Una noche en la ópera (1935), de Sam Word (Parte 2): Una escena para la historia del cine
· Una noche en la ópera | Curiosamente, esta inolvidable escena estuvo a punto de no aparecer nunca en la pantalla, ya que no funcionaba demasiado bien en las representaciones teatrales previas.
El argumento queda pronto definido: Otis (Groucho) es un cazador de dotes que corteja a la Sra. Claypool y hace de mediador en la inversión de doscientos mil dólares que ella desea hacer en una compañía de ópera. La figura destacada de esa compañía es Rodolfo Lasparri, cuyo criado Tomasso (Harpo) tiene por compinche a Fiorello (Chico), que es a su vez agente de Ricardo, un cantante del coro con grandes condiciones y enamorado de Rosa, la soprano, que es cortejada infructuosamente por Lasparri. Ricardo, Tomasso y Fiorello se introducen en los baúles de Otis y viajan como polizones en el barco que conduce a la compañía a Nueva York. Allí tiene lugar la secuencia más memorable del filme.
La inolvidable escena del camarote
Sin duda, la escena más conocida de la película -y, seguramente, la de toda su carrera cinematográfica- es la que tiene lugar en el camarote, que figura por mérito propio en todas las antologías del cine cómico. Inicialmente, solo está Groucho; pero van apareciendo sucesivamente: los polizones salidos de los baúles, los fontaneros del barco y sus herramientas, los camareros con las comidas («mec, mec». – «Que sean tres huevos duros», interpreta Groucho al oír los bocinazos), las señoritas con las bandejas de la manicura… y así hasta dieciocho personas que se mueven sin cesar en el camarote, pisándose unos a otros sin dejar de hablar: «pasen, pasen; al fondo hay sitio todavía». Todo ello con ritmo frenético, en un in crescendo de comicidad y surrealismo que parece no tener fin. Solo termina cuando alguien, atraído por el ruido, se decide a abrir la puerta y hace que salgan, por la presión acumulada, camareros, manicuras, fontaneros y herramientas.
Curiosamente, esta escena estuvo a punto de no aparecer nunca en la pantalla. Durante la gira que precedió al rodaje de la película, el montaje teatral de Una noche en la ópera se estrenó en Seattle, Portland, Santa Barbara, etc. Los hermanos Marx ponían en escena un espectáculo de 75 minutos cuatro veces al día, aprovechando los huecos entre los pases de las películas. Incluyendo los números musicales, el show tenía un total de doce escenas.
Una de ellas era el sketch del camarote abarrotado, que había sido elaborada por Al Boasberg. Pero esa escena no funcionaba demasiado bien en los teatros, y los guionistas de la MGM, que iban calibrando las reacciones de la gente en cada momento, se convencieron de que era mejor eliminarla del filme. Thalberg impuso entonces su criterio: la defendió argumentando que era lógico que fracasara en un escenario limitado, con unos decorados tan precarios como aquellos en los que actuaban; en el cine -les repetía- la escena iba a funcionar.
Después de varias representaciones con escasas sonrisas, los hermanos Marx decidieron introducir algunas variaciones. En la primera versión de la escena, Groucho pide a una camarera que está en el pasillo dos huevos fritos, dos huevos escalfados, dos huevos revueltos y dos huevos pasados por agua para los polizones que están en el baúl. Ahí terminaba toda la gracia. Pero, después de darle algunas vueltas, se le ocurrió una solución mejor para esa escena. Escuchamos la retahíla de Groucho; y entonces, grita Chico: «Y dos huevos duros». Para no quedarse atrás, Harpo hace sonar su bocina. «Que sean tres», corrige Groucho. Y, como por arte de magia, la escena empieza a funcionar y el público a desternillarse.
Una noche en la ópera (1935),de Sam Word (Parte 1)
Una noche en la ópera (1935), de Sam Word (Parte 3)