Yasujirô Ozu
A estas alturas nadie duda de la altura del cineasta japonés. No siempre fue así. Ni siquiera en Japón, donde su talento fue apreciado por la crítica y el público desde el principio de su carrera y fue considerado como el más japonés de los directores japoneses. Pero eso no quita para que sus compatriotas pensaran que era un director al que le costaría ser comprendido y valorado en el panorama internacional.
Este libro del profesor Antonio Santos es lo mejor que se ha escrito en español sobre un artista que en la actualidad es imposible sacar de la lista de los 10 más importantes de la historia del cine. Santos le consagró su tesis en Historia del Arte y luego ha seguido ocupándose de él y del cine japonés (tiene otra monografía sobre Mizoguchi en la misma editorial y En torno a Noriko, un libro editado por IVAC. Filmoteca de Valencia, sobre las tres películas de Ozu protagonizadas por un personaje así llamado que interpreta la maravillosa Setsuko Hara).
Ozu fue también periodista ocasional en la guerra chino-japonesa y un tenaz escritor de diarios, y ése es un factor muy importante cuando se trata de hacer estudios sobre la obra de un director. Santos extrae petróleo de esa faceta literaria de Ozu. El apartado biográfico que ofrece Santos es muy completo, perspicaz, pone de relieve las claves del iter artístico de un hombre culto, sensible, tímido, bebedor, perfeccionista y muy trabajador. Un entusiasta del cine norteamericano que después de ver Ciudadano Kane se queda extasiado y dice que Welles es aún mejor que Chaplin. Su comentario tras ver Fantasía no tiene desperdicio: «Viendo Fantasía comprendí que nunca podríamos ganar la guerra. A esta gente parece gustarle las complicaciones, pensé para mis adentros. Nuestro oponente es condenadamente bueno. Nos batimos con un enemigo terriblemente bueno».
A la vez, fue un hombre convencido de que «puesto que somos japoneses, deberíamos hacer cosas japonesas», aunque ello le llevará a ser un desconocido fuera de Japón hasta el estreno de su impresionante Cuentos de Tokio (1953), 10 años antes de su muerte, el día exacto en que había nacido hacía 60 años.
Entonces ya era un director absolutamente consagrado en su país, el primer cineasta que ingresó en la Academia de las Artes y las Letras. De ahí que se entienda su irónico comentario ante el premio del Bristish Film Institute a Cuentos de Tokio como la mejor de las proyectadas en el National Film Theatre en 1958: «Bien, parece ser que hasta nuestros amigos bárbaros han comprendido, ¿verdad?».
El estudio pormenorizado de la filmografía de Ozu que hace Santos supone un gran esfuerzo de contextualización que agradecerán los admiradores del director de Érase un padre (1942) y Primavera tardía (1949), que con la citada Tokio Monogatari fueron las predilectas de este amante del silencio.
Yasujirô Ozu
Antonio Santos. Cátedra. Madrid. 2005 . 600 páginas.
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