· Eduardo García Maroto viajó a París para aprender las técnicas del cine sonoro y fue uno de los primeros en aplicarlas en España.
Solo los muy cinéfilos o los muy mayores reconocerán el nombre de Eduardo García Maroto (y probablemente será por aquella deliciosa gansada que es Los Cuatro Robinsones), el resto del mundo podrá afirmar sin problema que no conoce ese nombre. El libro de Miguel Olid, cineasta y escritor cinematográfico, doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Sevilla, es la tesis doctoral que realizó en dicha universidad, y viene a reparar un injusto olvido.
Eduardo García Maroto nació en Jaén en 1903. Debido a la profesión de su padre, durante su infancia y adolescencia pasó por diversas localidades hasta que finalmente la familia se afincó en Madrid. Desde joven se aficionó al cine. Entró a trabajar como auxiliar de laboratorio en Madrid Films. Luego fue ayudante de cámara en películas silentes, en ocasiones intervino en las mismas en algún pequeño papel.
Con la llegada del sonido viajó a París para aprender las técnicas del cine sonoro y fue uno de los primeros en aplicarlas en España. Trabajó como operador y como montador. Fue cofundador de la productora C.E.A. Posteriormente, comenzó a escribir y dirigir guiones de cortometrajes cómicos que alcanzaron un gran éxito. A partir de ese momento, se pasó a la dirección de largometrajes. El primero, La hija del penal, confirmó su estatus de joven cineasta con talento. El segundo fue interrumpido por la guerra civil.
Tras la guerra su carrera fue un sucederse de altibajos debidos a las circunstancias de la época: la pobreza de medios, la censura, la falta de seriedad y profesionalidad de algunas personas con las que debía trabajar, la cortedad de miras de productores, etc.
Cuando, desanimado, estaba a punto de abandonar, su carrera resurgió como director de producción de las superproducciones norteamericanas en España. Un gran capítulo casi desconocido y apenas reconocido en nuestra historia: la afición de Hollywood por España desde mediados los años cincuenta debe mucho a la calidad profesional y buen hacer de Eduardo García Maroto.
Un buen homenaje al que solo se puede reprochar ser excesivamente académico, no en vano es una tesis doctoral, que quiere hacer justicia a un pionero, entusiasta y perseguido por la mala fortuna que dejó un recuerdo imborrable en todos los que trabajaron con él, y una divertida autobiografía, Memorias de un peliculero, que suena a «deja vu» para todos los que se han acercado a la producción cinematográfica en España.
Eduardo García Maroto. Vida y obra de un cineasta español
Miguel Olid Suero. Instituto de Estudios Giennenses. Jaén (2015)
484 páginas. 14,25 €