El silencio de Dios en el cine

El libro de Alzola está bien pensado y bien escrito. Para mí, honestamente, es más lugar de desencuentro que de encuentro, pero eso es muy sano en una buena conversación

To the Wonder
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El silencio de Dios en el cine

«El cine no puede filmar a Dios, pero sí evocar su misterio», dice el profesor Alzola en este libro que quiere ser una cartografía del cine contemporáneo que aborda la cuestión de Dios acentuando su carácter misterioso. Siguiendo a Cavell, Alzola intenta generar con el libro «un tono de conversación, convencido de la persistencia que tienen las películas como puntos de encuentro de ideas en una época en que los libros o las obras de teatro pocas veces logran serlo».

Para Alzola, el cine es imagen. Estructura su ensayo usando unos contendedores para las películas estudiadas: Paisajes, Interiores y Rostros. A esos tres aspectos de la identidad visual, añade conflictos dramáticos (Duda y Conciencia) y la aventura de la Redención (Creación, Muerte y Gracia).

Mientras leía este libro, que busca raíces y sube por el tronco y las ramas de un árbol cuajado de buenas películas, trabajo el monumental y deslumbrante ensayo del profesor John Frank sobre Dostoievski, quizás el novelista que mejor ha buscado y ha encontrado a Jesucristo entre las pobres gentes. También releo La Montaña de los Siete Círculos, de Thomas Merton, que encierra fogonazos deslumbrantes como el golpe que le propina un libro de Gilson (El espíritu de la filosofía medieval) en un tren, aunque no se te ahorre el peaje de una generosa ración de irritante pedantería displicente, tan propia del asumido esnobismo británico con que el autor -ya converso y trapense en Kentucky cuando escribe esas memorias- se flagela a sí mismo y a los que leemos con sus peroratas.

El libro de Alzola está bien pensado y bien escrito. Para mí, honestamente, es más lugar de desencuentro que de encuentro, pero eso es muy sano en una buena conversación. No comparto las premisas de Alzola (Dios como silencio y misterio), no termino de entender esa querencia por unas maneras propias del existencialismo atormentado de la segunda mitad del siglo XX, tanto silencio y tanto andar a tientas…

Se entenebra lo que para mí es esencial e innegociable. Dios no es una idea, ni un misterio, ni una cuestión, ni una duda, ni un mensaje, ni lo que yo pienso de Él, ni el hueco que deja en la vida y la obra de quien no le ama. Dios es Persona. Dios ha vivido, muerto y resucitado por mí. Dios no es silencio, Dios es Palabra. Otra cosa es que Dios -y lo que ha hecho por ti- te importe un comino.

Ahí están películas contemporáneas de Eugène Green, Cavalier, Beauvois, Pawlikowski o Malick, para comprobar que el cine es capaz de Dios. El cine es palabra, también cuando callaba. Existe el cine lleno de Gracia, por supuesto que existe, pero demanda Comunión: Amor con amor se paga. Nadie lo entendió mejor que Bresson, enamorado de la obra de Dostoievski y que concibe el cinematógrafo como lugar «donde no está todo, pero donde cada palabra, cada gesto tiene trasfondo».

«Confieso que si no hubiera conocido a Jesucristo, Dios sería para mí una palabra vacía de sentido. Salvo una gracia especialísima, el Ser infinito me resultaría inimaginable. El Dios de los filósofos y de los eruditos no ocuparía ningún lugar en mi vida moral. Fue necesario que Dios se sumergiera en la humanidad, y que en un preciso momento de la historia, en un determinado punto del globo, un ser humano, hecho de carne y sangre, pronunciara ciertas palabras, cumpliera ciertos actos, para que yo cayera de rodillas». Me identifico con esas palabras de Mauriac, citado por el chileno Ibáñez Langlois, uno de los poetas que ha hecho presente en versos inolvidables a Dios Creador, Dios Redentor y Dios Santificador.

Recuerda el poeta chileno, que «los errores en los gnósticos, por ejemplo, procedían de la dificultad de creer que Dios asume la carne humana. Así Marción, por su espiritualismo y su desprecio de la materia, se horrorizaba de los pañales de Belén y de las heces del recién nacido («Quitad esos inmundos pañales»)».

Dice el Catecismo de la Iglesia católica en una página bellísima: «Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel en Belén (…), de oficio Carpintero, muerto crucificado en Jerusalén bajo el procurador Poncio Pilato durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo Eterno de Dios hecho hombre (…), porque «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad».

Repaso las películas que estudia Alzola, con más atención a lo argumental, a la tematización que a las estrategias formales del relato, algo que me desconcierta en un especialista en Estética. Y me digo -como si lo hubiese descubierto hoy mismo- que se recibe a la manera del recipiente. En esta dinámica, el libro me lleva a conclusiones que, unas veces coinciden con las de Alzola; y otras, no. El análisis del autor sobre Camino de la Cruz (Kreuzweb, Brüggemann, 2014) me desconcierta: hemos recibido la película de manera muy distinta, manejamos las fuentes de manera diversa. En lo que a entrevistas a directores se refiere, Alzola sabe -como cualquier profesional del análisis fílmico- que hay entrevistas en las que quien pregunta a un director no es capaz de desprenderse de clichés. Si. como es el caso, se trata de preguntas sobre Dios y la religión, el entrevistador es determinante. En un libelo se denigra. Y un experto en narrativa percibe las herramientas de un libelo.

Son muchas las películas estudiadas en las que se produce un encuentro con Dios, o mejor escrito: en las que me encuentro con Dios. Porque la película y el que la contempla se funden de un modo que Cavell ignora, porque no es posible llegar a él de la mano del perfeccionismo moral emersoniano que impregna su ontología fílmica. «Si Dios calla es para escucharte mejor: háblale”, me comentaba el otro día el psiquiatra Carlos Chiclana, cada vez más dado al aforismo, a propósito del silencio de Dios. Estoy de acuerdo. Quiero entender que lo que pretende Alzola va -de algún modo- en esa línea y le agradezco que me haga reaccionar frente a sus postulados.

El cine puede filmar a Dios. Claro que puede. El camino no es la metafísica, es la antropología trascendental.  El camino es el hombre. Porque el Hombre está presente en todo hombre, porque como dijo Borges, «Cristo es la figura más vívida de la memoria humana».

Todo esto es sencillo y extraordinariamente complejo. Nos lo recuerda un Bresson paradójico en dos de sus Notas sobre el cinematógrafo: «Debussy tocaba con el piano cerrado / Cuando un sonido puede reemplazar una imagen, suprimirla o neutralizarla. El oído va más hacia dentro, el ojo hacia afuera».

El silencio de Dios en el cine, de Pablo Alzola
El silencio de Dios en el cine, de Pablo Alzola

El silencio de Dios en el cine
Pablo Alzola
Ediciones Cristiandad. Madrid (2022)
294 páginas. 18,40 €

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