Memorias, de Alec Guinness | Hay decisiones editoriales de difícil explicación. Un ejemplo es la traducción elegida para titular la versión española de este libro, publicado por Espasa Calpe en 1987 y reeditado por Torres de Papel en 2015. Un parco y aséptico Memorias diluye el significativo Blessings in Disguise original (más o menos, ‘bendiciones encubiertas’), expresión inglesa equivalente a nuestro ‘no hay mal que por bien no venga’.
En efecto, se trata del libro de memorias que el magistral actor inglés Alec Guinness (1914-2000) publicó en 1985, pero, ¿por qué desvirtuar un encabezamiento que trasluce la existencia de extensos bosques tras un árbol…?
Salpicado de un discontinuo pero sutil sentido del humor (inglés, of course), Guinness dibuja un frondoso anecdotario personal, elaborado con pasajes autobiográficos integrados en contextos mayores (arte dramático, II Guerra Mundial, etc.). Centra así buena parte del relato en su faceta pública, fluctuante entre los ámbitos teatral y cinematográfico, relegando el privado y familiar a la discreción de un telón de fondo, omnipresente pero apenas visible sin luz.
Condición humana y amistad, contribuyen pues a cohesionar la dimensión artística y viceversa. La trama existencial de Guinness va desplegándose como un complejo tapiz relacional y profesional, trazando una serena deambulación por, como digo, las escenas británica (sobre todo, de cuño clásico) y fílmica, aquí con su presencia en más de sesenta producciones entre 1934 y 1996.
Dicho lienzo aparece poblado además por polifacéticos y complejos colegas, siempre respetados y admirados, cuando no también muy queridos, más allá del claroscuro de virtudes y defectos, afinidades y divergencias. De ahí el apabullante elenco de personalidades referenciales de la creación escénica, dramatúrgica o interpretativa, cuyas semblanzas articulan muchos de los capítulos.
Entre ellos, John Gielgud, Tony Guthrie, Edith Evans, Ernest Milton, Ralph Richardson, la poetisa Edith Sitwell, etc. Dichos retratos albergan a su vez el desfile de otros artistas homólogos, tales como David Lean, Laurence Olivier, Noël Coward, Cyril Cusack, Celia Johnson, Michael Redgrave, Albert Finney, Richard Burton…
Solo en el cierre del libro, se permite Guinness una incursión por la intimidad: buscar la verdad sobre su propio nombre e identidad, fruto de su condición de hijo único de una distante madre soltera y un padre anónimo, cuyo rastro buscó buena parte de su vida. Guinness comparte información tan honda sin aparente tristeza ni acritud, si bien tras sus palabras resuena el inevitable eco de una oquedad de cariño y soledad primigenios, quizá nunca colmatada.
El londinense deja también la farándula entre bastidores para narrar cruciales experiencias, merecedoras de los capítulos más extensos del libro. En «Daños a la causa aliada» se vale de su servicio como oficial de la Armada Real británica durante la II Guerra Mundial, para reírse de sí mismo en sus torpezas e inexperiencia (de ahí el título), eludiendo referir posibles actos encomiables para propio beneficio.
Por su parte, en «La quintaesencia del polvo» describe su larga búsqueda espiritual, culminada con la conversión al catolicismo en 1956. Guinness es, pues, otro nombre egregio entre los católicos ingleses, tan fecundos en artistas y pensadores conversos: Chesterton, Sassoon, Tolkien, Waugh, san John Henry Newman…
La escritura de estos recuerdos conforma, en suma, la crónica de una vida en cuyo núcleo, según Guinness pretende transmitir, late el misterio de esas ‘bendiciones solapadas’, un remoto pero inextinguible fulgor de esperanza, más poderoso que todo pesar y oscuridad.
Memorias
Alec Guinness
Torres de Papel. Madrid (2015)
256 páginas. 20 €