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Una noche en la ópera (1935), de Sam Word (Parte 3)

Además de la del camarote, hay otra secuencia inol­vidable de este filme: aquella en que Groucho y Chi­co ridiculizan al máximo el formalismo de los con­tratos

Una noche en la ópera (1935)

Una noche en la ópera (1935), de Sam Word (Parte 3): Las grandes escenas del filme

· Tras el éxito de Una noche en la ópe­ra, los hermanos Marx no inventaron nada más: no crecieron, no experimentaron situaciones nuevas, no fueron más allá de lo que estaba implícito en este filme.

Además de la del camarote, hay otra secuencia inol­vidable de este filme: aquella en que Groucho y Chi­co ridiculizan al máximo el formalismo de los con­tratos. Es toda una destrucción de la filosofía co­mercial la que vemos en ese momento en que uno y otro destruyen el contrato que empieza a parecer­les sin sentido. Si algo no se entiende, aligeran su re­dacción por el sencillo método de irlo rompiendo a trozos, mientras repiten aquello de que «la parte contratante de la primera parte será considerada co­mo la parte contratante de la primera parte».

Un arranque disparatado

Aunque menos popu­lar que las anteriores, la secuencia de apertura en el comedor del hotel resulta aún más ingeniosa. El per­sonaje que interpreta Groucho, Otis Driftwood, ha dado plantón a la pudiente Sra. Claypool, que le ha contratado precisamente para que le introduzca en sociedad. Para empeorar las cosas, ella se entera de que él ha estado cenando con una rubia; no solo en el mismo restaurante, sino justo detrás de ella. Grou­cho abandona entonces a la rubia sin pagar la cuen­ta y -en esa destreza verbal tan característica pa­ra cambiar las palabras de lugar- se va a disculpar an­te su jefa con una palmadita en la espalda y la más absurda de las excusas: «Estaba sentado con la ru­bia únicamente porque me recordaba a ti». Groucho todavía se atreve a añadir: «Por eso estoy aquí sen­tado contigo. Porque me recuerdas a ti misma. Tus ojos, tu garganta, tus labios… Todo me recuerda a ti. Excepto tú».


¿Y qué decir de la escena en que los hermanos Marx suplantan a los aviadores rusos barbados que han llegado al Polo Norte? Han ocupado su lugar pa­ra escapar de la justicia, y de repente se ven rodeados de periodistas y obligados a improvisar unas pa­labras ante los micrófonos. Tras varias incoherencias de Groucho y de Chico, le toca el turno a Har­po, que no puede hablar; y éste, con tal de eludir el uso de la palabra, es capaz de beber un número in­terminable de vasos de agua hasta que el líquido ele­mento le sale literalmente por las orejas.

Tal como pronosticó Thalberg, Una noche en la ópe­ra fue la película más popular y taquillera de los hermanos Marx. Mientras preparaban su siguiente filme, Un día en las carreras (1936), Irving Thalberg falleció, y esto supuso un duro golpe para ellos. Groucho se sumió en una depresión de la que no saldría en varios meses; y a partir de entonces sus películas perdieron buena parte de su inicial pa­roxismo cómico. El hotel de los líos (1938), Una tar­de en el circo (1939) y Los hermanos Marx en el Oes­te (1940) continuaron la estela de gloria conseguida en Una noche en la ópera, su primera gran pe­lícula. Pero no inventaron nada más: no crecieron, no hallaron situaciones nuevas, no fueron más allá de lo que ya estaba implícito en este filme.

Lo que a todos los críticos les gustaría saber es has­ta dónde hubieran llegado los hermanos Marx con el impulso de su benefactor; qué cotas de comi­ci­dad habrían alcanzado si la muerte no se lo hubie­ra llevado tan pronto, cuando estaban en sus ini­cios. Como muestra de ese futurible, ha quedado para siempre esta ingeniosa película: un principio realmente brillante que pronosticaba un mejor fi­nal.

Una noche en la ópera (1935),de Sam Word (Parte 1)

Una noche en la ópera (1935), de Sam Word (Parte 2)

Una noche en la ópera (1935), de Sam Word (Parte 3)

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