Stalker, de Andrei Tarkovski
El autor, filólogo especializado en árabe y poeta, quedó fascinado por un visionado televisivo de esta película señera del cineasta ruso, padre de películas inolvidables como Sacrificio, La infancia de Iván, Solaris o Andrei Rublev. Tarkovski (1932-1986) estrenó en 1979 Stalker, “una minuciosa y superabundante exaltación de la metáfora”, cuya acción transcurre en un día desde que el protagonista, un sencillo padre de familia, se levanta hasta que retorna al lecho agotado, si bien se desarrolla por entero en una interminable noche oscura próxima a la noche blanca de la región boreal.
Tarkovski utiliza la ciencia ficción (magistral la idea de La zona) para construir un bellísimo y apasionado discurso sobre la fe en tiempos de cataclismo, al hilo de una trama con ecos de la “Divina Comedia”, en la que un guía-poeta conduce a un escritor y a un científico, campeones del positivismo, a un lugar donde los deseos se hacen realidad.
Película de hallazgos formales sencillamente deslumbrantes, provocó a Tarkovski no pocos sinsabores por el rechazo que produjo entre las autoridades culturales rusas, que consideraron la cinta una basura que nadie querría ver. Y también por muchas críticas y comentarios reduccionistas que se engolfaron en un criterio meramente esteticista, sin llegar al tuétano metafísico de una historia sobre las relaciones entre fe, razón, ciencia, amor y felicidad.
Un libro apasionado y apasionante, que para ser bien degustado requiere, además de ver la película, leer el magnífico libro de Rafael Llano publicado por la Filmoteca Valenciana. Los que se entusiasmen con la película y con los dos libros pueden leer, también en Rialp, el imprescindible Esculpir en el tiempo, escrito por el propio cineasta
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