Leo McCarey

En su filmografía hay películas que forman parte de lo que podríamos llamar el disco duro del Séptimo arte

Tú y yo (An Affair to Remember), 1957

Leo McCarey: Un cineasta de gran talento

Todos hemos reído o llorado con alguna película de Leo McCarey (1898-1969). Este director es uno de los pioneros del cine. En su filmografía hay películas que forman parte de lo que podríamos llamar el disco duro del Séptimo arte: Sopa de ganso (1933), La pícara puritana (The awful truth, 1937), Las campanas de Santa María (1945), Tu y yo -(en las dos versiones, Love affaire (1939) y An affaire to remember (1957)-. McCarey es uno de esos directores que parecen necesitar libros como éste, que les ayuden a abandonar la categoría de directores de 2ª para ocupar, por derecho propio, un sitio en la División de Honor de los Directores con mayúsculas.

Miguel Marías ha decidido romper varias lanzas por McCarey. El currículum del autor de este largo ensayo es atractivo : ex-Director General de Cinematografía, economista, escritor de cine, experto reconocido en John Ford, asiduo invitado del programa Qué grande es el cine (La 2), perteneciente a la redacción de la revista Nickel Odeon, miembro de una familia de arraigada vocación intelectual.

La trayectoria profesional de McCarey permite vislumbrar la figura de un cineasta de gran talento y solidez. Se inicia en el mudo, colaborando con Tod Browning entre 1918 y 1923. Supervisa películas de cómicos muy populares – Laurel & Hardy – y da lugar a secuencias disparatadas y memorables. Llegado el momento de su madurez creativa, McCarey realiza sus obras más logradas, saltando del romanticismo al melodrama y demostrando un talento especial en las comedias alocadas con mensaje (screwball comedies las llaman los americanos). Leo McCarey se muestra como un profesional sensible, conocedor de su oficio y dotado de un notable sentido del ritmo. Se afana Marías en demostrar que McCarey es un director con mirada propia; y no sólo un buen artesano, de los que se limitaron a filmar eficazmente lo que caía en sus manos. El libro está lleno de interesantes reflexiones, que tienen su origen en un buen conocedor de la industria americana en sus años de esplendor creativo. En la obra de McCarey -como en la de sus amigos y admiradores Ford y Capra– su fe y visión católicas son patentes, innegables y muy significativas. Quizás defraude la superficialidad del discurso de Miguel Marías sobre este último punto, que se soluciona con un denodado e innecesario empeño por rescatar a McCarey de los «ominosos círculos de los cineclubes de colegios de curas » (las comillas y la ironía son míos).


No debemos dejar de apuntar que Marías opta por un encendido y pasional elogio del director de Siguiendo mi camino (1944); y lo hace prescindiendo, casi por completo, de apuntes biográficos que permitan establecer relaciones entre un hombre y el fruto de su trabajo. Esta opción nos parece enormemente discutible; por el sencillo motivo de que un cineasta no es un hongo que, de pronto, brota en mitad del rodaje de una película.

Salvando estas objecciones y siendo indulgente con una prosa poco lucida, el lector disfrutará de un buen puñado de reflexiones sobre un brillante cineasta que, en bastantes ocasiones, atrapó en el celuloide eso que llamamos la condición humana.

Leo McCarey
Miguel Marías
Nickel Odeon
Madrid, 1999
408 págs.

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