con las cuatro horas y media de película y sale de Los Angeles en dirección al desierto. Tras recorrer cien kilómetros hacia el Este se detiene en una pequeña población, Riverside. En uno de sus cines, el River­side Theatre, es donde Hal ha previsto el pase. En ese momento se está proyectando Beau Geste, de Gary Cooper, y la sala está llena hasta los topes. Cuando acaba la sesión, el jefe del local ruega un momento de silencio y anuncia que a continuación va a proyectarse algo muy especial; quien quiera irse lo puede hacer, pero una vez que comience la película -un poco larga, por cierto- nadie po­drá abandonar la sala. La curiosidad y excitación del público retienen a la mayoría en el local, solamente diez personas dejan sus butacas. Las puertas se cierran, se apagan las luces y, de pronto, aparece en la pantalla el nombre de Margaret Mitchell. El público prorrumpe en gritos de júbilo. A continuación recorren la pantalla las míticas letras Gone with the wind y la gente chilla, lo­ca de emoción, sintiéndose privilegiada por poder asistir a ese pase. Y es que, según las encuestas, 56 millones de americanos están ansiosos por ver esta película de la que tanto se ha hablado. Los aplausos obligan a Selznick a aumentar el volumen de la cinta. Es una histeria incontenible.

Después de cuatro horas y media con Escar­lata, la gente sale del cine entusiasmada. En las hojas donde se pide la opinión el comentario es unánime: Lo que el viento se llevó es la mejor película de la historia. Selznick no acaba de creerse el éxito arrollador y decide estrenar mundialmente la película el 15 de diciembre en Atlanta, la ciudad don­de transcurre buena parte de la trama.

Hasta el día del estreno aún quedan algunos aspectos que pulir. En primer lugar la duración: hay que reducir toda­vía la película unos 40 ó 50 minutos más. Se suprimen todas aquellas escenas que no añaden nada nuevo a la temática principal, como la noche de bodas de Escarlata con su primer marido, en la que le hace dormir en una silla. En segundo lugar la música, pues aún falta la grandiosa obertura sobre los créditos y las melodías para otras muchas escenas. Y en tercer lugar los efectos especiales, que abundan en buena parte del metraje. Incluso decide volver a rodar algunas escenas para lograr una mejor interpretación o una más brillante fotografía. En diciembre de 1939, después de tres años de durísimo trabajo, Selznick puede por fin descansar. Eterno desconfiado, todas las incógnitas sobre la película se reducen ahora ya a una sola: ¿Cómo la va a recibir el público?

Lo que el viento se llevó (1939), de Victor Fleming (parte 1)

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